Una canoa se desliza sobre una espesa cinta de agua, por la noche sin luna. Interrumpe apenas la pala, hipotenusa en vaivén que emerge y gorgoritea.
Anda un silencio de voces entre presencias escondidas. La
isla transcurre cadenciosa.
El hombre es mástil y vela de su embarcación.
Lejos ladra desganado un perro; ahora unos cuantos,
arrecia la bullanguería. ¿Alertan?, ¿disputa el hambre o porfía el sexo?
El cielo es una maraña de lumbres y guiños que la
corriente del río refleja y desparrama.
En un recodo, blanquecinos bultos sobresalen entre
matorrales. Son cabras de mirada soñolienta. Hombre y cabras se contemplan.
Sobrevuelan los gritos del chajá.
Fragancias silvestres suceden a la emanación del
estiércol. Los insectos chillan entre las sombras, y suena como un engranaje el canto de los sapos y las
ranas.
Cerca, un gallo lanza su canto. Otros replican y
reafirman sus liderazgos, como eslabones de un eco que repite su letrilla noche
a noche.
Lleva camisa de mangas largas el hombre, gorro, y atrás,
cruzada en la cintura, la cuchilla. Ha caído el rocío, y cada envión de la pala
acentúa la ráfaga de olores a primavera madura.
Lo acompaña la cantilena del crespín[1] o el chistido de una
lechuza. De a ratos abandona el empuje, levanta la botella y echa un trago.
Chasquea la lengua y ahhh…suspira.
Viene tranquilo. Relajada la expresión, suelto en las
maniobras. Tiene el gesto del regreso. Ha cumplido con su oficio de cazador. Ha
ganado su pan del día.
De repente, un dorado brinca por el aire y cae golpeando
dentro de la canoa. Rebota una y otra vez con estruendo. El hombre trastabilla.
Recobra el equilibrio. Se agacha y quiere atrapar la presa que no se resigna,
que pelea y tienta volver al agua con violento zarandeo. La puja resuena hasta
que el pez rebasa el borde, vuelve a zambullirse y desaparece. En la enramada
un ocó[2] sale volando asustado.
La canoa prosigue la marcha. En el suelo, junto a la
escopeta resalta una linterna. Adelante, la presa del cazador yace libre de
entrañas: el pelo limpio, ni una gota de sangre, un pulcro orificio en la
frente, y brazos y muslos abiertos. Sus ojos son estanques ciegos para la luna
recién nacida. La noche desciende hasta le hendidura de su vientre.
Más allá, las crías acurrucan su orfandad. Un acto
violento y ajeno ha interrumpido la gestación y los ha dado a luz.
[1] El crespín es un ave solitaria que puebla los bosques del Chaco y de otras regiones argentinas. Emite un silbido particular durante su período anual de celo, que coincide con las festividades de los Santos Difuntos,lo que ha dado origen a varias leyendas.
[2] Nombre popular que se da en algunas regiones sudamericanas a
la garza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario