domingo, 14 de diciembre de 2014

WILLIAM SHAKESPEARE: MÍNIMOS APUNTES SOBRE UN GRANDE DE LA LITERATURA

Sobre el teatro

Grandes tragedias tales como MacbethOteloHamlet y El rey Lear son reflejos del mundo renacentista, en el que alborea la sensibilidad moderna: Dios deja de ser el centro del mundo, y cobra total importancia la presencia del Hombre. En consecuencia, aparecen temas como la duda frente a la identidad, la vejez, la traición, la ambición; la percepción del mal se muestra como parte de la esencia humana.
Pero estas características del teatro de Shakeapeare no representan por sí solas su calidad única; sucede que esos caracteres y esos conflictos surgen de una capacidad ilimitada para moldear la palabra en todos los planos. El gran dramaturgo inglés eliminó todas las fronteras: bufones y reyes comparten el mismo rango de problemático diseño, de contradictoria y rica existencia social, verbal y moral. Por eso serán Falstaff, el gordo bufón y soldado presente en varias obras, junto con el viejo rey Lear, dos de los puntos extremos del arco de sus caracteres. En términos generales, lo sublime de las obras de Shakespeare es el retrato personajes delimitados con precisión matemática, de tal manera que esa misma ambigüedad colma su carácter de una extraordinaria riqueza de matices. Por medio de la fuerza del lenguaje, los tipos shakesperianos manifiestan las profundidades de su espíritu y se declaran individuos libres, capaces de elegir su propio destino. En este sentido, su obra es tan moderna y está tan abierta a distintas interpretaciones como El Quijote de Cervantes.
 

Borges y Shakespeare
Borges dedicó cuentos, poemas y ensayos a Shakespeare, interesándose no sólo en distintos aspectos de su obra –por ejemplo, su transgresión a la regla de las unidades espaciales y temporales en las representaciones teatrales o el análisis de Macbeth– sino también observando la curiosidad biográfica “de que un hombre mediocre, oscuro, de quien poco se sabe, llegue a ser uno de los escritores más renombrados”.
El tema permanente en las obras de Borges, al igual que en las de Shakespeare, es lo transitorio de la vida y la vanidad de la gloria

*"A Shakespeare Anthology”, reseña bibliográfica aparecida en la revista “Sur”  (n° 62 de noviembre de 1939) y recogida en Borges en “Sur”. 1931-1980 (Buenos Aires, Emecé, 1999).

*“Everything and nothing.En: El hacedor (1960)

*“Página sobre Shakespeare”, ensayo aparecido en la revista Sur (n° 289-290, julio-octubre de 1964, dedicado a Shakespeare) y recogido en Borges en “Sur”, 1931-1980, ya citado.

*“Tema del traidor y del héroe”, publicado en revista “Sur” (n° 112, de febrero de 1944) y recogido en Ficciones (1944).

*“Shakespeare y las unidades”, ensayo publicado en la revista “Cuadernos” (n° 87, agosto de 1964) y recogido en Textos recobrados, 1956-1986 (Emecé Editores, Buenos Aires, 2003).

*“El teatro”, comentario sobre Macbeth, Hamlet y Romeo y Julieta incluido en Introducción a la literatura inglesa (en colaboración con María Esther Vázquez, 1965).

*“Macbeth”, poema de cuatro versos incluido en la sección “Trece monedas”, de El oro de los tigres (1972).

*“Prólogo” a Macbeth, publicado por Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1970 y luego recogido  en Prólogos con un prólogo de prólogos (1975).

*“La memoria de Shakespeare”, cuento publicado en el diario “Clarín”  el 15 de mayo de 1980 y luego recogido junto a otros tres relatos en el libro La memoria de Shakespeare (1983).





Club de Lectura "Modelo para armar"

Este año nos sumamos a la conmemoración del 450° aniversario del nacimiento del gran dramaturgo inglés con una charla que dimos en la Librería "Los Siete Locos"  y a la que denominamos: "Shakespeare en Mar de Ajó"
En un clima cordial y con intervención del público participante, pudimos brindar así nuestro homenaje, con el cual finalizamos las actividades del año 2014.-


domingo, 7 de diciembre de 2014

ANA MARÍA SERRA/ "INFIDELIDAD"

                          
Un hombre decide engañar a su esposa. Se justifica a sí mismo pensando en que han pasado muchos años y la relación se ha desgastado. Muchas veces se sorprende junto a su mujer sin tener nada qué decir, y cree que a ella la incomodan los silencios.
La tecnología ha venido en su ayuda: conoce por internet a una mujer joven, atractiva. Se encuentra con ella personalmente y al poco tiempo se convierten en amantes. Pasan algunos meses y el hombre se aburre de esta nueva relación. Encima, comienzan a asaltarlo los remordimientos. En ocasiones cree percibir un destello en los ojos verdes de su mujer, un gesto de espera o de abordaje. Piensa “ella lo sospecha”, y entonces abandona a su amante.
                   
Ahora está sentado en el banco de una plaza, tratando de poner en orden sus pensamientos. La duda lo asalta, ¿deberá o no confesarle a su mujer que le ha sido infiel? Mientras reflexiona, su mirada recae sobre una pareja sentada en un banco lejano. Están abrazados amorosamente, y la mujer pasa sus dedos por el cabellos del amante.
“Tal vez, con un poco de buena voluntad, podríamos volver a lo que fuimos, recuperar los gestos mínimos de la pasión, como esa pareja”.
Se levanta convencido de que va a tener que mantener una larga conversación con su mujer, la más importante de sus vidas.

El hombre llega a su casa. Cuando abre la puerta, su esposa está en la sala, esperándolo. Solamente le basta atisbar al otro hombre que está sentado en el sillón y percibir el destello en los ojos verdes de su mujer, para comprender que ese gesto de abordaje ahora ya es inútil.
                                            

                          En La trama engañosa (2011)





viernes, 14 de noviembre de 2014

MANUEL MUJICA LÁINEZ/ "EL PRIMER POETA"




1538

En la tibieza del atardecer, Luis de Miranda, mitad clérigo y mitad soldado, atraviesa la aldea de Buenos Aires, caballero en su mulo viejo. Va hacia las casas de las mujeres, de aquellas que los conquistadores apodan «las enamoradas», y de vez en vez, para entonarse, arrima a los labios la bota de vino y hace unas gárgaras sonoras. Por la ropilla entreabierta, en el pecho, le asoman unos grandes papeles. Ha copiado en ellos esta mañana misma, los ciento treinta y dos versos del poema en el cual refiere los afanes y desengaños que sufrieron los venidos con don Pedro de Mendoza. Describe a la ciudad como una hembra traidora que mata a sus maridos. Es el primer canto que inspira Buenos Aires y es canto de amargura. Cuando revive las tristezas que allí evoca, Luis de Miranda hace un pucherillo y vuelve a empinar el cuero que consuela. Tiene los ojos brillantes de lágrimas, un poco por el vino sorbido y otro por los recuerdos; pero está satisfecho de sus estrofas. A la larga los fundadores se las agradecerán. Nadie ha pintado como él hasta hoy las pruebas que pasaron.
Espolea al mulo rezongón, casi ciego, casi cojo de tanto trotar por esos senderos infernales, y a la distancia avista, semioculta entre unos sauces, la casa de Isabel de Guevara.
A ésta la quiere más que a sus compañeras. Es la mejor. En tiempos del hambre y del asedio, dos años atrás, se portó como ninguna: lavaba la ropa, curaba a los hombres, rondaba los fuegos, armaba las ballestas. Una maravilla. Ahora es una enamorada más, y en ese arte, también la más cumplida. Luis de Miranda le recitará su poema: ella lo sabrá comprender, porque lo cierto es que los demás se han negado a comprenderlo, como si se empeñaran en echar a olvido la grandeza de sus trabajos.
Al alba se fue con sus rimas a ver al párroco Julián Carrasco, en su iglesuca del Espíritu Santo, la que construyeron con las maderas de la nao Santa Catalina; pero el cura no le quiso escuchar. Demasiado tenía que hacer. Cuatro marineros del genovés León Pancaldo aguardaban a que les oyera en confesión, y esos italianos de tan natural elegancia deben ser de pecado gordo. En el fondo de la capilla se levantaba el rumor de sus oraciones mezclado al tintineo de los rosarios.
De allí, don Luis se trasladó con su manuscrito a visitar al teniente de gobernador Ruiz Galán, quien manda a su antojo en la ciudad con un dudoso poder del Adelantado. El hidalgo tampoco le recibió; estaba durmiendo. Y cuando Miranda llamó a su puerta por segunda vez, le explicaron los pajes que se hallaba en conversación con el propio Pancaldo, discutiendo la compra de sus mercaderías. Pero ¿qué? ¿Nadie podrá atender la lectura de sus versos, los versos en los que narra el hambre que soportaron todos?
Isidro de Carvajal cultivaba su huerta, con ayuda de uno de los italianos, y le despidió para más tarde; a Ana de Arrieta la encontró en el portal de su casa, muy perseguida por tres de los extranjeros melosos, quienes le ofrecían en venta mil tentaciones: cajas de peines, bonetes de lana, sombreros de seda, pantuflos, hasta máscaras, como si en lugar de una aldeana sencilla hubiera sido una rica señora de Venecia.
No había nada que hacer, nada que hacer. Los genoveses, con ser tan pocos, habían logrado lo que los indios no consiguieron: invadir a Buenos Aires. Una semana antes, su nave la Santa María había quedado varada frente a la ciudad. Saltando como monos, los marineros dejaron que se perdiera el casco y salvaron los aparejos, el velamen y las áncoras. Luego se ocuparon, con la misma agilidad simiesca, bajo la dirección de Pancaldo, de transportar hasta la playa los infinitos cofres que la nao contenía y que los comerciantes de Valencia y de Génova destinaban al Perú. Sobre la arena se amontonaron en desorden, como presa de piratería. Había arcones descuartizados y de su interior salían, como entrañas, las piezas de tela suntuosa. La ciudad se inundó de tesoros. Harto lo necesitaba su pobreza. Doquier, aun en las chozas más míseras, apiláronse los objetos nuevos, espejeantes: los jubones, los penachos, las sartas de perlas falsas que decían «margaritas», las balanzas, los manteles, y también los puñales, las espadas, los arcabuces, las candelillas, las alforjas. León Pancaldo los daba por nada, pues nada se le podía pagar. Lo único que exigía era que le firmaran unas cartas de obligación, por las cuales los conquistadores se comprometían a saldar lo adeudado con el primer oro o plata que se les repartiera. Firmaban y firmaban: muchos, sacando la lengua y dibujando penosamente unos caracteres espinosos como enrejado palaciego; los más, con una simple cruz. Y escapaban hacia sus casas, como ladrones, con las pipas de vino, con los barriles de ciruelas, con los jarros de aceitunas, con los quesos de Mallorca. ¡A hartarse, después de tanta penuria!
¿Quién iba a prestar sus oídos a Luis de Miranda, si estaban tan embebecidos por ese juego brujo que, a cambio de unos mal trazados palotes, proveía de cuanto se ha menester?
El mayordomo del Rey de los Romanos andaba más hidalgo que nunca, con su flamante gorro de terciopelo, a la brisa la pluma verde. Pedro de Cantoral mostraba a los vecinos su silla jineta de cuero de Córdoba. ¡Y las mujeres! Las mujeres parecían locas.
Por eso se iba el poeta, en la placidez del crepúsculo, hacia el familiar abrigo de Isabel de Guevara.
Pero allí también había fiesta. Mientras ataba el mulo a un ceibo, rumiando su malhumor, oía el bullicio de las vihuelas y los panderos. ¡Cuánta gente! Jamás se vio tanta gente en el aposento de la enamorada, iluminado con ceras chisporroteantes en los rincones. En un testero, echada sobre cojines, completamente desnuda, está Isabel. Y en tomo, como siempre, como en todas partes, los italianos, con sus caras de halcones y sus brazos tostados, ceñidos por el metal de las ajorcas. Miranda los conoce ya. Ese en cuyo sombrero se encarama un mono del Brasil, y que envuelve a la muchacha en un paño de perpiñán multicolor y que la hace reír tanto, es Batista Trocho. Aquel del guitarrón y los dientes deslumbrantes es Tomás Risso; y Aquino aquel otro, aquel que pasa sobre los pechos breves de la muchacha, acariciándola, la lisura de la camisa de Holanda y que le promete tamañas joyas: hasta zapatos de palma y cofias de oro y de seda.
Isabel no para de reír, en el estruendo de las cuerdas, de los panderos y de las voces. Junto a ella, Diego de Leys desgrana collares de cuentas de vidrio. Ha destapado una cazuela de perfumes y le va volcando el líquido delicioso sobre los hombros morenos, sobre la espalda.
Beben sin cesar. ¡Para algo trajo tanto vino español la nave de León Pancaldo! Zapatean los genoveses un baile de bodas e Isabel aplaude.
Por fin logra Luis de Miranda llegarse hasta el lecho. La Guevara le recibe con mil amores y le besa en ambas mejillas.
–Cate su merced –suspira–, cate estos chapines, cate estos pañuelos...
Y los hace danzar, y los agita, relampagueantes y leves como mariposas.
Diego de Leys, el bravucón, borracho como una cuba, no puede soportar tales confianzas:
–¿Qué venís a hacer aquí, don Pecador, con esa cara de duende?
Y le arroja a la faz un chorro de perfume. Las carcajadas de los italianos parecen capaces de volar el techo. Se revuelcan por el suelo de tierra.
Ciego, el poeta saca el espadón y dibuja un molinete terrible. Su vino tampoco le permite
conservar el equilibrio, así que gira sobre las plantas como una máquina mortífera. Diego de Leys salta sobre él, aprovechando su ceguera, y le corta el pómulo con el cuchillo. Lanza Isabel un grito agudo. No quiere que le hagan mal, ruega que no le hagan mal:
–¡Por San Blas, por San Blas, no le matéis!
Desnuda, hermosísima, se desliza entre los genoveses que se han abalanzado sobre su pobre amigo. Chilla el mono que el terror encrespa. Pero es inútil. Entre cuatro alzan en vilo al intruso, abren la puerta y le despiden como un bulto flaco. El resto, enardecido por el roce de la enamorada, la ha derribado en los revueltos cojines y se ha echado sobre ella, en una jadeante confusión de dagas, de botas y de juramentos.
Luis de Miranda recoge el manuscrito caído en la hierba. Como ha extraviado en la refriega el pañuelo, tiene que frotarse la herida con el papel. Sube trabajosamente al mulo y regresa al tranco a la ciudad, por la barranca. Llora en silencio.
Una luna inmensa asciende en la quietud del río y su claridad es tanta que transforma a la noche en día espectral, en día azul. Cantan los grillos y las ranas en la serenidad de los charcos y de los matorrales.
El poeta detiene su cabalgadura y queda absorto en la contemplación del ancho cielo. Despliega entonces los folios manchados en sangre, de su sangre, y comienza a leer en voz alta:

Año de mil y quinientos
que de veinte se decía,
cuando fue la gran porfía
en Castilla...

Callan los ruidos alrededor. El paisaje escucha la historia trágica que ha vivido. La recuerda el río atento; la recuerdan los algarrobos y los talas. La sangre mana de la cara del lector y le enrojece los versos:

Allegó la cosa a tanto
que como en Jerusalén,
la carne de hombre también
la comieron.
Las cosas que allí se vieron
no se han visto en escritura...
 

Así leyó Fray Luis de Miranda, para el agua, para la luna, para los árboles, para las ranas y para los grillos, el primer poema que se escribió en Buenos Aires.
          En Misteriosa Buenos aires

sábado, 1 de noviembre de 2014

ANA MARÍA SERRA/ "INEVITABLE"

                                 Homenaje a Héctor Perlongher

espejo espejito
                                               la historia no se repite
la madrastra de Blancanieves
                                                se durmió en la fantasía
                   
la mirada escruta
                   el campo apergaminado

ejércitos de cremas
y pinturas alineadas
                     esperan la orden
                     de empezar la batalla

espejo espejito
la magia no concede
                                                  la más bella la más joven

la femineidad
-pájaro de mil colores-
                                                  voló hacia el pasado

en el devenir
gallinaza matrona
                       táctica y estrategia
se creó la máscara
                       y ganó el presente

                                                   la mujereidad

 

                             En a las tres de la tarde (2010)




sábado, 25 de octubre de 2014

ANA MARÍA SERRA/ "EL RETO"

solo
emerge entre las nubes
enorme cóndor cabeza de nieve
se yergue imperioso
lejos     muy lejos


desde mi soledad
aquí
en la orilla otoñal
distancia azul de por medio

mido su quieta    
soberbia mirada
desde la cumbre
que se me antoja infinita

concluyo que el insondable lago
cercano a mis pies
con su quietud de hoy
lo mide en arrogancia


y ambos se hermanan
Octubre, 2014.-

sábado, 18 de octubre de 2014

ANA MARÍA SERRA/ "LA EXTRAÑA"

Ningún habitante de aquel pequeño pueblo conocía su verdadera historia, a pesar de que no se sabía cómo ni cuándo había llegado. La mayoría trataba de ignorarla, apretaban con fuerza las manos de sus niños si por casualidad pasaba junto a ellos o cruzaban de vereda cuando la veían acercarse. Se tejían terribles historias sobre su condición y se había corrido la voz de que pesaba alguna maldición sobre su persona.
Aislada en una pequeña casa de piedra –nadie sabía cómo o quién la había construido- sobrevivía gracias a la huerta y a los huevos de las gallinas que picoteaban despreocupadas entre hortalizas, legumbres y hierbas aromáticas que exhalaban un perfume irresistible, mezclado con algunos árboles frutales que completaban su único tesoro.
Lo que más llamaba la atención en ella eran las escamas de plata que le nacían en la palma de sus manos y se extendían hacia sus hombros, fenómeno que también se repetía a partir de sus pies y llegaba hasta las rodillas. Se notaba que no quería llamar la atención, pero hasta la ropa que usaba no era común; la mayoría de las veces, largas túnicas cubrían su cuerpo pero no ocultaban ni sus brazos ni sus piernas, aún en pleno invierno.
 El rostro era otra rareza; enmarcado por un cabello que caía en mechones separados, negros y muy brillantes,  tenía forma perfectamente ovalada, la tez marmórea, los ojos redondos y grandes, con el iris amarillo-naranja, ojos de gato sagrado, de esfinge egipcia separados por una nariz recta; la boca, grande, de labios prominentes, rara vez esbozaba alguna sonrisa. Era extremadamente alta y su andar, como sus modales, felino. La voz, grave, profunda, solamente sonaba para quienes se acercaban tímidamente a comprar algún producto de la huerta o para los más osados, los que se animaban a consultarla sobre qué clase de vida les esperaba. Ella siempre respondía con alguna historia a modo de ejemplo, y el visitante se iba habiendo logrado paz interior.
Esta última actividad fue la que despertó la curiosidad de muchos y la veneración de quienes se habían arriesgado a comunicarse con ella. Poco a poco corrió por el pueblo su fama de profetisa, hechicera, bruja. ¿Por qué tenía ese aspecto tan raro?; ¿usaba lentes de contacto para parecer más exótica?; ¿y las escamas?, ¿eran escamas o simplemente una malla de plata que cubría sus brazos y sus piernas? ¿De dónde venía? Estaba claro que de algún país raro… ¿Pero en qué país podría vivir gente tan diferente de nosotros? ¿Era cierto que hacía milagros? No, milagros no; pero sí puede predecir tu futuro y encima…no cobra. ¿Pero…y si son malas noticias, también te las dice? Trata de prepararte, de infundirte calma, es una buena persona, cuando la desgracia se acerca, ya estás prevenido y casi resignado. No sé… ¿te parece?, a mí me da un poco de miedo, sobre todo por esa cosa de las escamas. Acá hay mucha gente crédula y también gente a la que le gusta engancharse con lo estrafalario, lo anormal. Acordáte de lo que le predijo a Blanca... ¿Y acaso no se cumplió? Sí, lamentablemente al primer indicio Blanquita prácticamente huyó del pueblo y se fue a la gran ciudad para que los médicos le confirmaran esa enfermedad y la trataran. Dicen que se curó, pero ya ves, no volvió nunca más… y todos los del pueblo que trataron de ubicarla, fracasaron en el intento. No me gusta, yo no me prendo en eso.
 

Ella y su diferencia del resto de la humanidad encerrada en el pueblo que la sentía distante a pesar de su habilidad para cosechar productos exquisitos y de su don para predecir el futuro y encima, para prepararlos a enfrentar fatalidades.  La envidia, el prejuicio, el odio que iba corroyendo poco a poco a esos seres para quienes el concepto de vivir quedaba enmarcado por los límites de ese lugar  pequeño e incapaz de crecer,  como sus conciencias.  Y así, a medida que pasaba el tiempo, comenzaron a gestarse dos bandos, los adherentes y los detractores, y estos últimos triunfaron sobre quienes la defendían. Clamaron justicia, tramaron venganza, idearon un ser diabólico sobre el cual descargar sus frustraciones. Y un día marcharon hacia su casa de piedra, agitados, abotagados, exaltados y envalentonados –aunque muchos disfrazaban su miedo con gritos, antorchas y piedras en sus manos-, dispuestos a incendiar casa, huerta y hasta a la misma bruja, si eso fuere necesario.
Sin embargo, sufrieron una enorme decepción al llegar. No había ni casa, ni huerta ni pitonisa. Fascinados,  encontraron un gran desierto tapizado de escamas que brillaban como plata, a la luz de la luna.

 











lunes, 13 de octubre de 2014

JORGE LUIS BORGES/ "EL SUEÑO"

 La noche nos impone su tarea

mágica. Destejer el universo,

las ramificaciones infinitas

de efectos y de causas, que se pierden

en ese vértigo sin fondo, el tiempo.
La noche quiere que esta noche olvides

tu nombre, tus mayores y tu sangre,

cada palabra humana y cada lágrima,

lo que pudo enseñarte la vigilia,

el ilusorio punto  de los geómetras,

la línea, el plano, el cubo, la pirámide,

el cilindro, la esfera, el mar, las olas,

tu mejilla en la almohada, la frescura

de la sábana nueva, los jardines,

los imperios, los Césares y Shakespeare

y lo que es más difícil, lo que amas.

Curiosamente, una pastilla puede

borrar el cosmos y erigir el caos.

miércoles, 1 de octubre de 2014

ANA MARÍA SERRA/ "ENCUENTRO CON ASTERIÓN"

Corrió agitada por los estrechos pasillos mientras el corazón le latía con fiereza. Trataba de no ponerse nerviosa, de aflojar los músculos, que sentía cada vez más tensos. Sabía que era solamente un juego y que si no encontraba la salida pediría auxilio para que la fuesen a buscar.
Ya llegamos, ¿les gusta? La idea es que cada uno de nosotros recorra el laberinto en el menor tiempo posible. Como hoy no hay turistas, estaremos tranquilos. Martín, el creador de la idea daba las instrucciones a sus ansiosos amigos.
A ella le tocó el último turno en el sorteo. Bueno, Ariadna, escondé el hilo porque acá nadie te va a ayudar. El punto de reunión es la fuente de piedra que está en el centro del parque. Te esperaremos con el cronómetro.
Casi todos habían tardado, minutos más, minutos menos, no demasiado tiempo; por eso accedió confiada al laberinto. Pero cuando estaba girando por uno de los pasadizos percibió esa respiración que la hizo entrar en pánico poco a poco.
Mientras sus pasos seguían recorriendo las monótonas galerías, vino a su memoria la turbulencia de recuerdos que no le permitían vislumbrar la salida entre plantas enmarañadas.
No me siento seguro de nada, era Martín el que aquella tarde le había tirado en la cara, como con un golpe seco, esa sentencia. No sos vos, es todo lo que me rodea…no sé, quiero irme, viajar, conocer otra gente y al mismo tiempo estar solo, ordenarme y ver qué es lo que realmente quiero. Seguramente estás pensando que soy un egoísta, pero vas a ver que a vos también te va a venir bien esta separación.
Había tratado de reprimir el llanto al mismo tiempo que se maldecía por ser tan idiota comportándose como una heroína de telenovela barata.
Ahora la respiración le llegaba a la nuca. No quiso darse vuelta porque sabía que no vería nada, pero estaba segura de que estaba ahí. Se preguntó si los demás también habían pasado por esa experiencia. No es mi imaginación –se dijo- aunque más que una persecución, lo siento como un acompañamiento.
La densidad del aire hacía que en el atardecer todo se viera de otra manera, los pasadizos de ramas y hojas parecían multiplicarse. Pensó angustiada que necesitaba encontrar la salida y reunirse con sus amigos para volver a sentirse humana, cuando la respiración de ese ser la envolvió por completo y se sintió tomada por la cintura y llevada en vilo por los corredores estrechos y húmedos. Quiso gritar, pero su garganta se lo impidió. Cerró sus ojos, no quería enfrentarse con nada que intuía podría ser monstruoso.
Fue conducida con extrema suavidad, como si flotase, y al fin depositada en el suelo, que sintió tibio y mullido. Supo que había sellado un pacto secreto y que él la había protegido en ese mundo oculto y revelador del que emergería definitivamente libre.

Abrió los ojos tratando de encontrar la fuente en la que la esperaban sus amigos. Sus pies se hundieron en una arena blanca y el mar verde intenso se le reveló espejo de la isla de Creta.

 En: La trama engañosa. Buenos Aires, En el aura del sauce, 2012.-






jueves, 18 de septiembre de 2014

JACQUES PREVERT/ "ARENAS MOVEDIZAS"

Demonios y maravillas
Vientos y mareas
A lo lejos ya el mar se ha retirado
Y tú
Como un alga dulcemente acariciada por el viento
En las arenas del lecho te agitas entre sueños
Demonios y maravillas
A lo lejos ya el mar se ha retirado
Pero en tus ojos entreabiertos
Han quedado dos pequeñas olas
Demonios y maravillas
Vientos y mareas
Dos pequeñas olas para ahogarme.

                                                    

De: PALABRAS (1989)






lunes, 8 de septiembre de 2014

ANA MARÍA SERRA/ "CARTAS"


Se acercó hacia el lugar con muchas dudas. Se repitió que no tendría que haber ido.
Sin embargo estaba allí, caminando por la vereda que bordeaba ese paredón interminable, de ladrillos desteñidos por el paso del tiempo y la falta de mantenimiento.
Llevaba varias cartas: las había escrito a lo largo de muchos meses. Cartas que el destinatario no había recibido, pues cada vez que terminaba una, sucedía lo mismo; la guardaba en un sobre, escribía la dirección y después la arrinconaba en un cajón de su escritorio.
Invariablemente todas eran similares. Comenzaban con largos parlamentos con titubeantes disculpas que intentaban ser coherentes.
Pero la escritura le ganaba la partida: se convertía en una hechicera que dominaba su mano (porque las cartas estaban escritas con su prolija y legible letra femenina). El resultado era un texto contradictorio, que finalizaba con amargos reproches.
Y ahora se encontraba con ese montón de sentimientos guardados en su bolso. Lo llevaba muy apretado contra su pecho.
Ni una sola de esas cartas tenía sentido.
¿Cómo pudieron construir esa extraña relación? No encontraba respuestas. Tampoco recordaba cómo se había interrumpido el vínculo. Pero seguía avanzando hacia la entrada.
La incertidumbre la atormentaba ya que no se sabía capaz de llamar cuando estuviera frente al enorme portón.
Se puso a barajar las posibilidades de su atrevimiento.
Supongamos que me animo, golpeo el llamador antiguo (¿todavía no habrán puesto portero eléctrico, ni siquiera un timbre?) y sale él a la puerta. ¿Cómo estará, cómo me mirará? Pero por ahí él no está, entonces sale la madre. Debe ya estar muy vieja, ¿cuándo la vi por última vez?
Seguro que sale él. Viene hacia mí y yo, mirándolo a los ojos, le entrego una por una las cartas que le escribí, pego media vuelta y sin decir palabra, me voy.
¿Me atreveré?
Llegó al portón en medio de sus cavilaciones. Una gruesa cadena rodeaba el picaporte; el llamador había sido quitado de allí, pero en su lugar no habían colocado un timbre ni tampoco había portero eléctrico. Sus posibilidades de ser atendida se redujeron a llamar mediante gritos o aplaudir hasta que la escucharan. ¿Habría alguien?
Miró por primera vez hacia el jardín que antecedía la casa. Todo estaba cubierto por una niebla compacta, como un telón que tapaba el escenario. No pudo distinguir ni siquiera una ventana, menos una planta o una flor.
Se le ocurrió que la densa nebulosa que aparecía entre el portón y la casa era el límite que separaba dos mundos. Asombrada, miró hacia el fondo y hacia enfrente de la vereda por la que caminaba: la visibilidad era perfecta.
La recorrió un escalofrío. Nunca podría entrar. No solamente por la gruesa cadena con candado, (los paredones que la circundaban no eran muy altos, podía saltarlos si se lo proponía) sino porque trasponer ese portón significaba atravesar otra dimensión.
No sabía hacia dónde la llevaría esa decisión. Se reconoció cobarde. Abrió su bolso y tomó el puñado de cartas. Lentamente, su mano dejó que la brisa las esparciera por la vereda.
Dio media vuelta. Y se fue sin decir una palabra.

 
                             De: La trama engañosa (2011)