sábado, 13 de abril de 2013

MERCEDES CENTURIÓN- ROCÍO COLMAN SERRA


Contra un muro de tiza
(monólogo en ostracon)
 
            Tiro la piedra para que caiga en 1.  En 1 siempre es fácil, mamá. Al final está el cielo, ahí dónde vamos a encontrarnos, apenas atrape esta piedra que ahora cayó lejos, en otro lugar… en esa habitación donde me escondo para buscarla debajo de la cama, casi sin respirar, para que la enfermera no me sienta, pero el que entra es un hombre que te toca y te duele y yo salgo a gritarle para que te deje en paz.
            Busco el 2 en el piso, pero ya no está más junto al uno. Debo hallar el 2 para arrojar la piedra sobre su corazón de tiza, suavemente para que no se esfume, así como de a ratos se borra la risa de tu cara que no quiero perder mientras te juego, mamá, te juego que nos vamos a encontrar en ese cielo que a propósito escribí con muchas letras para que no te desorientes. Quiero llegar al 2 que es un rectángulo igual al de la foto que hicimos en el mar, contra la espuma, el día de la incursión sobre los caracoles con bichos, que dijiste que los vacíos no son más que una casa abandonada y que te daban pena esas casas sin gente habiendo tanto homeless por doquier, doquier repetiste y nos reímos de las palabras viejas. Homeless, pronunciaste y nos reímos de las palabras ajenas. Sí, también juntábamos palabras viejas y ajenas y ahora que las quiero las anoté en el cielo, bien grandes para que te rías, mamá y para que no te pierdas.

            El 3.  Ya sé qué esperar del tres, porque es un número que convierte al dos en familia y si se vuelve al 2, dijo mi padre, ya no tiene sentido, entonces es mejor que te quedes con los abuelos y la tía Neca, porque el 4 escrito sobre el muro es para los equilibristas y vos sabés que para ir al cielo hay que dar muchas vueltas aunque a veces, ni siquiera así se llega, porque el cielo es un compromiso con la muerte, como no sé si puedo comprometerme tanto mejor doy la espalda y camino hacia el oeste que en este juego es la mayor distancia con tu cielo de tiza.
            Dónde está el 5. Garabateado debajo de mi cuerpo, de mis rodillas sucias del hollín de las urbes, penitente de pena no de castigo, de una pena de ausencia de ese cielo en pináculo que no quiere ser cárcel sino centro de reunión con un mundo perdido. No es cierto, no está perdido mamá, si me incorporo y salto en un pie de puntillas para que no despiertes porque si descansás mucho vas a poder un día levantarte y pararte a mi espalda para armarme esa trenza cocida que me hace tan grande que parezco una chica, no una nena, si te pinto un poquito los labios y los ojos y que tu padre te vea y se asuste pensando en lo que viene, que no viene porque se fue en el 4 y no hay regreso.
            Para perderse está el 6, que a simple vista no aparece, pero que si lo encuentro puedo planear el otro, el de un cielo estrellado donde aquella sos vos y la otra chiquitita al lado yo, que titilamos porque estamos hablando y riendo y a veces también bailamos y cantamos, pero ahora no creo tanto en eso, ahora que si busco el 6 y salto con gracia como aquel día del acto de fin de año que saltaba y caía sobre una cama elástica en el centro de un circo de utilería en el cual caben todos los niños de segundo año seguro que voy a llegar y vamos a caber nosotras dos.
            Mire, vecina, le aconsejo no quedarse con un solo hijo, sabe, porque cuando se va el vacío es enorme, una termina metida dentro de una cama sin saber para qué era que respiraba y para quien era que cocinaba o lavaba o planchaba, le decía a veces la señora de 7ºB. Pero yo le diría, ahora, de puro rencorosa, que una sola madre también es poco porque cuando se va uno tiene que hacer malabarismo con una piedrita roja en un mundo sin límites hasta encontrar un cielo que se parezca al de la playa, que de tan azul no se puede ni mirar porque encandila. El cascote va al 7 sin reproches y se queda a un costado, cerca de la línea pero adentro para seguir saltando, como la línea imaginaria que trazabas en el aire para que yo la cruce porque estaba prohibido y me atrapabas la mayoría de las veces y en castigo yo tenía que rebuznar como un burro, caminar como un pato, cacarear como una gallina, pero si no me atrapabas y yo salía de la cocina entonces vos tenías que cantar como en la ópera que era lo más difícil y llorábamos de risa.

            Para el 8 no va a ser lo mismo porque mi brazo tiembla un poco tan cerca del cielo que podría tocarlo con las manos, manos de dedos largos y finitos, de uñas cortas y transparentes, que en el piano a veces se confundían con las teclas blancas y parecía que tocaba solo pero yo no lo quería porque a vos te gustaba tanto que te olvidabas de ayudarme con los deberes y de jugar conmigo. Yo golpeaba las teclas a propósito pero no se rompían. Con el 8 no es lo mismo, debo llegar en una sola pierna y el recorrido es largo, para agacharme como en una reverencia que ahora que estoy más alta cuesta más mantener el equilibrio. Pero el cielo de tiza contra el muro es una promesa de un espacio sin tiempo ni posturas, un espacio de la madre y la hija, juntas y solas sin necas ni abuelos dolorosos.
            Con el 9 es distinto, es el último obstáculo antes del cielo, que es espacioso para que quepamos las dos y hasta para que nos sentemos en él, como hacíamos en la plaza a la hora del descanso bajo algún árbol libre, para mirar con detalle el comportamiento de las hormigas y, de vez en cuando, atrapar alguna y arrojarla contra la tela para ver el tamaño de la araña, que en mis sueños se agrandaría obligándome a ir a tu cama, aunque ya no se puede porque a tu madre le duele y si se mueve es peor. ¿Y si se muere, no es peor acaso? dijo la rebeldía de un día para el otro poco antes de la internación, cuando ya no valía la pena. Con el 9 es distinto, tan cerca y tan intrincado que no parece estar aquí. Tampoco vale la pena, porque la piedra toma vuelo propio y se sale del cuadro y me obliga a empezar todo de nuevo ya que no hay nada peor que hacer trampas aunque sea a las cartas o a la rayuela o a la vida. Entonces, recojo el tejo, lo guardo en el bolsillo de las ilusiones, que viene de iluso, no de engaño. Pero no vuelvo a empezar, estoy tan cansada.          
                                                                                              Mercedes Centurión
                                                               
 

 (El cuento forma parte de la Antología “Rayuela(s)” conformada por textos de varios escritores argentinos en base a parte de la serie “Rayuelas” de la artista plástica Rocío Colman Serra, presentados en esta página)









2 comentarios:

  1. EL TEXTO, HERMOSO, CRUEL A LA VEZ ESPERANDO UN ENCUENTRO MÁS ALLÁ DE LA VIDA. MUY BIEN LLEVADO PASO A PASO COMO EN LA RAYUELA QUE TODOS JUGAMOS EN NUESTRA NIÑEZ. ME ENCANTÓ EL ENLACE ENTRE CADA NUMERO.
    LAS PRESENTACIONES DE LA ARTISTA PLÁSTICA, UNA MARAVILLA, PRECISA, LLENA DE TERNURA Y ACORDE AL TEXTO EN PERFECTA CONJUNCIÓN. QUIERO MÁS DE LAS DOS. MUY BUENAS

    ResponderEliminar
  2. Cuando una historia esta abalada por la precisión de la escritura, ésta por mas cruel que sea, deja mas admiración literaria que dolor.Hermoso monologo.

    ResponderEliminar