martes, 10 de septiembre de 2013

AL ACECHO/ ANA MARÍA SERRA

Estaba sentada con la mirada perdida en el vacío cuando sintió el irresistible impulso de mirar sus manos. Recordaba que las había cruzado sobre su regazo cansada de no hacer nada y de no tener nada que hacer
Regordetas y cortas –incapaces de expresar emociones, como toda ella- cobraron en ese instante vida propia. A pesar de que su cerebro no les había emitido ninguna orden, se independizaron de su cuerpo. Descubrió deslumbrada que las manos se estilizaban: los dedos adelgazaron y las uñas se alargaron.
Luego, con gestos que imitaban a las aves que procuran su alimento, comenzaron a buscar nerviosamente en la caja de hilos y agujas que estaba sobre la mesita, junto al sillón en donde ella permanecía tiesa como un maniquí.
Como una intrusa que ha entrado por la fuerza para ver un espectáculo al que no fue invitada, miró atónita cómo las manos que ya no le pertenecían tomaban hilo, aguja y un pequeño retazo de seda.
Se le antojaron bailarinas que danzaban un mágico vals vienés. Acariciaron la tela, enhebraron la aguja con el hilo que se transformó en filigrana de oro y plata, y bordaron en un instante un pañuelo increíble.
La mínima prenda quedó suspendida en el centro de la sala. Instantes después, con movimientos etéreos fue a posarse sobre el brazo de un sillón.
Entonces las manos buscaron otra cosa. Estaban frenéticas, pero no perdían la fineza ni la gracia que las había poseído.
Ella, pobre mujer de vida chata, abúlica y resignada, miraba sin comprender
 
Al fin encontraron los objetos preciados y esgrimieron con triunfo la aguja de tejer crochet y más hilo. La tarea les demandó solamente unos segundos. Fue tan abrumadora para ella que se sintió mareada. Es que las manos parecían multiplicarse. Las veía por todos los ángulos: movían aguja e hilo como saltimbanquis enloquecidos.
Y tuvo ante su vista un chal que jamás hubiese imaginado, solamente digno de una reina. Hasta sospechó que estaba recamado de piedras preciosas, pues emitía destellos de aguamarina, ámbar y esmeralda.
Al igual que el pañuelo, el chal danzó unos instantes por la sala y luego fue a depositarse sobre el respaldo de otro sillón. Despedía un brillo tan intenso que sus ojos quedaron cegados por un momento.
Otra vez poseídos, los dedos hurgaron por más material para seguir trabajando. La mujer les dirigió una mirada temerosa. Revolvían con ímpetu; hubiese jurado que con rencor.
Solamente hallaron hilo macramé. Lo utilizaron para fabricar –siempre con una velocidad inverosímil- pulseras, aros, collares. De ellos brotaron mariposas, libélulas, rosas, azahares, todos labrados con complicados puntos.
Llego el momento en que el costurero quedó vacío. Exaltadas, las manos se volvieron hacia ella. Con mucha dificultad, puso su mente en acción. Repasó su vida de pasividad y conformismo como una cámara que “barre” imágenes de una película. Y se quedó quieta.
Ellas, prestas garras de fieras al acecho, buscaron la presa desprevenida.
Los vecinos la encontraron rodeada de maravillosas artesanías.

Sospecharon que por el tamaño de las heridas en su cuello, el autor de esa muerte era un animal salvaje.
                                         Del libro de cuentos "La trama engañosa"








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