Una historia
fantástica se desata por un error del protagonista, un hombre joven, común,
anónimo, urbano.
La acción comienza “un martes de hace mucho tiempo a las 8 de
la mañana”, aparentemente en Buenos Aires.
La numeración de
los colectivos, el que el protagonista debía tomar (82) y el que aborda por
equivocación (76), se asocian con años clave en la historia argentina. 1976 -el
golpe militar- y 1982 - la guerra de Malvinas-.
Una cadena de
causalidades definirá el destino del protagonista: ese día su mujer se
despierta más temprano y hay un encuentro amoroso que demora la salida hacia el
trabajo; cree reconocer el colectivo por el color pero se equivoca; olvidó su
billetera y solo tiene unas monedas para el viaje: todo lo lleva a esa travesía
hacia una nueva vida, sin retorno.
Así como cuando era
adolescente y salteaba la parada de la escuela, piensa que si no se baja, ese
día podrá evadir su obligación de trabajar: “…nunca
me abandonó la intuición de que el paraíso se encuentra tanto en el viaje como
en el final del viaje cuando un colectivo nos lleva más allá de nuestro destino
manifiesto”
La ensoñación
finaliza cuando sube el inspector (símbolo de la autoridad) y le pide el boleto
que ya se ha agotado y le exige el pago de una multa. Entonces debe entregar su
valioso reloj porque olvidó la billetera.
Se ha quebrado el
orden cotidiano desde el momento en que subió al colectivo equivocado y ésta es
su primera purga. Se somete mansamente a la imposición, se reconoce cobarde: “Los cobardes se dividen en dos clases: los
que huyen de la batalla (…) y los que ni siquiera tienen valor para huir (…),
aceptando la batalla como un castigo. En aquella ocasión demostré ser de los
segundos” .
Cuando en la
terminal trata de convencer al chofer
para que lo retorne a su barrio, aquél se niega pues el lugar está lleno de
inspectores. Deberá aceptar su nueva situación.
Descubre a los
niños “polizones”: “Unos niños que, muy
sigilosamente, sin que los vieran desde la casilla, subían al guardabarros
trasero apenas el colectivo abandonaba la terminal. Tardaban mucho en encontrar
la oportunidad, porque la concentración de choferes e inspectores hacía muy
pero muy difícil el oficio de polizón...” La descripción anticipa el final
del cuento.
El absurdo domina
el relato. Ante su intento de pedir dinero para volver, las personas con las
que se cruza, vestidas con ropas raídas y parches de pluma, le dan huevos o
plumas. El barrio es un gallinero humano.
En la historia hay
dos mujeres: la esposa del protagonista, a quien nunca dejará de amar,
representa su pequeño paraíso.
“La rubia” del
barrio, que vendrá a rescatarlo, a poseerlo, y lo llevará al gallinero para que
libre un desafío que recuerda al juego de croquet en Alicia en el país de las maravillas, donde las pelotas son erizos y
los palos, flamencos.
El protagonista
deberá aceptar un duelo en el que las armas son gallos con espolones. Saldrá
vencedor, y se dará cuenta de que el trofeo es la rubia.
El
barrio-gallinero, es la representación
del infierno, la .vida es una “espera religiosa”: el conformismo ante una
situación cruel y absurda interpretada como la fatalidad del destino. Por eso
la inacción de todos los que han llegado allí –como él- equivocados, y esperan
un milagro para poder salir: “Quién sabe
por qué, la gente del barrio se entregaba a la esperanza de que permaneciendo
ahí alguna vez regresarían a sus verdaderas casas; mientras que si aceptaban
cualquiera de los destinos que ofrecían otros colectivos –pensaban- se alejaban
aún más del punto inicial (...) Quedarse en el barrio como esperanza era un
gesto religioso”
Convivirá en ese
infierno por cinco años pero sin hijos, a pesar de que un niño polizón –especie
de ángel mensajero- es la única esperanza de contacto con el punto de
origen. Si eligiese esa opción debería
permanecer más de diez años y además un hijo suyo con otra aniquilaría a su
esposa.
Elige una solución
intermedia, el purgatorio: tomar un colectivo que lo deja en el lado opuesto para superar el infierno. Su sacrificio es no
volver a ver a su mujer para salvarla de ese lugar.
Conformista,
miedoso, se siente cobarde, se desprecia, pero acepta su destino. Como un
juguete de dioses crueles, se deja
manipular y admite las situaciones más irracionales.
El estilo narrativo
es cinematográfico, con técnicas del absurdo, ironías y reflexiones filosóficas
cercanas al existencialismo.
ANA MARÍA SERRA
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