Una taberna griega en Buenos Aires. En una de las
mesas apartadas, una taza de café ha sido puesta boca abajo. Un par de minutos
más tarde es levantada para volverla a su posición normal y dentro de ella, que
es de porcelana fina, casi transparente, se visualiza el dibujo que la borra
del café marcó ásperamente. A simple vista se diría que son montañas y
desfiladeros que recortan el precipicio del fondo de la taza, pero no parece
estar refiriéndose a un paisaje la voz que le habla a unos ojos asombrados,
apuntando con una bellísima varita dorada cada uno de los accidentes plasmados
por el café.
Y no
lo parece porque no son placenteros los gestos que han quedado a los lados de
la taza indefensa, en tanto dicha varita dorada la somete bordeándola,
penetrando sus escabrosidades, contando sus golfos, bahías y ensenadas. Por
momentos reposa sobre la mesa y es apuntada por unas uñas filosas y teñidas de
rojo, tan largas como siniestras. En otros, es erguida hasta lo más alto de las
manos apoyadas en sus codos que la giran y contornean como para que se crea que
el fin está cerca.
Manchada,
intacta, sigue dando lugar a una
expansión de verborragia desafiando el desenlace que la hostiliza aunque no la
quiebra. Al cabo de un rato es cubierta por varios billetes y al final queda
sola, lejos del plato, lejos de voces disonantes, lejos de lágrimas y agüeros.
Acomplejada y anónima termina en una pileta donde sus manchas borrosas y
aromáticas serán sólo una letra de agua desvanecida.
Mercedes
Centurión
Lo poético de las imágenes,el hilo tenso en el que la narración va circulando, nos llevan a un final inefable,que conforman un texto brillante y compacto.
ResponderEliminarUNA NARRACIÓN DESCRIPTIVA DE ALGO MUNDANO, QUE COMO LO DICE EL FINAL, "sus manchas borrosas y aromáticas serán sólo una letra de agua desvanecida"
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