miércoles, 26 de febrero de 2014

MARITE SIMÓN/ "SOLEDAD"


 
EN MEDIO DE MI DESORDEN MENTAL, DE MIS 50 AÑOS DE SOLEDAD, AISLADA HASTA DE MI PROPIA FAMILIA, RECONOZCO QUE LIMITO CON LO MANIÁTICO, YA QUE NO TENGO NECESIDAD DE SALIR TODOS LOS DÍAS PARA HACER MANDADOS. ¿QUÉ HAGO SENTADA EN LA ESTACIÓN?, OTRA MANÍA.
EN CADA ESTACIÓN COMO ÉSTA, LA DE CONSTITUCIÓN, DESCUBRÍ QUE LAS LLEGADAS DE TRENES PRESENTAN EL MISMO PANORAMA.
LA DIFERENCIA ESTÁ EN LA ARQUITECTURA DE CONSTITUCIÓN LUEGO DE SU CAMBIO INTERIOR CON TODAS SUS INSTALACIONES NUEVAS. RENOVARON LOS BAÑOS, CAMBIARON BANCOS, REMODELARON LAS BOLETERÍAS, DECORARON CON PLANTAS; SIN DUDAS, LA ESTACIÓN MÁS LINDA DE LA CIUDAD. SE SIENTE PLACER AL CONTEMPLAR ESE PANORAMA, SE HUELE UN AROMA ESPECIAL QUE EMANAN LOS MÁRMOLES.
MUCHA GENTE, COMO AUTÓMATA, SE BAJA LLEVADA POR SUS COMPAÑEROS DE VIAJE,  SE IMPULSAN UNOS A OTROS MIRANDO SIN MIRAR; LA NADA MISMA, COMO EXPULSADOS A LA CIUDAD QUE LOS ESPERA EN MEDIO DE UN CEMENTO IMPLACABLE QUE NO PERDONA LOS AZOTES ESTIVALES. 
LA PLAZA CONSTITUCIÓN, JUSTO FRENTE A LA ESTACIÓN, LES BRINDA EL RESPIRO DEL ABRAZO FRESCO DE SUS ÁRBOLES, DEL MANANTIAL DE SUS BEBEDEROS.
MIENTRAS TANTO, SIGO DISTRAÍDA EN UN TORBELLINO DE IDEAS QUE NO LOGRO DESCIFRAR Y NO QUIERO HACERLO. 
POR MOMENTOS, DETESTO TODO LO QUE ME RODEA, EN ESPECIAL AL HUMANO COMO TAL, Y EN OTROS, RECUERDO LA RELACIÓN QUE TUVE CON MI MADRE, LAS LARGAS CHARLAS BAJO UNA HIGUERA; LOS OLORES DE ESTA PLAZA ME LLEVAN HASTA ALLÍ. 
ME MOLESTAN LOS RUIDOS DE ÓMNIBUS Y COCHES PORQUE NO SON IGUALES A LOS DEL TREN CUANDO ARRIBA A LA ESTACIÓN JUNTO AL MURMULLO DE LOS PASAJEROS COMO ZUMBIDOS DE ABEJAS; SUS PASOS, LAS CONVERSACIONES.
SE PIERDEN MIS SENTIDOS EN MEDIO DE TODO. LOS MOLINETES COMO CALESITAS, NO PARAN EN SUS INCESANTES VOLTERETAS.
¿ALGUNA VEZ VENDRÁ MI PRÍNCIPE AZUL A RESCATARME? NO CREO QUE LO HAGA Y SI LO HACE NO SÉ SI ME IRÉ CON ÉL. A VECES CREO QUE MI DESTINO ES LA ESPERA DE ALGO DESCONOCIDO Y AL MISMO TIEMPO QUE ESPERO, SÉ QUE JAMÁS LLEGARÁ.

 

sábado, 15 de febrero de 2014

LA PAGODA DE BABEL/ G.K. CHESTERTON

Ese cuento del agujero en el suelo, que baja quién sabe hasta dónde, siempre me ha fascinado. Ahora es una leyenda musulmana; pero no me asombraría que fuera anterior a Mahoma. Trata del sultán Aladino; no el de la lámpara, por supuesto, pero también relacionado con genios o con gigantes. 
Dicen que ordenó a los gigantes que le erigieran una especie de pagoda, que subiera y subiera hasta sobrepasar las estrellas. Algo como la torre de Babel. Pero los arquitectos de la Torre de babel eran gente doméstica y modesta, como ratones, comparada con Aladino. sólo querían una torre que llegara al cielo. Aladino quería una torre que rebasara el cielo, y se elevara encima y siguiera elevándose para siempre. 
Y Dios la fulminó, y la hundió en la tierra, abriendo interminablemente un agujero, hasta que hizo un pozo sin fondo, como era la torre sin techo. 
Y por esa invertida torre de oscuridad, el alma del soberbio sultán se desmorona para siempre.
                 

                        (The Man Who Knew Too Much, 1922)




martes, 11 de febrero de 2014

CLARICE LISPECTOR/ UN SOPLO DE VIDA (FRAGMENTO)

En este texto  hay un personaje, el AUTOR, que como tal, ha creado a su vez un personaje femenino, al que llama Ángela Pralini.

AUTOR.-  No escribo como Ángela. No sólo no tengo práctica sino que soy más sobrio, no me vuelco escandalosamente. Y raramente uso adjetivos.
Ángela es un perro vagabundo cruzando el desierto de las calles. Ángela, noble perro callejero, sigue la senda de su dueño, que soy yo. Pero muchas veces se descarrila y se dirige en vagabundeo libre hacia ningún lugar. En este ningún lugar la dejo, ya que así lo quiere. Y si encuentra el infierno en vida será ella misma la responsable de todo. Si me quiere seguir entonces que me siga porque así soy yo quien manda y controla. Pero no sirve mandar: esta criatura frívola que ama los brillantes y las perlas se me escapa como se escapa el énfasis indecible de un sueño. Difícil describir a Ángela: es apenas una atmósfera, es apenas una manera de ser, un rictus revelador de la boca, ¿pero revelador de qué? de algo que no conocía en ella y que ahora, sin descripción posible, comienzo apenas a conocer, sólo eso. Ella me sopla en susurros lo que es y, si por falta de acuidad mía no la oigo, pierdo su persona.

Si Ángela es una suicida en potencial, como terminé entendiendo, ¿la hago suicidarse? No. No me animo: su vida me es muy valiosa. Sólo que ella tiene el gusto por el riesgo y yo también.

viernes, 7 de febrero de 2014

ROSSANA CHIARINI/ "JUEGOS"

                   Construiré figuras amorosas 
figuras triunfantes,
juegos apasionados de cuerpos
donde depositaremos las caricias 
las sustancias entrelazadas 
recuperarán la memoria de los orgasmos disfrutados
que durante tanto tiempo 
quedaron  muertos en el olvido,
los que aún se encontraban 
escondidos en nosotros
llenaremos ese espacio relegado 
con besos y ternura
lo llenaremos  hasta la eclosión  violenta
y nuestra pasión estallará desde su  origen
recreo, fusión, separación eterna
de este nuevo amor sin posesión…

sábado, 1 de febrero de 2014

DINO BUZZATI/ "LA NIÑA OLVIDADA"


La señora Ada Tormenti, viuda de Lulli, fue a pasar unos días al campo, invitada  por sus primos los Premoli. Por el pueblo iba y venía mucha gente. Como era verano, la  sobremesa de la noche se hacía en el jardín, charlando hasta la una o las dos. Una noche  la conversación se refirió a las casas de la ciudad. Había allí un tal Imbastaro, tipo  inteligente, pero antipático. Decía:
—Siempre que dejo mi casa de Nápoles, sucede algo, ¡je, je! —continuaba, riendo  así, sin motivo; ¿o el motivo era, en cambio, hacer daño al prójimo?—. Salgo, por  decirlo así, ni siquiera recorro dos kilómetros, y se sale el agua del lavadero o se  incendia la biblioteca por haber olvidado una colilla encendida, o se meten ratas de los  barcos y devoran hasta las piedras. ¡Je, je!, o en la portería, la única persona que soporta  allí el verano, recibe un golpe seco y por la mañana se la encuentra preparadita para el  entierro, con cirios, el sacerdote y el ataúd. ¿No es así la vida?
—No siempre —dijo con gravedad Tormenti—, por fortuna.
—No siempre, es verdad. Pero usted, señora, por ejemplo, ¿podría jurar haber  dejado su casa en perfecto orden, no haberse olvidado nada? Piénselo bien, piénselo  bien. ¿Exactamente en orden?
A estas palabras Ada se puso del color de los muertos; de repente tuvo un horrendo  pensamiento. Para poder ir a casa de los Premoli había llevado a su hija de cuatro años a  una tía. 0 mejor dicho, había decidido llevarla. Porque ahora, al volver a pensar en ello,  con todo y estar segura de haberlo hecho, no conseguía recordar cómo y cuándo había  llevado a Luisella a casa de su tía. ¡Qué extraño! No recordaba ni cuándo habían salido  de casa juntas, ni el camino recorrido, ni las despedidas en casa de su tía. Como si en su  memoria se hubiese abierto un agujero.
En resumen, la duda era la siguiente: que ella, Ada, se había olvidado de llevar a la  niña a casa de su tía y sin advertirlo, al irse, la había encerrado en casa, Era una  sospecha absurda; pero la imaginación fabrica a veces cosas muy extrañas. Insensato, de  loco, pero bastaba, no obstante, para helarle la sangre en las venas. Con sorpresa la vieron ponerse bruscamente de pie y abandonar la compañía de todos. Uno preguntó a  Imbastaro:
—Perdone, pero, ¿le ha dicho usted alguna cosa desagradable?
—¿Yo? Nada de particular, ¡je, je! No comprendo.
Ada entró en la casa y, sin decir nada a nadie, se dirigió al teléfono. Llamó  urgentemente a Milán, dando el número de casa. Esperó, retorciéndose las manos.
La comunicación se la dieron casi en seguida. En el acto.
—¿Es usted quien ha llamado a Milán, al 40079277
—Sí, sí.
—Hablen.
—¿Hable?
¿Con quién? Al llamar, esperaba que nadie le respondería. ¿No estaba la casa  cerrada y vacía? Si alguien acudía al aparato significaba, por lo tanto, que su primera sospecha estaba fundada, que Luisella se había quedado encerrada dentro. (Aunque  apenas tuviera cuatro años, sabía contestar al teléfono). Habían pasado ya 10 días; hacía  un calor espantoso y en casa Ada no había dejado ni un bocado de comida. ¡El calor! En  los días de la canícula se cuecen los muebles en las casas abandonadas, y se quedan sin  aliento los seres vivos, si permanecen en ellas. Ada se sintió morir. Temblando, dijo:
—¡Oiga!
—Diga —dijo desde Milán una voz de hombre. Y con la velocidad de un relámpago, Ada imaginó lo ocurrido: Luisella, encerrada y  sola en casa, incapaz de abrir la puerta, sus gritos, la primera alarma en el barrio, la  policía, la puerta forzada, la niña enloquecida de miedo.
—Diga. ¿Quién es? —preguntó el hombre.
—Soy yo, la mamá. Pero, ¿quién es usted?
—¿Qué mamá? ¡Yo no tengo mamá! Se ha equivocado de número.
Y colgó.
Ada volvió a llamar inmediatamente a Milán (pero la angustia había ya cedido). Dio  el número exacto, oyó la señal de línea y esta vez nadie le respondió.
Respiró aliviada. Menos mal. ¿Qué estupidez había imaginado? Ante un espejo se  puso unos pocos polvos y salió afuera al jardín. La miraron, pero nadie dijo nada.
Sin embargo, cuando se acostó y en la enorme casa de campo se estableció el  plúmbeo silencio de la noche y solamente por la ventana entornada entraban las voces  de los grillos, volvió a sentir miedo. En aquella hora imaginó a la niña, muerta de calor  y de hambre que, de rodillas, agarrada al pestillo de la puerta y con los ojos  desorbitados, lanzaba sus postreros lamentos. Pensó que, en el peor de los casos, alguien  debía de haber oído sus gritos. Otra voz, pérfida, objetaba: si alguien la hubiese oído, ya la habrían socorrido; ya han pasado 10 días y a estas alturas te habrían avisado. Pudo  ocurrir también que los pisos contiguos estuvieran desocupados en este período de vacaciones. La portera, cinco pisos más abajo, ¿qué podía oír?
Miró el reloj, eran las cuatro. A las seis salía un tren. Ada saltó de la cama, se vistió,  hizo la maleta. Acaso empieza así la locura, se dijo. Pero no podía contenerse.  Dejó una nota excusándose, Cautelosamente salió, abrió la puerta del jardín y se  dirigió a la estación. Había cuatro kilómetros de camino.
Cuanto más avanzaba él tren, mayor era su angustia. Llegó a Milán hacia las tres de  la tarde. La ciudad ardía en un halo de polvo tórrido y húmedo. Balbuceando, dio al taxi la dirección.
¡Por fin, su casa! No se notaba nada anormal. Las persianas del piso estaban todas  bajadas, como las había dejado días antes.  Pasó corriendo ante la portería. La portera le hizo el acostumbrado saludo. Bendito  sea Dios, pensó Ana. Ha sido todo una pesadilla, nada más.
Silencio y quietud en el rellano del quinto piso. Pero, ¿por qué temblaba tanto su  mano al introducir la llave en la cerradura? Se descorrió el pestillo. Al abrirse la puerta,  salió un vaho caliente y denso.
De pronto, cuando abrió la puerta interior, Ada sintió en el pecho un nudo doloroso;  porque, un poco por encima de su cabeza, flotó, ansioso de huir, un pequeñísimo e  incomprensible humo, una minúscula nubecilla, oblonga y pálida, que no despedía olor.

Corrió a la ventana del recibidor, abrió los postigos y se volvió.  Sobre el suelo, a dos metros de ella, se veía algo, como una larga y recortada  mancha, pero de notable espesor. Se acercó, la tocó con el pie. Cenizas. Estaban  esparcidas uniformemente como formando una especie de dibujo. Aquel nudo que tenía  en el pecho se hizo fuego, infierno. Las cenizas tenían exactamente la forma de Luisella.