domingo, 30 de junio de 2013

ANA MARÍA SERRA- EL ENSAYO


podría

elaborar una traviesa sonrisa
hacer que los labios dancen
con atrevidos mohines
estirar las comisuras hacia arriba
dejar que los dientes
se asomen sin pudor
ordenar que los ojos
enciendan llamitas de pimienta
que la mirada
se abanique con pestañas
y otros rostros sean tocados
con caricias de pupilas

quizá la gloria
pueda ser una imagen esculpida
con martillo paciente
y cincel esforzado
pero el espejo dibuja
una máscara helada
entonces los dedos
se apoyan sobre el rostro
lo cubren con ternuras
le otorgan un respiro

y cuando esos diez flecos
de rumorosa cortina
se apartan y despierta
el potencial simulacro
gana la lluvia de otoño

mañana habrá nuevo ensayo
                                          En: Cantos de Sirena









miércoles, 26 de junio de 2013

ANTONIO TABUCCHI- SUEÑO DE HENRY DE TOULOUSE -LAUTREC, PINTOR Y HOMBRE FELIZ



Una noche de marzo de 1890, en un burdel de París, después de haber pintado el cartel para una bailarina a la que amaba sin ser correspondido, Henri de Toulouse-Lautrec, pintor y hombre infeliz, tuvo un sueño. Soñó que estaba en los campos de su Albi, y que era verano. Se hallaba bajo un cerezo cargado de cerezas y hubiera querido coger algunas, pero sus piernas cortas y deformes no le permitían llegar hasta la primera rama cargada de fruta. Entonces se puso de puntillas y, como si fuera la cosa más natural del mundo, sus piernas comenzaron a alargarse hasta que alcanzaron una longitud normal. Una vez que hubo cogido las cerezas, sus piernas comenzaron de nuevo a encogerse y Henri de Toulouse-Lautrec volvió a encontrarse a su altura de enanito.
Vaya, exclamó, así que puedo crecer a voluntad. Y se sintió feliz. Empezó a atravesar un campo de trigo. Las espigas lo superaban y su cabeza abría un surco entre las mieses. Le parecía que estaba en una extraña selva por la que avanzaba a ciegas. Al final del campo había un arroyo. Henri de Toulouse-Lautrec se reflejó en él y vio un enano feo con las piernas deformes vestido con pantalones de cuadros y un sombrero en la cabeza. Entonces se puso de puntillas y sus piernas se alargaron grácilmente, se convirtió en un hombre normal y el agua le devolvió la imagen de un joven apuesto y elegante. Henri de Toulouse-Lautrec se encogió de nuevo, se desnudó y se sumergió en el arroyo para refrescarse. Cuando hubo acabado el baño, se secó al sol, se vistió y se puso de nuevo en camino. 
Estaba cayendo la tarde, y al fondo de la llanura vio una corona de luces. Se dirigió hacia allí caracoleando sobre sus cortas piernecitas y, al llegar, se dio cuenta de que estaba en París. Era el edificio del Moulin Rouge, con sus aspas de molino iluminadas girando en el techo. Una gran multitud se agolpaba a la entrada, y junto a la taquilla un enorme cartel de colores chillones anunciaba el espectáculo de la velada, un cancán. El cartel reproducía una bailarina que danzaba sobre el escenario sujetándose la falda levantada, justo delante de las candilejas de gas. Henri de Toulouse-Lautrec se sintió satisfecho, porque aquel cartel lo había dibujado él. Después evitó mezclarse con la multitud y accedió por la entrada trasera, recorrió un pequeño corredor mal iluminado y apareció entre bastidores. El espectáculo acababa de comenzar. La música era estrepitosa y Jane Avril, en el escenario, bailaba como una endemoniada. Henri de Toulouse-Lautrec sintió un feroz deseo de salir a escena él también y de tomar por la mano a Jane Avril para bailar con ella. Se puso de puntillas y sus piernas se alargaron inmediatamente.
 
Entonces se lanzó fogosamente al baile, su chistera rodó hacia un lado y él se dejó llevar por el frenesí del cancán. Jane Avril no parecía en absoluto sorprendida de que hubiera alcanzado una estatura normal, bailaba y cantaba y lo abrazaba, y era feliz. Entonces cayó el telón, el escenario desapareció y Henri de Toulouse-Lautrec se encontró con su Jane Avril en los campos de Albi. Ahora era de nuevo mediodía y las cigarras cantaban como enloquecidas. Jane Avril, exhausta por el calor y la danza, se dejó caer bajo una encina y se levantó las faldas hasta las rodillas. Después le tendió los brazos y Henri de Toulouse-Lautrec se dejo caer en ellos con voluptuosidad. Jane Avril lo abrazó contra su seno y lo acunó como se acuna a un niño. A mí me gustabas incluso con las piernas cortas, le susurró al oído, pero ahora que tus piernas han crecido me gustas todavía más. Henri de Toulouse-Lautrec sonrió y la abrazó a su vez, y, apretando la almohada, se dio la vuelta y siguió soñando.








En Sueños de sueños

martes, 25 de junio de 2013

LA CARTA- EZEQUIEL PRADO

                                Al destino le agradan  las repeticiones, las variantes, las simetrías.
                              
                                                                                                                 Jorge Luis Borges.
 
  Cuando la abuela Fausta se levantó como escapando de una pesadilla, todos quedamos en silencio. Los eucaliptos saltaban en el calentador como granizos en el pasto. Un viento sin invitación irrumpió en las calles con oleajes encrespados de arena y los árboles empezaron a moverse semejantes al abanico de una reina.
La abuela Fausta se dirigió al armario, puso sus manos de pluma en el cajón y tiró de él. Felisberto, el hijo, vivía bajo los signos de la indolencia y la gula. Ahora, la miraba comiéndose unos bizcochitos de grasa. Fermina, que la cuidaba más que a su propia madre, tardó en reaccionar.
 La abuela revolvió el cajón. A pesar de la neblina que habitaba en sus anteojos, encontró  una Biblia y en ella un mechón de pelo. Lo acarició y se tocó la panza, como si hubiera acertado el mandato de una voz abstracta, borrosa, que le gritaba desde sus entrañas. Después sacó un diente que dormía guardado en su cajita de alianzas  y obedeció la orden oculta. El siguiente hallazgo fue una fotografía: estaban en la piedra movediza el finado Rubén, su marido, Felisberto y Tito, su otro hijo, que hacía un año había viajado a Buenos Aires a probar suerte como dibujante.
 Fermina se le acercó tímidamente, viendo que la abuela Fausta tenía la intención de despojar la casa. ¿Qué busca, abuela?, le preguntó en un tono leve.
La abuela levantó la vista lentamente, con los ojos de un perro que es molestado cuando mastica su hueso. La carta, dijo con austeridad.
Al verle el rostro, Fermina no pudo menos que dirigirse  a mí con otra pregunta:
¿Qué carta?....si acá el cartero hace rato que no pasa, agregó con un leve movimiento de la mano derecha en la que los dedos se unían en un punto para la claridad de la expresión.
La abuela abandonó el cajón y se puso a mirar los dibujos de Tito colgados en la pared y acarició el del picaflor, que le sacaba la cera de los oídos a una anciana. Luego, y siempre tocándose la panza, fue hacia el que más le gustaba, era un picaflor sacándole las espinas a Jesucristo.
 Después de unas horas, la abuela Fausta se fue  hacia la ventana, como si la voz interior se lo hubiera dictado. Miró apenas unos segundos y salió.
¡No, abuela!, atinó a decir Fermina. El frío le va a hacer mal.
No la escuchó.  Caminó hacia el jardín, que estaba al costado de la casa y la perdimos de vista. Con Fermina  nos miramos y decidimos seguirla. La vimos de espaldas, parada, mirando el árbol de laurel, y en el árbol un picaflor revoloteaba
 Enseguida el viento trajo otros invitados y en ese instante la abuela cayó. Corrimos con Fermina; como pudimos la levantamos y la arrastramos hasta su cuarto, mientras Felisberto se preparaba un vermut y nos decía tranquilos, tranquilos.
Exhaustos, la recostamos en su cama.
No reaccionaba. Fermina inmediatamente se puso el tapado y fue en busca del médico, y en ese momento el cartero golpeó la puerta y me entregó una carta.
Me quedé tieso, con el sobre en la mano. Escuché que el viento se había marchado. Los árboles volvían a su sueño; la noche, oscureció la ventana. Miré el sobre y comprobé horrorizado que la dirección y el código postal eran exactos. Cuando llegó el médico, yo seguía paralizado con la carta. Fermina me miró y me la quitó de las manos. Acompañó al médico hasta la habitación de la abuela y mientras aquél empezaba a revisarla, ella levantó la carta y la puso sobre la luz de la lámpara que colgaba.
¡Es de Buenos Aires!, dijo sorprendida. De un impulso la bajó y rompió el sobre. Abrió la carta y mientras sus ojos iban de izquierda a derecha con extrema velocidad, Fermina me dijo trémula y sollozando "la abuela lo sabía…"

El médico, sentado al costado de la abuela también nos dijo "No hay nada que hacer"

sábado, 22 de junio de 2013

TRES SILUETAS- ANA MARÍA SERRA

Dos hombres reunidos en la bruma, dos siluetas recortadas sobre un fondo gris, violáceo. Encuentro sin duda furtivo, sin testigos. Parecen de mediana edad, visten trajes que no logran ocultar los vientres que avanzan debajo de los impermeables. Los dos llevan paraguas negros, gigantescas corolas invertidas, amenazantes. El diálogo se diluye en el murmullo del lago. La luz que emerge del horizonte los recorta aún más sobre la orilla.
Tal vez el bote no llegue a tiempo, pienso mientras avanzo hacia ellos. Una tenue luminosidad llega hasta mis ojos. Mis pies se hunden en la greda húmeda. Como ellos, voy cubierto por un paraguas y visto un impermeable, tímidas excusas ante la aspereza del clima. Cuando llego, ambos se me acercan. Es esta persistente niebla que lo cubre todo la que me hace dudar por un instante si no es mi propia figura la que se ha desdoblado y forma un trío lúgubre.
Me estrechan la mano mientras uno de ellos intenta disfrazar de sonrisa una mueca de complicidad. Al fin llega el bote. Miro mi reloj, ha sido puntual.  Tres hombres que suben a un bote y emprenden el viaje; dos de ellos comentan que en pocas horas despejará la niebla y llegará el sol, mientras el tercero piensa que es una lástima que eso suceda, pues el sol descubre  mejor los ánimos, pinta el paisaje con colores brillantes. Y ese bosque se mostrará en todo su esplendor, y la gente se sentirá bien, y él no podrá tener el marco adecuado para la historia que habrán de vivir.
Aunque trato de esconder el rostro de la mirada de mis compañeros de travesía, mis pensamientos me arrancan una media sonrisa. El sentimiento dramático me ha ganado todas las partidas. Vanos esfuerzos realizados por ser alguien indiferente, siempre emerge el romántico, el fatalista.
Dos hombres conversan animadamente, el tercero, se muestra taciturno. La serenidad del lago deja escuchar los gritos de las gaviotas que se agolpan detrás del bote; ya comienza a entreverse el bosque de coníferas en la orilla cercana.
El bote queda amarrado en el pequeño muelle. Presido la triple fila de siluetas armadas de paraguas negros y ataviada con impermeables. Miro hacia arriba y repaso una vez más la subida empinada por la estrecha cuesta que lleva hasta la cabaña. A mis espaldas, mientras subimos, siento la trabajosa respiración de los dos hombres.
Finalmente se presenta ante ellos la cabaña de troncos, ubicada estratégicamente en un claro del bosque. La cabaña que será el escenario montado para la escena final, parte de la historia ya es conocida por ellos, que deberán ser los únicos espectadores del desenlace.
Dos hombres que oficiarán de “voyeurs” en el encuentro, tantas veces postergado, de esa pareja. Ella se ha asomado a la puerta, y cuando los ve acercarse (cuando me ve a mí encabezando la pequeña y agitada comitiva) sonríe con cierta provocación.
Dos hombres que tienen instrucciones precisas; no deberán participar en ningún momento, cualquiera sea el resultado de esa cita en la que se entremezclan, por partes iguales, el odio y el amor. Ellos solamente deberán registrar paso a paso, minuciosamente, el final de la historia.

                                                                 Ana María Serra.-

                                                                                     

jueves, 20 de junio de 2013

TRES POETAS






                               ROLANDO REVAGLIATTI

"ANNA KARENINA"
 
Karenin, el opio, mi amante, mi hijo
mis celos, mi opulencia
mi abandono.


"ORGULLO Y PREJUICIO"
 
Excelentes y regulares codo con codo
pasean vigilados por la autora
estimada a través de Isabel, nuestra preferida
a través de su Darcy
a través de otras parejas y desparejas
a través de propios (o sentidos como propios)
e impropios
Y en pareja o despareja con la autora
(amar alarma)
paseo
mientras algunos sin comer perdices
son felices
y otros son infelices
refugiados en sus bibliotecas.



                                   

                                            ROBERTO JUARROZ
(Poesía Vertical II, 52)
Si alguien,
cayendo de sí mismo en sí mismo,
manotea para sostenerse de sí
y encuentra entre él y él
una puerta que lleva a otra parte,
feliz de él y de él,
pues ha encontrado su borrador más antiguo,
la primera copia.


                                       

                                          BEATRIZ VIGNOLI

VITRAUX


Resplandece el azul en su contorno oscuro:
el ramaje invernal del fresno abraza
los últimos cristales.

COOL LIGHT


Un farol redondo de luz fría
se ilumina a sí mismo;
no alumbra nada fuera de su esfera.

Ha quedado vacía
la noche alrededor.

sábado, 15 de junio de 2013

DOS BREVES CUENTOS DE JUAN JOSÉ ARREOLA

Teoría de Dulcinea

En un lugar solitario cuyo nombre no viene al caso hubo un hombre que se pasó la vida eludiendo a la mujer concreta. Prefirió el goce manual de la lectura, y se congratulaba eficazmente cada vez que un caballero andante embestía a fondo uno de esos vagos fantasmas femeninos, hechos de virtudes y faldas superpuestas, que aguardan al héroe después de cuatrocientas páginas de hazañas, embustes y despropósitos.
En el umbral de la vejez, una mujer de carne y hueso puso sitio al anacoreta en su cueva. Con cualquier pretexto entraba al aposento y lo invadía con un fuerte aroma de sudor y de lana, de joven mujer campesina recalentada por el sol.
El caballero perdió la cabeza, pero lejos de atrapar a la que tenía enfrente, se echó en pos a través de páginas y páginas, de un pomposo engendro de fantasía. Caminó muchas leguas, alanceó corderos y molinos, desbarbó unas cuantas encinas y dio tres o cuatro zapatetas en el aire.
Al volver de la búsqueda infructuosa, la muerte le aguardaba en la puerta de su casa. Sólo tuvo tiempo para dictar un testamento cavernoso, desde el fondo de su alma reseca. Pero un rostro polvoriento de pastora se lavó con lágrimas verdaderas, y tuvo un destello inútil ante la tumba del caballero demente.



Eva

Él la perseguía a través de la biblioteca entre mesas, sillas y facistoles. Ella se escapaba hablando de los derechos de la mujer, infinitamente violados. Cinco mil años absurdos los separaban. Durante cinco mil años ella había sido inexorablemente vejada, postergada, reducida a la esclavitud. Él trataba de justificarse por medio de una rápida y fragmentaria alabanza personal, dicha con frases entrecortadas y trémulos ademanes.
En vano buscaba él los textos que podían dar apoyo a sus teorías. La biblioteca, especializada en literatura española de los siglos XVI y XVII, era un dilatado arsenal enemigo, que glosaba el concepto del honor y algunas atrocidades por el estilo.
El joven citaba infatigablemente a J. J. Bachofen, el sabio que todas las mujeres debían leer, porque les ha devuelto la grandeza de su papel en la prehistoria. Si sus libros hubieran estado a mano, él habría puesto a la muchacha ante el cuadro de aquella civilización oscura, regida por la mujer cuando la tierra tenía en todas partes una recóndita humedad de entraña y el hombre trataba de alzarse de ella en palafitos.
Pero a la muchacha todas estas cosas la dejaban fría. Aquel período matriarcal, por desgracia no histórico y apenas comprobable, parecía aumentar su resentimiento. Se escapaba siempre de anaquel en anaquel, subía a veces a las escalerillas y abrumaba al joven bajo una lluvia de denuestos. Afortunadamente, en la derrota, algo acudió en auxilio del joven. Se acordó de pronto de Heinz Wölpe. Su voz adquirió citando a este autor un nuevo y poderoso acento.
«En el principio sólo había un sexo, evidentemente femenino, que se reproducía automáticamente. Un ser mediocre comenzó a surgir en forma esporádica, llevando una vida precaria y estéril frente a la maternidad formidable. Sin embargo, poco a poco fue apropiándose ciertos órganos esenciales. Hubo un momento en que se hizo imprescindible. La mujer se dio cuenta, demasiado tarde, de que le faltaba ya la mitad de sus elementos y tuvo necesidad de buscarlos en el hombre, que fue hombre en virtud de esa separación progresista y de ese regreso accidental a su punto de origen.»
La tesis de Wölpe sedujo a la muchacha. Miró al joven con ternura. «El hombre es un hijo que se ha portado mal con su madre a través de toda la historia», dijo casi con lágrimas en los ojos.
Lo perdonó a él, perdonando a todos los hombres. Su mirada perdió resplandores, bajó los ojos como una madona. Su boca, endurecida antes por el desprecio, se hizo blanda y dulce como un fruto. Él sentía brotar de sus manos y de sus labios caricias mitológicas. Se acercó a Eva temblando y Eva no huyó.
Y allí en la biblioteca, en aquel escenario complicado y negativo, al pie de los volúmenes de conceptuosa literatura, se inició el episodio milenario, a semejanza de la vida en los palafitos.















domingo, 9 de junio de 2013

SILVINA OCAMPO- "LAS CARAS"

Las caras de los hombres que en mi vida he encontrado
me persiguen y viven adentro de mi espíritu.
Las caras de los hombres que he encontrado en mi vida
me miran y me abruman.
Podría dibujarlas pero nunca me atrevo.
Algunas tienen cuerpos y llevan en las manos
anillos y collares, flores de terciopelo,
algunas son mansiones, son jardines, son ríos,
algunas son un viaje, una playa, un desierto.
Algunas son de mármol, algunas son fenicias,
algunas son romanas, griegas y perniciosas
con los rasgos borrados.
Algunas tienen penas, muchas penas algunas,
y largas cabelleras que lloran en el viento.
Algunas son horribles, casi siempre me advierten
que un peligro me acecha.
Algunas tienen horas marcadas en los ojos
y son como clepsidras,
me despiertan de noche.
Algunas me quisieron
y movieron los labios para decir mi nombre.
Algunas no entendieron nunca lo que les dije
ni supieron por qué las miré largamente.
Algunas son anónimas
llevan frutas y fuentes, manos de terracota,
como las estaciones.
Algunas se arrodillan, buscan algo en la tierra.
Algunas como pájaros siempre estiran el cuello.
Algunas se inclinaron
y escribieron sus nombres sobre mi corazón
sin que yo lo advirtiera.
Algunas fueron mías, algunas se alejaron
y perdieron su sexo, su virtud y su candor;
fueron como la imagen
del infierno en el mundo
que tratamos, en vano, de olvidar.
Algunas fueron deidades
que no olvidaré nunca.



sábado, 8 de junio de 2013

OSCAR WILDE- "EL HOMBRE QUE CONTABA HISTORIAS"

Había una vez un hombre muy querido de su pueblo porque contaba historias. Todas las mañanas salía del pueblo y, cuando volvía por las noches, todos los trabajadores del pueblo, tras haber bregado todo el día, se reunían a su alrededor y  le decían:
-Vamos, cuenta, ¿qué has visto hoy?
Él explicaba:
-He visto en el bosque a un fauno que tenía una flauta y que obligaba a danzar a un coro de silvanos.
-Sigue contando, ¿qué más has visto? -decían los hombres.
-Al llegar a la orilla del mar he visto, al filo de las olas, a tres sirenas que peinaban sus verdes cabellos con un peine de oro.
Y los hombres lo apreciaban porque les contaba historias.
Una mañana dejó su pueblo, como todas las mañanas… Mas al llegar a la orilla del mar, he aquí que vio a tres sirenas, tres sirenas que, al filo de las olas, peinaban sus cabellos verdes con un peine de oro. Y, como continuara su paseo, en llegando cerca del bosque, vio a un fauno que tañía su flauta y a un corro de silvanos… Aquella noche, cuando regresó a su pueblo y, como los otros días, le preguntaron:
-Vamos, cuenta: ¿qué has visto?
Él respondió:

-No he visto nada.

viernes, 7 de junio de 2013

CLUB DE LECTURA: INVITACIÓN

Eso es parte de la belleza de la literatura. Descubres que tus anhelos son los anhelos universales, que no estás solo ni aislado de nadie. Perteneces (Scott Fitzgerald)

LIBRERÍA LOS SIETE LOCOS  

TE INVITA A SUMARTE A SU NUEVO ANHELO:
CLUB DE LECTURA “MODELO PARA ARMAR”

*La lectura nos sumerge en historias cotidianas y extraordinarias por las que transitan personajes en los que muchas veces nos descubrimos.
*Un Club de Lectura nos permite, a través del intercambio de comentarios sobre un libro, conocernos, descubrir que no estamos solos, sino que pertenecemos al mundo en el que vivimos.
*Es una oportunidad para hablar sobre nuestros libros favoritos y conocer nuevos textos, e intercambiar ideas con los demás lectores.





PRIMER Y TERCER LUNES DE CADA MES, A LAS 15.30HS.



PRIMERA REUNIÓN INFORMATIVA: LUNES 24 DE JUNIO A LAS  16HS.

miércoles, 5 de junio de 2013

EL CAMINO- ANA MARÍA SERRA


Oigo un cantar cristalino. Un coro polifónico entona dulces melodías mientras observo el río. Imagino seres fantásticos, elfos y nereidas que avanzan serpeando bajo el agua transparente.
Los elfos centenarios, delgados y de orejas puntiagudas, imperceptibles en el bosque, rápidos y diestros en el manejo del arco y la flecha, hoy han decidido volverse criaturas acuáticas. Una fuerza irresistible me hace acompañarlos en su trayecto desde la orilla. Las nereidas eternas, bellísimas criaturas hijas del Océano - el río perfecto- ondean sus rosados brazos para calmar el viento que quiere agitar olas.
Cantan y ríen en tanto los envidio por sus ágiles movimientos natatorios y la persistencia que mantienen a ras del fondo salpicado de pequeños guijarros. Se mueven con la gracilidad de un ballet, escoltan la vera del cauce y despliegan su magia para redondear las piedras que emergen brillantes. Saltan y vuelven a sumergirse como peces voladores y les prestan lágrimas a los sauces llorones que se miran fascinados en las aguas de la mañana.
Me reflejo niña que juega; quiero recorrer el camino de la vida.
Cuando llega la tarde,  veo cómo las fabulosas criaturas pintan el agua de color leonado; ocultan sus misterios  en los bancos de arena y dispersan al viento penachos algodonosos. Se adornan con rubíes de ceibos, se perfuman con fragancias de laureles, y sus cuerpos se enredan en  el lecho de arcilla. Me gustaría fundirme con ellos.
Algunas penas he sufrido, pero la juventud las olvida. El agua, se ha revuelto un poco. El canto de las nereidas y de los elfos es más ruidoso, sus risas alborotan el aire.
Los montes de caldenes refugian venados y dos benteveos vigilan el horizonte.  El sol tiñe de dorado esos  caballos salvajes que me deslumbran con su brillo. Me siento como ellos, libre y fuerte.
Nereidas y elfos vuelven su mirada, con gestos imperiosos me invitan a seguirlos. Corro por la orilla mientras llega la noche. Ya flaquean mis fuerzas,  mis ojos han perdido el asombro, se apaga la lozanía.
Me gana la reflexión, reconozco las estrellas, me descubro en los recuerdos. Los seres fantásticos se van desdibujando… sus cuerpos, como cintas, se diluyen en espumas. El coro polifónico se transformó en rugido. Estoy en playa abierta. El mar viene hacia mí.
                                                                                                  
                                                                                         Ana María Serra.-