Oigo un cantar cristalino. Un
coro polifónico entona dulces melodías mientras observo el río. Imagino seres
fantásticos, elfos y nereidas que avanzan serpeando bajo el agua transparente.
Los elfos centenarios,
delgados y de orejas puntiagudas, imperceptibles en el bosque, rápidos y
diestros en el manejo del arco y la flecha, hoy han decidido volverse criaturas
acuáticas. Una fuerza irresistible me hace acompañarlos en su trayecto desde la
orilla. Las nereidas eternas, bellísimas criaturas hijas del Océano - el río
perfecto- ondean sus rosados brazos para calmar el viento que quiere agitar olas.
Cantan y ríen en tanto los
envidio por sus ágiles movimientos natatorios y la persistencia que mantienen a
ras del fondo salpicado de pequeños guijarros. Se mueven con la gracilidad de
un ballet, escoltan la vera del cauce y despliegan su magia para redondear las
piedras que emergen brillantes. Saltan y vuelven a sumergirse como peces
voladores y les prestan lágrimas a los sauces llorones que se miran fascinados
en las aguas de la mañana.
Cuando llega la tarde, veo cómo las fabulosas criaturas pintan el
agua de color leonado; ocultan sus misterios
en los bancos de arena y dispersan al viento penachos algodonosos. Se
adornan con rubíes de ceibos, se perfuman con fragancias de laureles, y sus
cuerpos se enredan en el lecho de
arcilla. Me gustaría fundirme con ellos.
Algunas penas he sufrido,
pero la juventud las olvida. El agua, se ha revuelto un poco. El canto de las
nereidas y de los elfos es más ruidoso, sus risas alborotan el aire.
Los montes de caldenes
refugian venados y dos benteveos vigilan el horizonte. El sol tiñe de dorado esos caballos salvajes que me deslumbran con su
brillo. Me siento como ellos, libre y fuerte.
Nereidas y elfos vuelven su
mirada, con gestos imperiosos me invitan a seguirlos. Corro por la orilla
mientras llega la noche. Ya flaquean mis fuerzas, mis ojos han perdido el asombro, se apaga la
lozanía.
Me gana la reflexión, reconozco
las estrellas, me descubro en los recuerdos. Los seres fantásticos se van
desdibujando… sus cuerpos, como cintas, se diluyen en espumas. El coro
polifónico se transformó en rugido. Estoy en playa abierta. El mar viene hacia mí.
Ana María Serra.-
Nuestras vidas son los ríos... la transición de un paisaje al otro es como la comunión de dos mundos. Me encantan los juegos poéticos
ResponderEliminar¡Así es, Merce! Cuando releía este texto escrito hace un tiempo, me vinieron a la memoria los versos de Manrique, aunque en el momento de escribirlo, no había pensado en ellos. Qué interesante el tema del inconsciente, ¿no?
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