Contra un muro de tiza
(monólogo en ostracon)
Tiro la
piedra para que caiga en 1. En 1 siempre
es fácil, mamá. Al final está el cielo, ahí dónde vamos a encontrarnos, apenas
atrape esta piedra que ahora cayó lejos, en otro lugar… en esa habitación donde
me escondo para buscarla debajo de la cama, casi sin respirar, para que la
enfermera no me sienta, pero el que entra es un hombre que te toca y te duele y
yo salgo a gritarle para que te deje en paz.
Busco el 2
en el piso, pero ya no está más junto al uno. Debo hallar el 2 para arrojar la
piedra sobre su corazón de tiza, suavemente para que no se esfume, así como de
a ratos se borra la risa de tu cara que no quiero perder mientras te juego,
mamá, te juego que nos vamos a encontrar en ese cielo que a propósito escribí
con muchas letras para que no te desorientes. Quiero llegar al 2 que es un
rectángulo igual al de la foto que hicimos en el mar, contra la espuma, el día
de la incursión sobre los caracoles con bichos, que dijiste que los vacíos no
son más que una casa abandonada y que te daban pena esas casas sin gente
habiendo tanto homeless por doquier, doquier repetiste y nos reímos de las
palabras viejas. Homeless, pronunciaste y nos reímos de las palabras ajenas.
Sí, también juntábamos palabras viejas y ajenas y ahora que las quiero las
anoté en el cielo, bien grandes para que te rías, mamá y para que no te
pierdas.
El 3. Ya sé qué esperar del tres, porque es un
número que convierte al dos en familia y si se vuelve al 2, dijo mi padre, ya
no tiene sentido, entonces es mejor que te quedes con los abuelos y la tía Neca,
porque el 4 escrito sobre el muro es para los equilibristas y vos sabés que
para ir al cielo hay que dar muchas vueltas aunque a veces, ni siquiera así se
llega, porque el cielo es un compromiso con la muerte, como no sé si puedo
comprometerme tanto mejor doy la espalda y camino hacia el oeste que en este
juego es la mayor distancia con tu cielo de tiza.
Dónde está
el 5. Garabateado debajo de mi cuerpo, de mis rodillas sucias del hollín de las
urbes, penitente de pena no de castigo, de una pena de ausencia de ese cielo en
pináculo que no quiere ser cárcel sino centro de reunión con un mundo perdido.
No es cierto, no está perdido mamá, si me incorporo y salto en un pie de
puntillas para que no despiertes porque si descansás mucho vas a poder un día
levantarte y pararte a mi espalda para armarme esa trenza cocida que me hace
tan grande que parezco una chica, no una nena, si te pinto un poquito los
labios y los ojos y que tu padre te vea y se asuste pensando en lo que viene,
que no viene porque se fue en el 4 y no hay regreso.
Para
perderse está el 6, que a simple vista no aparece, pero que si lo encuentro
puedo planear el otro, el de un cielo estrellado donde aquella sos vos y la
otra chiquitita al lado yo, que titilamos porque estamos hablando y riendo y a
veces también bailamos y cantamos, pero ahora no creo tanto en eso, ahora que
si busco el 6 y salto con gracia como aquel día del acto de fin de año que
saltaba y caía sobre una cama elástica en el centro de un circo de utilería en
el cual caben todos los niños de segundo año seguro que voy a llegar y vamos a
caber nosotras dos.
Mire,
vecina, le aconsejo no quedarse con un solo hijo, sabe, porque cuando se va el
vacío es enorme, una termina metida dentro de una cama sin saber para qué era
que respiraba y para quien era que cocinaba o lavaba o planchaba, le decía a
veces la señora de 7ºB. Pero yo le diría, ahora, de puro rencorosa, que una
sola madre también es poco porque cuando se va uno tiene que hacer malabarismo
con una piedrita roja en un mundo sin límites hasta encontrar un cielo que se
parezca al de la playa, que de tan azul no se puede ni mirar porque encandila.
El cascote va al 7 sin reproches y se queda a un costado, cerca de la línea
pero adentro para seguir saltando, como la línea imaginaria que trazabas en el
aire para que yo la cruce porque estaba prohibido y me atrapabas la mayoría de
las veces y en castigo yo tenía que rebuznar como un burro, caminar como un
pato, cacarear como una gallina, pero si no me atrapabas y yo salía de la
cocina entonces vos tenías que cantar como en la ópera que era lo más difícil y
llorábamos de risa.
Para el 8
no va a ser lo mismo porque mi brazo tiembla un poco tan cerca del cielo que
podría tocarlo con las manos, manos de dedos largos y finitos, de uñas cortas y
transparentes, que en el piano a veces se confundían con las teclas blancas y
parecía que tocaba solo pero yo no lo quería porque a vos te gustaba tanto que
te olvidabas de ayudarme con los deberes y de jugar conmigo. Yo golpeaba las
teclas a propósito pero no se rompían. Con el 8 no es lo mismo, debo llegar en
una sola pierna y el recorrido es largo, para agacharme como en una reverencia
que ahora que estoy más alta cuesta más mantener el equilibrio. Pero el cielo
de tiza contra el muro es una promesa de un espacio sin tiempo ni posturas, un
espacio de la madre y la hija, juntas y solas sin necas ni abuelos dolorosos.
Con el 9 es
distinto, es el último obstáculo antes del cielo, que es espacioso para que
quepamos las dos y hasta para que nos sentemos en él, como hacíamos en la plaza
a la hora del descanso bajo algún árbol libre, para mirar con detalle el
comportamiento de las hormigas y, de vez en cuando, atrapar alguna y arrojarla
contra la tela para ver el tamaño de la araña, que en mis sueños se agrandaría
obligándome a ir a tu cama, aunque ya no se puede porque a tu madre le duele y
si se mueve es peor. ¿Y si se muere, no es peor acaso? dijo la rebeldía de un
día para el otro poco antes de la internación, cuando ya no valía la pena. Con
el 9 es distinto, tan cerca y tan intrincado que no parece estar aquí. Tampoco
vale la pena, porque la piedra toma vuelo propio y se sale del cuadro y me
obliga a empezar todo de nuevo ya que no hay nada peor que hacer trampas aunque
sea a las cartas o a la rayuela o a la vida. Entonces, recojo el tejo, lo
guardo en el bolsillo de las ilusiones, que viene de iluso, no de engaño. Pero
no vuelvo a empezar, estoy tan cansada.
(El cuento forma parte de la Antología “Rayuela(s)”
conformada por textos de varios escritores argentinos en base a parte de la
serie “Rayuelas” de la artista plástica Rocío Colman Serra, presentados en esta
página)
EL TEXTO, HERMOSO, CRUEL A LA VEZ ESPERANDO UN ENCUENTRO MÁS ALLÁ DE LA VIDA. MUY BIEN LLEVADO PASO A PASO COMO EN LA RAYUELA QUE TODOS JUGAMOS EN NUESTRA NIÑEZ. ME ENCANTÓ EL ENLACE ENTRE CADA NUMERO.
ResponderEliminarLAS PRESENTACIONES DE LA ARTISTA PLÁSTICA, UNA MARAVILLA, PRECISA, LLENA DE TERNURA Y ACORDE AL TEXTO EN PERFECTA CONJUNCIÓN. QUIERO MÁS DE LAS DOS. MUY BUENAS
Cuando una historia esta abalada por la precisión de la escritura, ésta por mas cruel que sea, deja mas admiración literaria que dolor.Hermoso monologo.
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