Etelvina y Luis van a
casarse. En vísperas de la boda, Luis muere. Etelvina se resigna porque confía
en que volverán a encontrarse en el Cielo. Pasan los años y ella espera,
espera... Espera que Dios la llame. Ahora es una viejita. Está atravesando la
Plaza de su barrio. De pronto -en el crepúsculo tocan las campanas del ángelus-
ve entre los árboles a Luis, que se acerca a paso lento. (No es Luis: es un
joven de la vecindad muy parecido al recuerdo que Etelvina conserva de Luis.)
Etelvina ve al joven Luis y está segura de que él, a su vez, la ve a ella
también joven. "Esta plaza, piensa, aunque se parece mucho a la del
barrio, tiene que ser una plaza del Paraíso". Y sin duda allí van a
reunirse porque, por fin ¡qué felicidad! ella acaba de morir. El grito de un
pájaro la resucita, vieja otra vez.
LAS
MANOS
En la
sala de profesores estábamos comentando las rarezas de Céspedes, el nuevo
colega, cuando alguien, desde la ventana, nos avisó que ya venía por el jardín.
Nos callamos, con las caras atentas. Se abrió la puerta y por un instante la
luz plateada de la tarde flameó sobre los hombros de Céspedes. Saludó con una
inclinación de cabeza y fue a firmar. Entonces vimos que levantaba dos manos
erizadas de espinas. Trazó un garabato y sin mirar a nadie salió rápidamente.
Días más tarde se nos apareció en medio de la sala, sin darnos tiempo a
interrumpir nuestra conversación. Se acercó al escritorio y al tomar el
lapicero mostró las manos inflamadas por las ampollas del fuego. Otro día -ya
los profesores nos habíamos acostumbrado a vigilárselas- se las
vimos mordidas, desgarradas. Firmó como pudo y se fue. Céspedes era como el
viento: si le hablábamos se nos iba con la voz. Pasó una semana. Supimos que no
había dado clases. Nadie sabía dónde estaba. En su casa no había dormido. En
las primeras horas de la mañana del sábado una alumna lo encontró tendido entre
los rododendros del jardín. Estaba muerto, sin manos. Se las habían arrancado
de un tirón. Se averiguó que Céspedes había andado a la caza del arcángel sin
alas que conoce todos los secretos. Quizá Céspedes estuvo a punto de cazarlo en
sucesivas ocasiones. Si fue así, el arcángel debió de escabullirse en sucesivas
ocasiones. Probablemente el arcángel creó la primera vez un zarzal, la segunda
una hoguera, la tercera una bestia de fauces abiertas, y cada vez se precipitó
en sus propias creaciones arrastrando las manos de Céspedes hasta que él, de
dolor, tuvo que soltar. Quizá la última vez Céspedes aguantó la pena y no
soltó; y el arcángel sin alas volvió humillado a su reino, con manos de hombre
prendidas para siempre a sus espaldas celestes.
¡Vaya a saber!
ESPIRAL
Regresé a casa en la madrugada, cayéndome de sueño. Al
entrar, todo oscuro. Para no despertar a nadie avancé de puntillas y llegué a
la escalera de caracol que conducía a mi cuarto. Apenas puse el pie en el
primer escalón dudé de si ésa era mi casa o una casa idéntica a la mía. Y
mientras subía temí que otro muchacho, igual a mí, estuviera durmiendo en mi
cuarto y acaso soñándome en el acto mismo de subir por la escalera de caracol.
Di la última vuelta, abrí la puerta y allí estaba él, o yo, todo iluminado de
Luna, sentado en la cama, con los ojos bien abiertos. Nos quedamos un instante
mirándonos de hito en hito. Nos sonreímos. Sentí que la sonrisa de él era la
que también me pesaba en la boca: como en un espejo, uno de los dos era falaz.
«¿Quién sueña con quién?», exclamó uno de nosotros, o quizá ambos
simultáneamente. En ese momento oímos ruidos de pasos en la escalera de
caracol: de un salto nos metimos uno en otro y así fundidos nos pusimos a soñar
al que venía subiendo, que era yo otra vez.
ME GUSTARON MUCHO. CORTOS, PRECISOS Y RESUELTOS.
ResponderEliminarQuisiera saber cuál es la editorial?
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ResponderEliminarYes is a beatiful
ResponderEliminarHello my name is soco
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