El rancho nadaba en un mar de patos, blancos, grises,
picazos y algunos negros. Se despiojaban a la luz postrera, aleteando
ruidosamente, y ya secos, como disfrutando de un rito, de un gozo inacabable,
volvían una y otra vez a romper en mil brillos la gema verde del tajamar, y la
pelusa de sus plumas ascendía por el aire tibio de la tarde.
Golpearon las manos contra el alambrado y dos perros
hicieron un claro de ladridos, seguidos de la vieja.
-Juiira…juiiiraa carajo…¿Qué se le´h ofrece?
-Un poco de agua abuela, y descansar; caminamos desde la
ruta porque veníamos de Paraná haciendo dedo, pero como se nos viene la noche
tratamos de buscar una casa, somos estudiantes…
La vieja dejó que se acercaran conteniendo a los perros,
el mar de patos, expectante, se había cerrado otra vez. Los estudiantes
siguieron dando explicaciones de hacia dónde y cómo se llamaban, la vieja y los
perros olfateaban, medían, hasta que los perros, súbitamente, salieron
disparados campo afuera y los patos volvieron a sus plumas. Las de la cola,
sobre todo, daban mucho trabajo, crraauuaaaac, el serrucho del pico alisando
las más largas. Gritos de alguna hembra desbordada por el asedio brutal de
varios machos. Crraaauuaaaac, el serrucho bajo las alas. Las plumitas diminutas
esponjando los reflejos violetas del paisaje.
Después, un viejo banco, la noche entrando en la charla y
el milagro, límpido, destacando primero su gran cabeza y después la miríada de
su cola. El comenta se columpió ahí nomás, sobre el alero.
Los estudiantes se pusieron a explicar cifras, radios,
longitudes. La vieja trató de agarrar un pato para la cena sin escuchar
demasiado. Con sus años, era la segunda vez que veía al Halley; muy chica,
había sido alzada por su padre para ver el prodigio enmarcado entre los sauces
y ahora estos gurises diciendo cosas tan difíciles, cuando este pato no se
termina de quedar quieto, carajo, y estas manos flojas de puro reuma, y las
largas alas del pato levantando viento y plumas y otros patos alborotándose, y
otros vuelos haciéndole volar la pollera, qué vergüenza, pero si lo suelto, y
los pies sin el piso y la pelusa que asciende y la bandada en silencio y la
vieja toda plateada y el rancho encendido de azul, y los dos chicos sin cifras
en su banco celeste, todos entrándose en la cola fantasmagórica del cometa.
Bello, muy bello...
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