I
Gris.
El cielo melancólico preanuncia otra nevada y el gris, que se apoderó del
blanco de esos copos que cayeron hace horas, ciñe el paisaje. En el sendero de
matas grises pueden observarse las pisadas de otro caminante –como yo- tragado por este día sombrío y egoísta que no
tardará en ocultarme también en su
lánguido abrazo.
Me
invade la melancolía y quiero llegar rápidamente a mi hogar: trato de imaginar
el calor reparador, el aroma de un café que me reconforte ni bien transponga mi
puerta porque siento que esta maraña de gris me hará perder el rumbo. De pronto
mis ojos se encandilan; hay un objeto distante, parece suspendido en el camino
y quiebra la tristeza del panorama. A pesar de que el espesor de la nieve
detiene mis pasos, me apuro para avanzar y de ese modo distinguir mejor de qué
se trata. Es un libro que aletea como un pájaro; sus tapas azules, intensas, me
causan un enorme placer. Extiendo mi mano cuando ya me siento próxima a él, que
se abre en un gesto gracioso y despliega ante mí sus páginas doradas, tan
brillantes que casi me enceguecen. Pero no me deja que lo toque. A medida que
avanzo, vuela por el sendero, gira, sobre mí, se eleva, planea…
Y me
doy cuenta que he llegado sana y salva a casa, guiada por un faro luminoso.
II
El
cielo azul intenso; la tierra, anaranjada, casi roja. El desierto ofrece, cada
tanto un racimo de cúpulas, en apariencia rocosas, de mediana altura. En ellos
todo es simulacro; semejan monolitos o menhires que quedaron a medio camino; la
Naturaleza no quiso otorgarles ni demasiada fortaleza ni altura orgullosa.
Desde lejos, y a la vista humana, estos montículos inspiran respeto. Los más
lejanos, se han juntado en forma de muros o fortalezas, y el sol los tiñe de
violeta; los más cercanos, dejan espacios entre sí lo bastante amplios como
para observar de qué manera el tiempo los ha esculpido: varias torrecillas,
estalactitas de arena maciza, bordean la base, torreón ancho y plano en su
cúspide.
¿Quién
habrá colocado allí ese enorme libro color azul? Cuando uno se aproxima, puede
ver que no es una ilusión óptica; ha sobrevivido a tormentas y a siglos. Abierto
por la mitad, surge de él una flor roja, tal vez la misma que inspiró las
historias de más de mil noches o la amiga entrañable de un pequeñísimo príncipe.
III
El
camino conduce hacia la selva. Reina el color verde. Los árboles infinitos
muestran su follaje esmeralda y jade, piedras preciosas que se agitan con la brisa de la mañana. Humildes, las matas verde seco se
inclinan en los bordes del sendero, en
tanto se escucha el canto de los pájaros y el grito de algún mono, marco invisible
de la caminata. La naturaleza exuberante logra que el humano sienta su
pequeñez; no lo agrede con zarzas que lo lastimen o serpientes que lo
envenenen; simplemente, a través de la verde inmensidad hace que el pensamiento
fluya como agua cristalina.
Y
casi al final del camino que desemboca en un claro hay un gigantesco árbol que
domina la selva como un rey; cuando uno lo contempla, la respiración se
entrecorta, la grandeza que se percibe hace que el caminante se sienta admirado
y la fascinación lo gane porque el verde ha dejado paso a otro color, el azul,
también turbadoramente radiante, en un objeto inverosímil, apoyado en el centro
del árbol. Es un libro abierto; de él
brota, bellísima, jugosa, fresca y perfumada, una manzana.
Bella trilogía: el libro azul en su doble juego de elemento extraño y a la par equilibrante del paisaje
ResponderEliminarUna trilogía simbólica y alusiva, de pasos peregrinos, de música, de colores que siguen un camino misterioso y atractivo, y que es el camino del libro.
ResponderEliminarTRILOGÍA EN LETRAS Y PAISAJES. "pensamientos como agua cristalina" "maraña de gris me hará perder el rumbo" que en definitiva no lo pierde. BELLÍSIMO
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