domingo, 14 de abril de 2013

ANA MARÍA SERRA- TRES SILUETAS


Dos hombres reunidos en la bruma, dos siluetas recortadas sobre un fondo gris, violáceo. Encuentro sin duda furtivo, sin testigos. Parecen de mediana edad, visten trajes que no logran ocultar los vientres que avanzan debajo de los impermeables. Los dos llevan paraguas negros, gigantescas corolas invertidas, amenazantes. El diálogo se diluye en el murmullo del lago. La luz que emerge del horizonte los recorta aún más sobre la orilla.
Tal vez el bote no llegue a tiempo, pienso mientras avanzo hacia ellos. Una tenue luminosidad llega hasta mis ojos. Mis pies se hunden en la greda húmeda. Como ellos, voy cubierto por un paraguas y visto un impermeable, tímidas excusas ante la aspereza del clima. Cuando llego, ambos se me acercan. Es esta persistente niebla que lo cubre todo la que me hace dudar por un instante si no es mi propia figura la que se ha desdoblado y forma un trío lúgubre.
Me estrechan la mano mientras uno de ellos intenta disfrazar de sonrisa una mueca de complicidad. Al fin llega el bote. Miro mi reloj, ha sido puntual.  Tres hombres que suben a un bote y emprenden el viaje; dos de ellos comentan que en pocas horas despejará la niebla y llegará el sol, mientras el tercero piensa que es una lástima que eso suceda, pues el sol descubre  mejor los ánimos, pinta el paisaje con colores brillantes. Y ese bosque se mostrará en todo su esplendor, y la gente se sentirá bien, y él no podrá tener el marco adecuado para la historia que habrán de vivir.

Aunque trato de esconder el rostro de la mirada de mis compañeros de travesía, mis pensamientos me arrancan una media sonrisa. El sentimiento dramático me ha ganado todas las partidas. Vanos esfuerzos realizados por ser alguien indiferente, siempre emerge el romántico, el fatalista.
Dos hombres conversan animadamente, el tercero, se muestra taciturno. La serenidad del lago deja escuchar los gritos de las gaviotas que se agolpan detrás del bote; ya comienza a entreverse el bosque de coníferas en la orilla cercana.
El bote queda amarrado en el pequeño muelle. Presido la triple fila de siluetas armadas de paraguas negros y ataviada con impermeables. Miro hacia arriba y repaso una vez más la subida empinada por la estrecha cuesta que lleva hasta la cabaña. A mis espaldas, mientras subimos, siento la trabajosa respiración de los dos hombres.

Finalmente se presenta ante ellos la cabaña de troncos, ubicada estratégicamente en un claro del bosque. La cabaña que será el escenario montado para la escena final, parte de la historia ya es conocida por ellos, que deberán ser los únicos espectadores del desenlace.
Dos hombres que oficiarán de “voyeurs” en el encuentro, tantas veces postergado, de esa pareja. Ella se ha asomado a la puerta, y cuando los ve acercarse (cuando me ve a mí encabezando la pequeña y agitada comitiva) sonríe con cierta provocación.
Dos hombres que tienen instrucciones precisas; no deberán participar en ningún momento, cualquiera sea el resultado de esa cita en la que se entremezclan, por partes iguales, el odio y el amor. Ellos solamente deberán registrar paso a paso, minuciosamente, el final de la historia.


2 comentarios:

  1. HERMOSA HISTORIA MUY INTRIGANTE. DA PARA PENSAR EN VARIAS POSIBILIDADES. MUY BUENAS FOTOS

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  2. Interesante relato. Por otro lado la presencia de la niebla, como un personaje que esconde, que confunde, que pierde, me hacen pensar en Marechal, en Cortazar, en Dolina en fin, en la literatura misma.

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