jueves, 20 de octubre de 2016

ANAMARÍA SERRA/ "PASO A PASO"

en la playa desierta
el horizonte se cubre de fuego

los pies
cobijados de arena
despiertan
y aligeran la pereza de la tarde
siguen el camino bordado de espuma
desaparecen en la sombra alargada
que proyecta el cuerpo
 
los pies
no quieren llegar a ninguna meta
la brisa marina
les canta su libertad


 




miércoles, 5 de octubre de 2016

ANAMARÍA SERRA "LOS SONIDOS DEL SILENCIO"


En el recorrido lo sorprendió la noche. Miró hacia el cielo: jamás lo había visto tan resplandeciente; las estrellas se abrían y cerraban como guiños luminosos.
Repasó sus últimos movimientos para no desconcentrarse; ese trabajo que semanas atrás lo había tentado un poco más a causa del adelanto recibido en dólares, se había vuelto simple rutina.  
El marido engañado, un riquísimo empresario, había puesto a nombre de su mujer –como regalo de casamiento-  varias  propiedades más una cuenta en Suiza. Un arranque de amor ahora transformado en una bomba a punto de explotar. El poderoso con orgullo herido  no había vacilado en   “ordenarle” que siguiera a esa pareja.
Experto detective en traiciones matrimoniales, los observaba desde pocas semanas atrás. Obtuvo fotografías bastante interesantes en calles, paseos y restaurantes. Sin embargo, estaba convencido de que encontraría el broche de oro con la filmación de la infidelidad consumada   lejos del bullicio y del trajinar urbano.
 La noche fría –junto a cierto clisé de tanta novela policial leída en momentos de ocio- lo obligaron a  vestir un largo impermeable, sombrero y guantes de cabritilla. Ahora, después de haber seguido el automóvil de los amantes por la ruta sinuosa que bordeaba la ciudad  prefirió estacionar el suyo en un punto estratégico y continuar a pie, cámara en mano, hasta la propiedad que se alzaba, imponente, en la cima de la colina rodeada de árboles.
Tal vez por la falta de ejercicio y de una dieta adecuada, o por el exceso de cigarrillos, o porque no estaba acostumbrado a respirar tanto aire oxigenado, se dio cuenta de que la subida se le estaba volviendo trabajosa. Un persistente perfume a flores silvestres lo envolvió por completo y a partir de ese momento cayó en la cuenta de que entraba a otra dimensión.
Comprobó aliviado que se sentía mejor; impermeable, sombrero y guantes habían desaparecido; hombre del asfalto, del ruido y de los males de la ciudad, percibía que el ambiente por el que estaba transitando semejaba otro mundo. Un coro de susurros acompasados se impuso en sus oídos. El follaje de los árboles y las flores  armonizados con la brisa, el croar lejano de ranas, algún chistido de lechuzas y la letanía de los grillos, sumado al aroma silvestre le  dieron la sensación de que había una comunidad no humana que se comunicaba, que lo rodeaba, que lo recibía con cierto resquemor.  
Trató de agudizar al máximo cada uno de sus sentidos para acoplarse a la nueva situación, para entender esos murmullos que por momentos parecían cerrarle el paso. Rápidamente se quitó el suéter, la corbata, zapatos, medias  y se desprendió la camisa; el calor comenzaba a invadirlo, y juzgó apropiado quitarse algo de ropa. Mientras continuaba su caminata ascendente notaba que también su mente se agilizaba, aunque le costaba cada vez más trabajo repasar el plan de acción trazado en su oficina; se había olvidado del abandono de la cámara junto con su ropa más pesada, en el hueco de un árbol añoso.
No se sorprendió al comprobar que árboles, luciérnagas, flores, ranas, arbustos, toda criatura animal y vegetal mutaba su forma y cobraba otra vida, casi humana. Experimentó la necesidad incontenible de despojarse de lo que aún llevaba puesto. Así, desnudo, era una criatura más, pero no pertenecía a ese reino. Por primera vez en muchos años, tomó conciencia de todas sus miserias; como si esas criaturas le inyectaran por los poros los recuerdos de las vilezas cometidas, su abandono a quienes más lo querían, las jugarretas crueles a los verdaderos amigos, los negocios turbios, las intromisiones en la privacidad de los demás y la soledad que lo envolvía. La dureza de su rostro se transformó, una mueca cruzó abriendo su boca; con los brazos rodeó su cuerpo y así dejó que el llanto lo avasallara.
La calma llegó en el momento en que se imaginó abrazado, fundido al lugar, cuando la brisa tibia agitó las hojas que parecieron acariciarlo, cuando las flores exhalaron un aroma adormecedor y las luciérnagas le infundieron calor al tiempo que un rayo de plata se filtró para teñir su cuerpo. La noche creó una unidad, un bloque placentero.
Fue inútil que el marido engañado contratara otros detectives; la mujer se fue con el amante y se llevó gran parte de su fortuna. Nadie volvió a ver al hombre que se había dedicado durante tanto tiempo a la pesquisa de parejas adúlteras.