Cortázar,
como destacado escritor, se ha transformado en una institución. Este acontecimiento
se inscribe en la literatura argentina, en sus curvas de mutaciones y en sus
puentes de aproximaciones. El campo ilimitado de búsquedas mostraba al mundo
entero por ser escrito, esto lo percibió Cortázar anta la aparición de Adán Buenosayres de Leopoldo Marechal.
La historicidad
exterior a las obras, no sin ironía, puede fragmentarlas, ignorarlas o
imponerles obsesiones extrañas. También puede ir a lo que ya no es de nosotros
y encontrar lo hundido, asociar nuestras emociones y hasta robar algún fuego
ajeno, sacarlo de una necrópolis donde reina el silencio.
El falso
prestigio suele ocultar la supervivencia de un latido. Suele tranquilizadoramente
archivar en casillas las obras. La historia se hace oficial y pomposa. Impúdicamente
se desactiva un volcán.
Podemos ver
las obras de Cortázar como flores al borde de un precipicio. Podemos, también,
intentar reconstruir el soplo que impulsó a Julio hacia ese cultivo, su
palpitación, su gesto humano. La historicidad de la vida no es coextensiva a la
de la obra. La caída del artista no es el presente de su obra. En cualquier
caso, la explicación no va muy lejos. No agota ni la carne ni la letra.
Vivir en la
literatura sigue siendo vivir en el mundo. Sin torre de cristal, el escritor
está situado en el espacio percibido. Se mueve, mira y actúa sin haber
penetrado más en el enigma de la interioridad o de la trascendencia. Practica acciones expresivas, traza arabescos,
rehace el mundo, se embarca hacia puertos que ya otros han perseguido. Puertos que
atraen a hombres y mujeres que se ignoran y viven en inmensas distancias
espaciales y temporales.
Abierto un
horizonte de búsqueda se hace posible, a la distancia, hallar otro continente. Es
la promesa del arte moderno, promesa incumplible pero constitutiva. Este horizonte
es la historicidad de la interrogación, una especie de otro nuestro que nos
abraza en la oscuridad y que nos ciega en la claridad. El horizonte es el
espesor, la búsqueda es la ilusión de extensión y de ahondamiento. Una búsqueda
sobre la que resbalamos.
La búsqueda
literaria de Cortázar ha sido fértil. Quién sabe si se pueden seguir las
huellas de la escritura de Borges hacia adelante.
Esa búsqueda
debe transitar el cuerpo literario más que el humano. Pero ambas finitudes
exceden a nuestro campo visual.
La literatura
de Cortázar es por momentos brillante. Con afán de claridad se ha montado el
texto. También asoma la escritura opaca e insinuante. Escritura de niño medido
y de letras recuperadas en el conflicto. Se concibe en una lengua establecida,
pero la rehace en argentino, en choque con los límites del lenguaje que apresan
el sentido. Se anuda y se alisa. Bordea el abismo cuando pretende decirlo todo,
se cae cuando predica.
Lo que sus
palabras suscitan son palabras. A pesar de haber pretendido más, el logro es
una experiencia prodigiosa. Es el encuentro de un yo que es otro. Encontrar los
textos después de la vida del autor es, también, encontrar otro tiempo.
En: Imagen de Julio Cortázar.
ATRAPANTE, ME GUSTÓ Y ESTOY DE ACUERDO EN VARIAS COSAS COMO LA DIFERENTE ESCRITURA "DEL FLACO"
ResponderEliminarSi hay algo que debemos reconocerle a Cortázar es haber provocado una revolución en los procedimientos de escritura (por lo menos en la Argentina) y su maestría como cuentista.
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