El más libertino de los escritores
japoneses y el mejor escritor de los libertinos japoneses, así define Carlos
Rubio a Nagai Kafu.
Comenta que su genialidad radica en el
lirismo evocador del Japón que desaparecerá hacia 1930 y en su “extraordinario
sentido de la estructura narrativa”.
La identidad de su obra literaria se
basa en una prosa ligera, propia del Japón premoderno, en su admiración por la
literatura francesa y por el Tokio del pasado.
Supo combinar de manera genial pasado y
futuro, Confucio y Maupassant, Oriente y Occidente, y situar sus historias en
los bajos fondos de Tokio durante las primeras décadas del siglo XX.
Un extranjero en su propio país, a su
regreso de la experiencia vivida en Estados Unidos y en Paris, sabrá aportar
universalidad a su obra, será un cronista lírico e imparcial de la vida en las
callejuelas de Tokio, donde se desdibujaba y se hundía en medio del fragor de
la Modernidad japonesa la cultura de Edo.
Las dos novelas que forman parte de
este libro que lleva como título el de una de ellas[i], tienen como personajes
fundamentales a dos prostitutas, sin bien en ambas también es muy importante la
figura del intelectual escritor, fascinado por ese mundo y esos personajes.
El primero de ambos textos, Durante
las lluvias, la protagonista es Kimie, una especie de versión femenina
del escritor, según apunta Rubio. Una camarera o prostituta sin licencia,
empleada en un café en donde los hombres de buena posición tienen citas
amorosas con las empleadas. En la novela se comenta que en ese momento ya no
hay diferenciación entre geishas y camareras, y también se destaca que
Kimie no ejerce su oficio por apremios económicos o por una vida desdichada,
sino por gusto.
La joven huyó de su pueblo para evitar
un matrimonio que no le agradaba y llega a la gran ciudad para desempeñarse
como oficinista, pero ese empleo la aburre y decide seguir los pasos de su
amiga Kyoko.
Kimie había decidido ser libre, no
atarse a ningún hombre y a la vez disfrutar de la vida sexual, prefería tener
aventuras pasajeras, no importaba si su acompañante fuese joven o viejo,
apuesto o feo y tampoco le interesaba el dinero, así no habría complicaciones.
La novela comienza con una somera
descripción de la personalidad de Kimie, para pasar a resaltar que en ese
momento de su vida (tiene diecinueve años), está preocupada por ciertas
experiencias perturbadoras: el corte sorpresivo de una de las mangas de su
kimono mientras caminaba con unas compañeras, la sustracción de una peineta
engastada con perlas auténticas sin que ella lo notara, la aparición de un
pequeño gato muerto en el armario de su habitación y de un artículo
periodístico en una publicación de poca monta, donde se la mencionaba,
resaltando que ella tenía tres lunares en su muslo izquierdo.
Esto la alarmaba, ya que solamente dos
caballeros conocían la existencia de esos lunares. Uno era un anciano con quien
había mantenido relaciones antes de ser camarera, el otro, un escritor, Susumu
Kiyoka, quien había aumentado su popularidad desde que ella lo conociera en la
cafetería.
Kimie es un ser libre, ha elegido esa
vida y está satisfecha con su elección. Cree que su relación con Kiyoka ha
llegado a una meseta, por lo que espera que terminen como amigos. Es por ello
que no duda en pasar una noche con el señor Yata.
Aunque Kiyoka no sabe esto, la descubre
coqueteando con un señor mayor en la calle, y luego presencia el alegre
encuentro entre la pareja con Kyoko, que ha cambiado su nombre por Kyoha.
Indignado, decide vengarse; aquí
entonces queda al descubierto que quien tramó esas circunstancias que asustaron
a Kimie, fue Kiyoka. Actuó como un amante despechado.
Pero Kimie no sospechará sobre él.
Este personaje, un intelectual que
viene de una familia de intelectuales y que se ha separado de su esposa, la que
a su vez está divorciada de su primer marido, tiene un comportamiento casi
adolescente.
Su padre, un hombre con férreas
costumbres tradicionales, ha llegado a apreciar a Tsuruku, su ex nuera, casi
como a una hija. Ella es una mujer discreta, culta y afectuosa.
El narrador presenta los hechos, un
observador que no juzga. De todos modos, lleva al lector a tomar partido por
Kimie, su autenticidad, desprejuicio e inocencia. Cualidades de las que carece
Kiyoka, ganado por los celos y tramando venganza.
Si bien el narrador por momentos se
transforma en omnisciente, nunca abandona su objetividad.
Por eso la maestría con la que nos va
descubriendo la obsesión de Kiyoka por Kimie, un sentimiento enfermo en el que,
rencoroso, se vale de la ficción. Se podría afirmar que Kofü apela a lo que se
denomina la técnica del “pliegue barroco” a través de su personaje. Efectivamente,
Kiyoka recurre al ejemplo de una novela de Balzac para justificar una probable
venganza que será deducida por la propia Kimie, su víctima.
A partir del momento en que la muchacha
resulta herida, en una noche lluviosa y en un lugar desconocido, comprenderá el
peligro ante el amante despechado; su vida despreocupada y libre se verá
acotada y pensará de debe regresar a su pueblo.
Hacia el final de la novela, el
encuentro con el “tío“ Kawashima, enfermo y sin posibilidad de recuperación, se
revelará como un momento de ternura, donde una bondadosa Kimie se dejará llevar
por la bebida y la necesidad de afecto.
El lector percibe que los tiempos están
cambiando, la lluvia y la noche son el marco para la descripción desapasionada
de un ambiente hostil y la toma de conciencia de la joven, que ya no podrá
hacer lo que quiera con su vida, su futuro probable será rendirse ante el canon
social de una muchacha común.
El título de la novela marca el quiebre
entre la vida de Kimie y sumerge a Kiyoka en la oscuridad.
Si bien en los dos textos que conforman
esta edición los protagonistas son prostitutas y escritores, en Durante las
lluvias hay una mirada negativa hacia el intelectual atado a prejuicios,
egoísta, vengativo e insatisfecho. Y una mirada nostálgica hacia la
protagonista, que había decidido ser libre sin perjudicar a nadie, pero esto no
fue posible.