viernes, 29 de noviembre de 2013

DOS POETAS: CÉSAR CANTONI Y FABIÁN CASAS

SEGÚN PASAN LOS AÑOS

A los 20 años me enamoré de Ingrid Bergman.
Ahora la tengo en mi casa,
dentro de una cajita con imágenes.
A veces, cuando me siento inútil,
salgo a andar por las calles de Casablanca,
entre nazis y refugiados,
y, de súbito, aparece ella,
invadiéndolo todo con sus ojos,
en la humosa penumbra de un nightclub.
Ella, que ha elegido seguir amando a Bogey hasta la muerte,
mientras Sam, el pianista negro,
toca de nuevo su inefable "As Time Goes By"

                                         César Cantoni


UN PLÁSTICO TRANSPARENTE

Abrí la puerta y te estabas bañando.
Los vidrios empañados, el ruido del agua
detrás de las cortinas,
las cosas esenciales instaladas
fuera de la razón.
Me llamaste, acercaste la cara
y nos besamos a través del plástico
transparente: fue un instante.
Las parejas y las revistas literarias
duran casi siempre dos números, pensé.
Sin embargo, de a poco,
le fuimos ganando terreno al río:
días interminables en los que el caos
tomaba tu forma para envolverme mejor.

                                    Fabián Casas







miércoles, 27 de noviembre de 2013

MARÍA CRISTINA SANTIAGO/ NOMBRAR EL ACASO


Una noche salté tan alto
que casi pongo fin a la inocencia.

En otoño el corazón flaquea.
Es casi tonto decir que no hay motivos
si al filo de la madrugada
aparecen los sueños ilusorios.
No tienen historia
y te hacen olvidar que a la mañana
amontonan ceniza los fogones.

Te aman, de rodillas
antes que la carroza mude
su dignidad en calabaza. Son
fantasmas románticos, por cierto,
piden nada: un beso
sobre el labio dormido.

La fatalidad es no advertir a tiempo
que hay niños vigías
espiando entre rendijas
los pasos de ese sueño.
                                                         De: Vidrieras de Ámsterdam





 

jueves, 21 de noviembre de 2013

LAS SENSACIONES EN TRES ESCRITORES

"Alcé los hombros, musité “ahora vuelvo” y me metí en lo oscuro. Caminé a tientas por la calle empedrada. Encendí un cigarrillo. De pronto salió la luna de una nube negra, iluminando un muro blanco, desmoronado a trechos. Me detuve, ciego ante tanta blancura. Sopló un poco de viento. Respiré el aire de los tamarindos. Vibraba la noche, llena de hojas e insectos. Los grillos vivaqueaban entre las hierbas altas. Alcé la cara: arriba también habían establecido campamento las estrellas. Pensé que el universo era un vasto sistema de señales, una conversación entre seres inmensos. Mis actos, el serrucho del grillo, el parpadeo de la estrella, no eran sino pausas y sílabas, frases dispersas de aquel diálogo. ¿Cuál sería esa palabra de la que yo era una sílaba? ¿Quién dice esa palabra y a quién se la dice? Tiré el cigarrillo sobre la banqueta. Al caer, describió una curva luminosa, arrojando breves chispas, como un cometa minúsculo."
                     
                         Octavio Paz, "El ramo azul"

"No era un aire desligado, no se nadaba en el aire. Nos olvidábamos del límite de su color, hasta parecer arena indivisible que la respiración trabajosamente dejaba pasar. Llovía, llovía más, y entre lluvia y lluvia lograba imponerse un aire mojado, que aislaba, que hacía que nos enredásemos en las columnas, o que mirásemos a los hombres iguales que pasaban a nuestro lado durante muchos días y en muchos cuerpos distintos"
                              
                         José Lezama Lima, "Fugados"

"Estaba preparado para la aterradora violencia de la luz y el sonido, pero no para la presión, la brutal presión de la atmósfera sumada a la gravedad terrestre, ejerciéndose sobre ese cuerpo tan distinto del suyo, cuyas reacciones no había aprendido todavía a controlar. Un cuerpo desconocido en un mundo desconocido. Ahora, cuando después del dolor y la angustia del pasaje esperaba encontrar alguna forma de alivio, todo el horror de la situación caía sobre él. 
Sólo las penosas sensaciones de la transmigración podían compararse a la experiencia que acababa de atravesar. Pero después de la transmigración había tenido unos meses de descanso, casi podría decirse de convalecencia, en una oscuridad cálida adonde los sonidos y la luz llegaban muy amortiguados y el líquido en el que flotaba atenuaba la gravedad del planeta"
                           
                                  Ana María Shúa, "Octavio el invasor"











martes, 12 de noviembre de 2013

EL LIBRO DE LA GUARDA/ANA MARÍA SERRA

conoce su poder
abre
            sus alas enormes
y forma
          una carpa sobre mi cuerpo
          un nido tibio     un descanso

con gestos voluptuosos
me estiro        me duermo
me sé protegida
                         de todo mal

me siento feliz

hizo escapar a la monotonía
expulsó la mediocridad
incendió lugares comunes
rompió las moralejas

el dogma
      grita desnudo
      en las noches heladas
preso
      en su jaula de escarcha
      no podrá cruzar mi camino
en tanto
      él abraza amoroso
      mi sueño sereno
poblado de fantásticas historias
que canta en mis oídos
con arrullo de madre
 
desprende ficciones
de su alado papel
y bebo     sedienta
su generosa entrega

cuando abra mis ojos
él seguirá su vuelo
quedarán en mis manos
varias páginas blancas


yo sonreiré                        empezará mi aventura


                                            De: a las tres de la tarde



domingo, 10 de noviembre de 2013

MARCO DENEVI/ "EL ESCRIBA FELIZ"


Cuando lo conocí era joven y, aunque momentáneamente modesto, tenía ambiciones feroces. Prometía, como suele decirse. Lo alojé en mi casa, le cedí una habitación y un lugar en mi mesa, le permití que leyese todos los libros de mi biblioteca, hasta le presté algún dinero.
Al mes ya me recitó su primer poema. Me ofrecí a pasárselo en limpio y, en tanto lo copiaba, le corregí las faltas de ortografía, los barbarismos, los errores de sintaxis. Él simuló no darse cuenta de los copiosos cambios introducidos por mí.
Con el tiempo esa cortesía de huésped se convirtió en mi oficio. Pero nunca hubo, entre él y yo, pedidos u ofertas de explicaciones. Así lo mantuve en la ignorancia de las leyes de la gramática, de la teoría literaria, hasta de la mera dactilografía. Él revisaba lo que yo había transcripto (y modificado: debe de tener, en lugar de debe tener, por ejemplo, o un punto y coma donde él había puesto una coma) y lo aprobaba con un ademán benévolo. A veces tenía el coraje de interrumpir la lectura y exclamar: -¡Me salió redondo!
He logrado que sea célebre. Pero los dos sabemos que me bastaría abandonarlo para decretar su instantánea, ominosa decadencia, su súbita defunción. Un poema pasado en limpio sin mis correcciones y él me lo devolverá sintiéndose un poco perplejo: -Se equivocó al copiarlo, me dirá. Y yo le contestaré humildemente:
-Perdón, Maestro. ¿Dónde me equivoqué?

Y ese dedo errático con el que en vano tratará de señalar mis errores, esos balbuceos de su voz, esa angustia o esa cólera con que me amonestará: -No importa, pero la próxima vez tenga más cuidado- me proporcionarán la única felicidad que podemos paladear los hombres de mi profesión.

viernes, 8 de noviembre de 2013

CLARICE LISPECTOR/ "UN CASO COMPLICADO"


Pues sí.
Cuyo padre era amante, con un alfiler de corbata, amante de la mujer del médico que había tratado a su hija, quiero decir, de la hija del amante, y todos lo sabían, y la mujer del médico colgaba una toalla blanca de la ventana, que quería decir que el amante podría entrar, o una toalla de color, y él no entraba.
Pero me estoy confundiendo toda y el caso es muy complicado; voy a ver si puedo desentrañarlo. Algunas cosas son inventadas. Pido disculpas porque además de contar los hechos yo también adivino y escribo lo que adivino. Yo adivino la realidad. Pero esta historia no es de mi cosecha. Es de la zafra de quien puede más que yo.
Pues la hija tuvo gangrena en la pierna y tuvieron que amputarla. Jandira tenía diecisiete años, era fogosa como un potro joven y de cabellos hermosos; tenía novio. Pero el novio vio la figura con muletas, muy alegre (alegría que él no vio que era patética), y tuvo la osadía de simplemente deshacer el noviazgo, que novia desfigurada no quería. Todos, hasta la sufrida madre de la muchacha, le imploraron al novio que fingiera amarla todavía, lo que no sería tan penoso –le dijeron- porque era a corto plazo: es que la novia tenía corto plazo de vida.
Y después de tres meses –como si cumpliera la promesa de no pesar en los débiles ideales del novio-, después de tres meses murió, linda, con los cabellos hermosos, inconsolable, con nostalgias del novio, y asustada con la muerte como niña que no, no sé cómo es, todavía no morí, y cuando haya muerto no lo sabré, quién sabe si es tan oscura. La muerte, quiero decir.
El novio era llamado por el apellido, Bastos, y al parecer vivía, todavía en tiempos en que la novia no había muerto, vivía con una mujer. Y con ésta continúo, para seguir contando.
Bien. La mujer tuvo celos y mientras Bastos dormía deslizó agua hirviendo del pico de la caldera dentro del oído de él, que sólo tuvo tiempo de dar un grito antes de desmayarse, grito ése que podemos adivinar, por lo horrible. Bastos fue llevado al hospital y permaneció entre la vida y la muerte, ésta en lucha feroz con aquélla.
La mujer celosa cumplió un año y poco más de condena. De donde salió para encontrarse -¡adivinen con quién!-, para encontrarse con Bastos. A esa altura, un Bastos muy venido a menos y, claro, sordo para siempre, él, que no perdonaba los defectos físicos.
¿Y qué sucedió? Pues que volvieron a vivir juntos, amor para siempre.
Entretanto la muchachita de diecisiete años había muerto hacía mucho tiempo, dejando recuerdos en la madre. Y si me acuerdo fuera de hora de la joven es por el amor que siento.
Ahí es cuando entra el padre de ella, como quien no quiere la cosa. Continuó siendo el amante de la mujer del médico que había tratado a su hija con devoción. Hija, quiero decir, del amante. Y todos lo sabían, el médico y la madre de la ex novia. Me parece que me perdí de nuevo, está confuso, pero ¿qué puedo hacer?
El médico, que sabía que el padre de la joven era el amante de su mujer, cuidó mucho de la noviecita asustada con la oscuridad de la que hablé. La mujer del padre, por tanto madre de la ex novia, conocía las elegancias adulterinas del marido que usaba reloj de oro y un anillo que era una joya, alfiler de corbata de brillante; era un negociante próspero, como se dice, pues la gente respeta y halaga largamente a los ricos, a los triunfadores, ¿no es cierto? Él, el padre de la joven, vestido con traje verde y camisa color rosa, a rayas. ¿Cómo lo sé? Simplemente sabiéndolo, con la adivinación imaginadora. Lo sé, y punto.
No me puedo olvidar de un detalle. Es el siguiente: el amante tenía en la frente un dientecito de oro. Y olía a ajo, todo su aliento era puro ajo, y a la amante no le importaba, quería tener amante, con o sin olor a comida. ¿Cómo lo sé? Lo sé, y punto.
No sé qué destino tuvo esta gente, no tengo más noticias. ¿Se separaron? Pues es historia antigua, y quizás ya ocurrieron muertes.
Agrego un dato importante, y que, no sé por qué, explica el nacimiento maldito de toda la historia: esto ocurrió en Niteroi, con las tablas del muelle siempre húmedas y oscuras y sus barcas de vaivén. Niteroi es un lugar misterioso, de casas viejas, ennegrecidas. ¿Allí puede suceder lo del agua hirviendo en el oído del amante? No lo sé.
¿Y qué hacer con esta historia? Tampoco lo sé, la doy de regalo para quien la quiera, pues estoy harta de ella. A veces me aburro de la gente. Después pasa, y otra vez me siento curiosa y atenta.

Es sólo eso.










 

miércoles, 6 de noviembre de 2013

DANIEL GONZÁLEZ REBOLLEDO/ EL HALLEY

El rancho nadaba en un mar de patos, blancos, grises, picazos y algunos negros. Se despiojaban a la luz postrera, aleteando ruidosamente, y ya secos, como disfrutando de un rito, de un gozo inacabable, volvían una y otra vez a romper en mil brillos la gema verde del tajamar, y la pelusa de sus plumas ascendía por el aire tibio de la tarde.
Golpearon las manos contra el alambrado y dos perros hicieron un claro de ladridos, seguidos de la vieja.
-Juiira…juiiiraa carajo…¿Qué se le´h ofrece?
-Un poco de agua abuela, y descansar; caminamos desde la ruta porque veníamos de Paraná haciendo dedo, pero como se nos viene la noche tratamos de buscar una casa, somos estudiantes…
La vieja dejó que se acercaran conteniendo a los perros, el mar de patos, expectante, se había cerrado otra vez. Los estudiantes siguieron dando explicaciones de hacia dónde y cómo se llamaban, la vieja y los perros olfateaban, medían, hasta que los perros, súbitamente, salieron disparados campo afuera y los patos volvieron a sus plumas. Las de la cola, sobre todo, daban mucho trabajo, crraauuaaaac, el serrucho del pico alisando las más largas. Gritos de alguna hembra desbordada por el asedio brutal de varios machos. Crraaauuaaaac, el serrucho bajo las alas. Las plumitas diminutas esponjando los reflejos violetas del paisaje.
Después, un viejo banco, la noche entrando en la charla y el milagro, límpido, destacando primero su gran cabeza y después la miríada de su cola. El comenta se columpió ahí nomás, sobre el alero.


Los estudiantes se pusieron a explicar cifras, radios, longitudes. La vieja trató de agarrar un pato para la cena sin escuchar demasiado. Con sus años, era la segunda vez que veía al Halley; muy chica, había sido alzada por su padre para ver el prodigio enmarcado entre los sauces y ahora estos gurises diciendo cosas tan difíciles, cuando este pato no se termina de quedar quieto, carajo, y estas manos flojas de puro reuma, y las largas alas del pato levantando viento y plumas y otros patos alborotándose, y otros vuelos haciéndole volar la pollera, qué vergüenza, pero si lo suelto, y los pies sin el piso y la pelusa que asciende y la bandada en silencio y la vieja toda plateada y el rancho encendido de azul, y los dos chicos sin cifras en su banco celeste, todos entrándose en la cola fantasmagórica del cometa.





viernes, 1 de noviembre de 2013

AHÍ VA LA VIDA/ ANA MARÍA SERRA

sobrevuelo

-sin delirio de cumbres-

desde una altura media   

observo

cómo planean retazos de vida


uno  -infancia de intenso amarillo-

juguetea con su luz

los otros –verde     naranja      morado-

danzan apacibles             se derraman

-como la arena entre los dedos-

sin prisa ni pausa


un río de venas y de arterias

-calles plateadas- separan esos trozos

cada tanto

un tono palpita                otro se opaca


cierro los ojos y pido un deseo

enhebro con hilo nigromante una mágica aguja

bordo los conductos     uno los retazos       formo una nube

me deslizo por ella

                                     
                                     y me quedo dormida

MARTA RODIL/ NOCHE DE ALUMBRAMIENTOS



Una canoa se desliza sobre una espesa cinta de agua, por la noche sin luna. Interrumpe apenas la pala, hipotenusa en vaivén que emerge y gorgoritea.
Anda un silencio de voces entre presencias escondidas. La isla transcurre cadenciosa.
El hombre es mástil y vela de su embarcación.
Lejos ladra desganado un perro; ahora unos cuantos, arrecia la bullanguería. ¿Alertan?, ¿disputa el hambre o porfía el sexo?
El cielo es una maraña de lumbres y guiños que la corriente del río refleja y desparrama.
En un recodo, blanquecinos bultos sobresalen entre matorrales. Son cabras de mirada soñolienta. Hombre y cabras se contemplan. Sobrevuelan los gritos del chajá.
Fragancias silvestres suceden a la emanación del estiércol. Los insectos chillan entre las sombras, y suena  como un engranaje el canto de los sapos y las ranas.
Cerca, un gallo lanza su canto. Otros replican y reafirman sus liderazgos, como eslabones de un eco que repite su letrilla noche a noche.
Lleva camisa de mangas largas el hombre, gorro, y atrás, cruzada en la cintura, la cuchilla. Ha caído el rocío, y cada envión de la pala acentúa la ráfaga de olores a primavera madura.
Lo acompaña la cantilena del crespín[1] o el chistido de una lechuza. De a ratos abandona el empuje, levanta la botella y echa un trago. Chasquea la lengua y ahhh…suspira.
Viene tranquilo. Relajada la expresión, suelto en las maniobras. Tiene el gesto del regreso. Ha cumplido con su oficio de cazador. Ha ganado su pan del día.
De repente, un dorado brinca por el aire y cae golpeando dentro de la canoa. Rebota una y otra vez con estruendo. El hombre trastabilla. Recobra el equilibrio. Se agacha y quiere atrapar la presa que no se resigna, que pelea y tienta volver al agua con violento zarandeo. La puja resuena hasta que el pez rebasa el borde, vuelve a zambullirse y desaparece. En la enramada un ocó[2] sale volando asustado.
La canoa prosigue la marcha. En el suelo, junto a la escopeta resalta una linterna. Adelante, la presa del cazador yace libre de entrañas: el pelo limpio, ni una gota de sangre, un pulcro orificio en la frente, y brazos y muslos abiertos. Sus ojos son estanques ciegos para la luna recién nacida. La noche desciende hasta le hendidura de su vientre.
Más allá, las crías acurrucan su orfandad. Un acto violento y ajeno ha interrumpido la gestación y los ha dado a luz.
[1] El crespín es un ave solitaria que puebla los bosques del Chaco y de otras regiones argentinas. Emite un silbido particular durante su período anual de celo, que coincide con las festividades de los Santos Difuntos,lo que ha dado origen a varias leyendas.
[2] Nombre popular que se da en algunas regiones sudamericanas a la garza.