Una escritora
inglesa –Virginia Woolf-, queriendo probar que ninguna mujer, en la época de
Shakespeare, podría haber escrito las obras de Shakespeare, inventó para él una
hermana llamada Judith. Judith tendría el mismo genio que su hermano William, la
misma vocación. En realidad sería otro Shakespeare, sólo que, por gentil
fatalidad de la naturaleza, llevaría faldas.
Antes, en
pocas palabras, Virginia Woolf describió la vida del propio Shakespeare: había
asistido a escuelas, había estudiado en latín a Ovidio, Virgilio, Horacio, y
además todas las otras bases de la cultura; de niño había cazado conejos,
deambulado por los alrededores, observado bien lo que quería observar, almacenando
infancia; ya muchacho, se vio obligado a casarse a toda prisa; esa ligera
liviandad le dio ganas de escapar y ahí se fue, camino de Londres, en busca de
fortuna. Como está probado, le gustaba el teatro. Empezó por colocarse como
vigilante de caballos en la puerta de un teatro, después se metió entre los
actores, consiguió ser uno de ellos, frecuentó el mundo, afiló sus palabras en
contacto con las calles y el pueblo, tuvo acceso al palacio de la reina, acabó
siendo Shakespeare.
¿Y Judith?
Bueno, Judith no iría a la escuela. Y nadie lee latín sin saber al menos las
declinaciones. A veces, como tenía tantos deseos de aprender, echaba mano a los
libros de su hermano. Sus padres intervenían: le mandaban zurcir medias o
vigilar el asado. No por maldad: la adoraban y querían que fuese una verdadera
mujer. Llegó el momento de casarse. Ella no quería, soñaba con otros mundos. Su
padre le pegó, vio las lágrimas de su madre. Luchando contra todo, pero con el
mismo ímpetu que su hermano, ató su fardel y huyó a Londres. A Judith también
le gustaba el teatro. Paró en la puerta de uno, dijo que quería trabajar con
los artistas; hubo una carcajada general, todos imaginaron otra cosa. ¿Cómo
podría conseguir comida? No podía seguir andando por las calles. Alguien, un
hombre, sintió pena de ella. Poco después esperaba un hijo. Hasta que una noche
de invierno se mató. “¿Quién”, dice Virginia Woolf, “podrá calcular el valor y
la violencia de un corazón de poeta cuando está preso en el cuerpo de una mujer”?
Y así acaba
la historia que no existió.
En: Donde se enseñará a ser feliz y otros
escritos.
El mundo sigue estando lleno de estas "verdaderas mujeres"
ResponderEliminarUNA HISTORIA QUE NO EXISTIÓ PORQUE NO LA DEJARON SER. HAY EN CIERTOS LUGARES HISTORIAS COMO ESTA
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