Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las
simetrías.
Jorge Luis Borges.
Cuando la abuela Fausta se
levantó como escapando de una pesadilla, todos quedamos en silencio. Los
eucaliptos saltaban en el calentador como granizos en el pasto. Un viento sin invitación
irrumpió en las calles con oleajes encrespados de arena y los árboles empezaron
a moverse semejantes al abanico de una reina.
La abuela Fausta se dirigió al
armario, puso sus manos de pluma en el cajón y tiró de él. Felisberto, el hijo,
vivía bajo los signos de la indolencia y la gula. Ahora, la miraba comiéndose
unos bizcochitos de grasa. Fermina, que la cuidaba más que a su propia madre,
tardó en reaccionar.
La abuela revolvió el cajón. A
pesar de la neblina que habitaba en sus anteojos, encontró una Biblia y en ella un mechón de pelo. Lo
acarició y se tocó la panza, como si hubiera acertado el mandato de una voz
abstracta, borrosa, que le gritaba desde sus entrañas. Después sacó un diente
que dormía guardado en su cajita de alianzas
y obedeció la orden oculta. El siguiente hallazgo fue una fotografía:
estaban en la piedra movediza el finado Rubén, su marido, Felisberto y Tito, su
otro hijo, que hacía un año había viajado a Buenos Aires a probar suerte como dibujante.
Fermina se le acercó tímidamente,
viendo que la abuela Fausta tenía la intención de despojar la casa. ¿Qué busca,
abuela?, le preguntó en un tono leve.
La abuela levantó la vista
lentamente, con los ojos de un perro que es molestado cuando mastica su hueso.
La carta, dijo con austeridad.
Al verle el rostro, Fermina no
pudo menos que dirigirse a mí con otra
pregunta:
¿Qué carta?....si acá el cartero hace rato que no pasa, agregó con un
leve movimiento de la mano derecha en la que los dedos se unían en un punto
para la claridad de la expresión.
La abuela abandonó el cajón y se
puso a mirar los dibujos de Tito colgados en la pared y acarició el del
picaflor, que le sacaba la cera de los oídos a una anciana. Luego, y siempre tocándose
la panza, fue hacia el que más le gustaba, era un picaflor sacándole las
espinas a Jesucristo.
Después de unas horas, la abuela
Fausta se fue hacia la ventana, como si
la voz interior se lo hubiera dictado. Miró apenas unos segundos y salió.
¡No, abuela!, atinó a decir Fermina. El frío le va a hacer mal.
No la escuchó. Caminó hacia el jardín,
que estaba al costado de la casa y la perdimos de vista. Con Fermina nos miramos y decidimos seguirla. La vimos de
espaldas, parada, mirando el árbol de laurel, y en el árbol un picaflor
revoloteaba
Enseguida el viento trajo otros
invitados y en ese instante la abuela cayó. Corrimos con Fermina; como pudimos
la levantamos y la arrastramos hasta su cuarto, mientras Felisberto se
preparaba un vermut y nos decía tranquilos,
tranquilos.
Exhaustos, la recostamos en su cama.
No reaccionaba. Fermina
inmediatamente se puso el tapado y fue en busca del médico, y en ese momento el
cartero golpeó la puerta y me entregó una carta.
Me quedé tieso, con el sobre en la mano. Escuché que el viento se había
marchado. Los árboles volvían a su sueño; la noche, oscureció la ventana. Miré
el sobre y comprobé horrorizado que la dirección y el código postal eran
exactos. Cuando llegó el médico, yo seguía paralizado con la carta. Fermina me
miró y me la quitó de las manos. Acompañó al médico hasta la habitación de la
abuela y mientras aquél empezaba a revisarla, ella levantó la carta y la puso
sobre la luz de la lámpara que colgaba.
¡Es de Buenos Aires!, dijo sorprendida. De un impulso la bajó y rompió
el sobre. Abrió la carta y mientras sus ojos iban de izquierda a derecha con
extrema velocidad, Fermina me dijo trémula y sollozando "la abuela lo sabía…"
El médico, sentado al costado de la abuela también nos dijo "No hay nada que hacer"
Precioso, me ha encantado desde el principio al fin, ese sentimiento de almas conectadas.
ResponderEliminar¿Se puede vivir así toda una vida?
Me ha encantado Ana María
Mar
No pude evitar ese nudo en la garganta, he vivido lejos de los míos y en mi corazón ha estado su latido.
ResponderEliminarGracias por quedarte en mi casita
Imagino que es una madre que sabe que algo le pasó al hijo. Sabe que él se acordó de ella y la llamó con un grito final para los dos.
ResponderEliminar