Una
noche salté tan alto
que
casi pongo fin a la inocencia.
En
otoño el corazón flaquea.
Es
casi tonto decir que no hay motivos
si
al filo de la madrugada
aparecen
los sueños ilusorios.
No
tienen historia
y
te hacen olvidar que a la mañana
amontonan
ceniza los fogones.
Te
aman, de rodillas
antes
que la carroza mude
su
dignidad en calabaza. Son
fantasmas
románticos, por cierto,
piden
nada: un beso
sobre
el labio dormido.
La
fatalidad es no advertir a tiempo
que
hay niños vigías
espiando
entre rendijas
los
pasos de ese sueño.
De: Vidrieras de Ámsterdam
me ha gustado mucho, Ana María, felicidades. Un abrazo.
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