No me gusta lo que acabo de escribir; pero estoy
obligada a
aceptar todo el párrafo porque él me
ha ocurrido.
Clarice Lispector
Hubo un día en que las miradas empezaron a cambiar. Se volvieron
inquisidoras, acechantes, escépticas, demandantes.
Hubo un día en que dejó de ser
para empezar a no-ser. No advirtió que todo comienza a cambiar a partir de las
miradas. Y que él, que llegó junto a ellos desde el mismo dolor y con el mismo
silencio, no pensó que todo, con la llegada de ese día y de la partida de quien
amaban terminaría justo donde hoy terminó.
No hubo momentos en los que él
pensara que lo que vendría seria fácil, como no son fáciles los cambios bruscos
con que la vida nos sorprende, aun sabiendo
que en algún momento los habrá.
Las miradas cambian cuando uno menos lo espera.
Y si uno las examina tratando de
entenderlas, corre el riesgo de transformase con ellas.
Aunque él sabía que hay miradas
tenues, mansas, que esperan a los ojos
para ser contempladas; no obstante, en esa contemplación son capaces de morder,
de arrancar la piel a tirones, de succionar
llevándose nuestros ojos a sus ojos, y sin embargo pese a todo las
miramos.
Y ahora mientras observa desde la cabecera de
la mesa, lugar que no le pertenece pero que ocupa ya que no deseó dejar de ser para ser
otro, mientras esas miradas lo contemplan
y le exigen ser quien no puede ser, que
cumpla y supla un vacío porque es el hijo y hermano mayor, deberá permanecer hasta que su propia muerte o
la de las miradas que lo acechan lo decidan.
De lo contrario, deberá seguir
anhelando internamente su mundo. Porque todos tenemos un mundo propio que
encontramos o fabricamos, un mundo alejado, escondido, construido como un nido
en lo alto y que las miradas no pueden
ver. Y si lo descubren, no desean invadirlo, ya que aunque trataran de hacerlo,
les estaría vedado llegar, porque el mundo de la altura es un mundo seguro o al menos de
resistencia.
Cómo cambia la vida sin que a
veces cambie nada- se dice masticando un pedazo de carne cruda y desabrida
mientras las miradas inquisidoras y acechantes lo vigilan y escudriñan si su mandíbula responde de la misma manera
al que hoy él tiene que suplir.
Qué iba a pensar semanas atrás
cuando todo le pareció normal, en esos casos en el que el dolor se sale hasta
por los dedos y cuando las fotos del
pasado, ya olvidadas, tomaron
un lugar relevante en la casa. Cuando tanto sus hermanos como su madre empezaron
a hacer como si nada hubiera pasado. No
había manera de que él advirtiera algún cambio; pensó que quizá en algún punto
empezaría a sentirse un poco feliz, que todos a su alrededor aceptaban sin
entender la muerte de Godo y que habían gestado un conjuro para que nada fuese
alterado, repitiendo rutinas de las que Godo era el principal y único
ejecutante; lo que verdaderamente se
estaba produciendo era un prueba en
donde sus miradas condensadas habían
atrapado al sustituto.
Y ahora que se acuesta sin
acostarse, en la cama que no es su cama, no deja de pensar. Porque el pensamiento expide vida, mientras
mira el techo blanco y rajado por los años, siente que es un fruto de un árbol
que no permite caer. Respira sin aire; ergo, descubre que se puede morir
respirando.
Siente una picazón en la mano y
al levantarla delante de sus ojos nota
que no es la comezón que lo haría sentir que puede rascarse, lastimarse, sangrar;
lo que ve es cómo esos cinco dedos se van convirtiendo en algo deshumano; piensa que toda sensación a veces no nos remite
a la vida sino a la no-vida, y que el cuerpo responde convirtiéndose paulatinamente en un insecto.
Teme dejar de pensar para llegar a ser pensado,
teme darse cuenta que ver, reír, tocar, las sensaciones del vivo que hoy se
siente muerto al mismo tiempo que teme
por su vida desaparezcan por completo.
Ahora comprende que esas miradas
en las que había creído lo desarmaron y armaron a su gusto. Esas miradas
severas, absolutas y a la vez demandantes, que sin embargo no pueden ver que su
cuerpo, cada vez que se levanta es un poco más monstruoso de lo que conocieron
y planearon para que en algún momento les fuera devuelto el que habían perdido.
Mientras su madre le pasa el
brazo por la espalda y lo toca, él sabe que no es el tocado. Él es testigo de que
hay circunstancias que transcurren en segundos o minutos o lo que sea, porque
al fin, antes o después los hechos se revelan igual…y que no son más que esas
oscuras razones que impone la vida bajo el imperio de los cielos y que el
hombre arrastrado por cadenas sólo tiene la opción de obedecer o de inmolarse
en un acto de resistencia.
Una obra magistral. ¡¡¡Pobrecito, necesita a Lacan o un colega para sacarle tanto rollo!!! Te felicito Ezequiel, sos un genio
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