Para
ver el dolor, tenemos que estar en él.
Saer.
Un aroma lo ha encontrado caminando en una
mañana de sol helado por las calles de
un pueblo que sabe dejará de existir. Un aroma que podría reconocer en
cualquier parte del mundo, en cualquier rincón, en cualquier risco que se
parase: sin nariz o enterrado de pies a
cabeza, durmiendo o resfriado. Un aroma entre otros aromas, es lo que empieza a
vivir mientras atraviesa un enorme arco, cabizbajo, escuchando el eco de sus
propios zapatos. Oro invisible que ni el
estado y los años pueden corromper; aroma puro que se va impregnando desde
nuestro cascarón de cuna.
Ni el cigarrillo
que va en su mano tambaleándose entre esos
pasillos de adoquines y sombras,
podría alterar esa sensación única e impermeable provocada por el tiempo y la
muerte. Aroma arraigado más profundamente que la memoria porosa que con el tiempo nos empieza a doler.
Dos auroras con sus dos ocasos pasaron para
que arribara. Mientras camina, mirado por flores mudas y arrodilladas,
epitafios anónimos y ocultos, siente que el destino y las circunstancias lo
privaron de las últimas horas y sus minutos. La pérdida de eso, es, quizás,
como perderlo todo.
Frente
a la tumba que empieza a ser suya mira en la placa -imitación de pergamino- su mismo nombre. Pasea los ojos por los ramos y las coronas,
el epitafio y las cartas. Sabe que todo
lo que ven sus ojos declinará con el tiempo,
pero no el aroma que hoy lo ha
encontrado en las calles de este pueblo. Y que en cualquier día, como en
cualquier parte, sea de de mañana o de
noche, de sol o de lluvia; ande por el desierto del Gobi o en los grandes
lagos, la voz del aroma volverá anunciando otra vez su vida.
"todo lo que ven sus ojos declinará con el tiempo, pero no el aroma..." HAY AROMAS QUE JAMÁS SE OLVIDARÁN. MEMORIA OLFATIVA QUE PUEDE LLEVARNOS A LUGARES REMOTOS.
ResponderEliminarImpactante contradicción: el aroma de la vida atrapado en el lugar de la muerte.
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