martes, 25 de junio de 2013

LA CARTA- EZEQUIEL PRADO

                                Al destino le agradan  las repeticiones, las variantes, las simetrías.
                              
                                                                                                                 Jorge Luis Borges.
 
  Cuando la abuela Fausta se levantó como escapando de una pesadilla, todos quedamos en silencio. Los eucaliptos saltaban en el calentador como granizos en el pasto. Un viento sin invitación irrumpió en las calles con oleajes encrespados de arena y los árboles empezaron a moverse semejantes al abanico de una reina.
La abuela Fausta se dirigió al armario, puso sus manos de pluma en el cajón y tiró de él. Felisberto, el hijo, vivía bajo los signos de la indolencia y la gula. Ahora, la miraba comiéndose unos bizcochitos de grasa. Fermina, que la cuidaba más que a su propia madre, tardó en reaccionar.
 La abuela revolvió el cajón. A pesar de la neblina que habitaba en sus anteojos, encontró  una Biblia y en ella un mechón de pelo. Lo acarició y se tocó la panza, como si hubiera acertado el mandato de una voz abstracta, borrosa, que le gritaba desde sus entrañas. Después sacó un diente que dormía guardado en su cajita de alianzas  y obedeció la orden oculta. El siguiente hallazgo fue una fotografía: estaban en la piedra movediza el finado Rubén, su marido, Felisberto y Tito, su otro hijo, que hacía un año había viajado a Buenos Aires a probar suerte como dibujante.
 Fermina se le acercó tímidamente, viendo que la abuela Fausta tenía la intención de despojar la casa. ¿Qué busca, abuela?, le preguntó en un tono leve.
La abuela levantó la vista lentamente, con los ojos de un perro que es molestado cuando mastica su hueso. La carta, dijo con austeridad.
Al verle el rostro, Fermina no pudo menos que dirigirse  a mí con otra pregunta:
¿Qué carta?....si acá el cartero hace rato que no pasa, agregó con un leve movimiento de la mano derecha en la que los dedos se unían en un punto para la claridad de la expresión.
La abuela abandonó el cajón y se puso a mirar los dibujos de Tito colgados en la pared y acarició el del picaflor, que le sacaba la cera de los oídos a una anciana. Luego, y siempre tocándose la panza, fue hacia el que más le gustaba, era un picaflor sacándole las espinas a Jesucristo.
 Después de unas horas, la abuela Fausta se fue  hacia la ventana, como si la voz interior se lo hubiera dictado. Miró apenas unos segundos y salió.
¡No, abuela!, atinó a decir Fermina. El frío le va a hacer mal.
No la escuchó.  Caminó hacia el jardín, que estaba al costado de la casa y la perdimos de vista. Con Fermina  nos miramos y decidimos seguirla. La vimos de espaldas, parada, mirando el árbol de laurel, y en el árbol un picaflor revoloteaba
 Enseguida el viento trajo otros invitados y en ese instante la abuela cayó. Corrimos con Fermina; como pudimos la levantamos y la arrastramos hasta su cuarto, mientras Felisberto se preparaba un vermut y nos decía tranquilos, tranquilos.
Exhaustos, la recostamos en su cama.
No reaccionaba. Fermina inmediatamente se puso el tapado y fue en busca del médico, y en ese momento el cartero golpeó la puerta y me entregó una carta.
Me quedé tieso, con el sobre en la mano. Escuché que el viento se había marchado. Los árboles volvían a su sueño; la noche, oscureció la ventana. Miré el sobre y comprobé horrorizado que la dirección y el código postal eran exactos. Cuando llegó el médico, yo seguía paralizado con la carta. Fermina me miró y me la quitó de las manos. Acompañó al médico hasta la habitación de la abuela y mientras aquél empezaba a revisarla, ella levantó la carta y la puso sobre la luz de la lámpara que colgaba.
¡Es de Buenos Aires!, dijo sorprendida. De un impulso la bajó y rompió el sobre. Abrió la carta y mientras sus ojos iban de izquierda a derecha con extrema velocidad, Fermina me dijo trémula y sollozando "la abuela lo sabía…"

El médico, sentado al costado de la abuela también nos dijo "No hay nada que hacer"

3 comentarios:

  1. Precioso, me ha encantado desde el principio al fin, ese sentimiento de almas conectadas.
    ¿Se puede vivir así toda una vida?
    Me ha encantado Ana María
    Mar

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  2. No pude evitar ese nudo en la garganta, he vivido lejos de los míos y en mi corazón ha estado su latido.

    Gracias por quedarte en mi casita

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  3. Imagino que es una madre que sabe que algo le pasó al hijo. Sabe que él se acordó de ella y la llamó con un grito final para los dos.

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