lunes, 2 de septiembre de 2013

"LA EXTRAÑA"/ ANA MARÍA SERRA

Ningún habitante de aquel pequeño pueblo conocía su verdadera historia, a pesar de que no se sabía cómo ni cuándo había llegado. La mayoría trataba de ignorarla, apretaban con fuerza las manos de sus niños cuando por casualidad pasaba junto a ellos o cruzaban de vereda cuando la veían acercarse. Se tejían terribles historias sobre su condición y se había corrido la voz de que pesaba alguna maldición sobre su persona.
Aislada en una pequeña casa de piedra –nadie sabía cómo o quién la había construido- sobrevivía gracias a la huerta y a los huevos de las gallinas que picoteaban despreocupadas entre hortalizas, legumbres y hierbas aromáticas que exhalaban un perfume irresistible, mezclado con algunos árboles frutales que completaban su único tesoro.
Lo que más llamaba la atención en ella eran las escamas de plata que le nacían en la palma de sus manos y se extendían hacia sus hombros, fenómeno que también se repetía a partir de sus pies y llegaba hasta las rodillas. Se notaba que no quería llamar la atención, pero hasta la ropa que usaba no era común; la mayoría de las veces, largas túnicas cubrían su cuerpo pero no ocultaban ni sus brazos ni sus piernas, aún en pleno invierno.
 El rostro era otra rareza; enmarcado por un cabello que caía en mechones separados, negros y muy brillantes,  tenía forma perfectamente ovalada, la tez marmórea, los ojos redondos y grandes, con el iris amarillo-naranja, ojos de gato sagrado, de esfinge egipcia separados por una nariz recta; la boca, grande, de labios prominentes, rara vez esbozaba alguna sonrisa. Era extremadamente alta y su andar, como sus modales, felino. La voz, grave, profunda, solamente sonaba para quienes se acercaban tímidamente a comprar algún producto de la huerta o para los más osados, los que se animaban a consultarla sobre qué clase de vida les esperaba. Ella siempre respondía con alguna historia a modo de ejemplo, y el visitante se iba habiendo logrado paz interior.
Esta última actividad fue la que despertó la curiosidad de muchos y la veneración de quienes se habían arriesgado a comunicarse con ella. Poco a poco corrió por el pueblo su fama de profetisa, hechicera, bruja. ¿Por qué tenía ese aspecto tan raro?; ¿usaba lentes de contacto para parecer más exótica?; ¿y las escamas?, ¿eran escamas o simplemente una malla de plata que cubría sus brazos y sus piernas? ¿De dónde venía? Estaba claro que de algún país raro… ¿Pero en qué país podría vivir gente tan diferente de nosotros? ¿Era cierto que hacía milagros? No, milagros no; pero sí puede predecir tu futuro y encima…no cobra. ¿Pero…y si son malas noticias, también te las dice? Trata de prepararte, de infundirte calma, es una buena persona, cuando la desgracia se acerca, ya estás prevenido y casi resignado. No sé… ¿te parece?, a mí me da un poco de miedo, sobre todo por esa cosa de las escamas. Acá hay mucha gente crédula y también gente a la que le gusta engancharse con lo estrafalario, lo anormal. Acordáte de lo que le predijo a Blanca... ¿Y acaso no se cumplió? Sí, lamentablemente al primer indicio Blanquita prácticamente huyó del pueblo y se fue a la gran ciudad para que los médicos le confirmaran esa enfermedad y la trataran. Dicen que se curó, pero ya ves, no volvió nunca más… y todos los del pueblo que trataron de ubicarla, fracasaron en el intento. No me gusta, yo no me prendo en eso.


Ella y su diferencia del resto de la humanidad encerrada en el pueblo que la sentía distante a pesar de su habilidad para cosechar productos exquisitos y de su don para predecir el futuro y encima, para prepararlos a enfrentar fatalidades.  La envidia, el prejuicio, el odio que iba corroyendo poco a poco a esos seres para quienes el concepto de vivir quedaba enmarcado por los límites de ese lugar  pequeño e incapaz de crecer,  como sus conciencias.  Y así, a medida que pasaba el tiempo, comenzaron a gestarse dos bandos, los adherentes y los detractores, y estos últimos triunfaron sobre quienes la defendían. Clamaron justicia, tramaron venganza, idearon un ser diabólico sobre el cual descargar sus frustraciones. Y un día marcharon hacia su casa de piedra, agitados, abotagados, exaltados y envalentonados –aunque muchos disfrazaban su miedo con gritos, antorchas y piedras en sus manos-, dispuestos a incendiar casa, huerta y hasta a la misma bruja, si eso fuere necesario.
Sin embargo, sufrieron una enorme decepción al llegar. No había ni casa, ni huerta ni pitonisa. Fascinados,  encontraron un gran desierto tapizado de escamas que brillaban como plata, a la luz de la luna.



                                                                                          Ana María Serra.-




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