Saer
decía que la escritura de Raymond Chandler se había enriquecido hasta el punto
de “convertirse en una pequeña comedia humana”, y en este sentido la obra del
escritor santafesino refleja ese propósito. La escritura como un ir y venir, un
entrecruce de temas, personajes, un dejar historias para retomarlas en otro
texto sin previo aviso, un mundo que lo
representa filosóficamente.
Para
él la novela negra era “una forma de realismo crítico”. Y si bien admitió haber
introducido en varios de sus textos elementos propios del género, quiso
encontrar otra forma que se adaptara a su manera narrativa, a los efectos de
lograr una transformación del policial.
Así,
La pesquisa, fue subtitulada deliberadamente como
policial, aunque la trama contiene dos mundos: el de la “realidad de la
ficción”, con sus tradicionales personajes, los amigos Tomatis, Pichón, Soldi,
moviéndose como protagonistas de un encuentro y de un viaje - pero por sobre
todo, de una relación hecha de afecto, ironía y algún rencor- y el mundo de “la ficción dentro de la
ficción”, representado por el relato policial narrado por Pichón.
El
mundo de la realidad –el encuentro de un dactilograma cuyos protagonistas son dos soldados de la
guerra de Troya, uno viejo y otro joven, será retomado en el cuento “En línea”:
Tomatis, desde un tórrido noviembre santafecino le narrará telefónicamente a
Pichón –quien está en un desapacible y frío día parisino- el contenido de esa
historia troyana.
Y
será también Tomatis (un alter ego del autor) la voz narradora en “Recepción en
Baker Street”, y lo hará para refutar el policial negro que acaba de contar
Pichón en La pesquisa, contando un
policial clásico protagonizado por Sherlock Holmes.
La pesquisa
está estructurada en tres partes. En la primera, el relato oral de Pichón
frente al auditorio de amigos; la
expresión del comienzo, “Allá, en cambio, en diciembre”, opone el pasado al
presente y al “acá”: Santa Fé, “la zona” saeriana.
Un
narrador que conoce en profundidad los
mitos griegos y quiere convencer a su auditorio de la
veracidad de sus dichos; omnisciente, pues cuenta pensamientos del
protagonista, por lo que la ficción rebasa al periodismo: la narración de
Pichón se centra en un hecho policial
transcurrido en París no mucho tiempo atrás.
El
protagonista, Morvan, investigador policial parisino cuyo drama personal lo
eleva a la categoría de personaje mitológico, se siente una sombra. Se alude en
el relato –con una clara influencia borgeana- a dos mitos que se entrecruzan:
el rapto de Europa por parte de Zeus convertido en toro y el mito del minotauro
o Asterión.[1]
Hay
un asesino serial de viejecitas parisinas despersonalizadas al punto de ser
consideradas “un detalle de color local”, equiparadas a monumentos o a malvones,
cosificadas. El asesino ha abusado de su soledad y de su confianza para luego
someterlas a una orgía sangrienta de violación y desgarramiento de los cuerpos.
Morvan vive una dualidad;
por un lado, es un individuo intachable, “tal vez demasiado buen policía”.
Divorciado, sin hijos, solo. Piensa que su profesión es “la causa de sus
trastornos afectivos” pero no renuncia. Por otro, caracterizado como “el hombre o lo que fuese”.
El
detective y el minotauro tienen como destino sacrificar víctimas humanas. Para
Asterión, significa “librarlos de todo mal”. Morvan, busca desentrañar su origen.
La
“llaga común” que lo unió a su padre por más de cuarenta años se exhibe cuando aquel viejo militante
comunista de la resistencia, antes de suicidarse, le revela que su verdadero
padre fue un miembro de la Gestapo, con
quien su madre escapó abandonándolo poco después de parirlo.
Al
reconocerse como hijo de un genocida Morvan siente indiferencia. Su persona se
bifurca y su parte oscura lo gana.
Marcado
desde el momento de su nacimiento, deberá matar a su madre porque su desprecio
así lo señala, “semejante al que podría motivar el comportamiento de una
especie animal sin ningún parentesco con lo humano”. Es, como Asterión, mitad
bestia y mitad hombre. Ambos son seres “únicos”
El
relato de Pichón sigue las convenciones del género policial, con indicios que
guían y a la vez tratan de despistar, relato que en la segunda parte de la
novela da paso a la “realidad” que viven los amigos, para retomarse en la
tercera parte.
La
descripción del afuera y de la noche en la que camina Morvan, acentúa el
misterio. El marco de su transformación lo da el ambiente. “La inminencia de
algo terrible lo agitaba…”: es la revelación de ser el otro. Poco a poco se
produce su extrañamiento. Entra en una especie de trance con dos realidades. El
paso definitivo al delirio, al otro yo, se da en la noche cerrada en el
silencio.
El
discurso que preanuncia la escena del crimen incrementa el suspenso con la
morosidad del relato. Morvan, como Asterión, es dios y demiurgo que necesita
víctimas propiciatorias; busca su origen en las entrañas de sus víctimas, cuya
muerte lo libera; al igual que Asterión, redime y es redimido.
El
narrador alude a la leyenda de Zeus y Europa; el cruce mitológico sostiene la
ficción relatada por Pichón, le sirve como referente para volver una y otra vez
y de ese modo machacar sobre la psicología del protagonista.
Morvan,
a pesar de percibir el lado oscuro de su personalidad, sostiene que el asesino
es el comisario Lautret, su compañero y amigo, quien en ese momento se
relaciona con su ex mujer. Lautret es su contra cara, “el otro”.
Y
Tomatis toma esas pistas como válidas por puro placer silogístico y para contradecir a su amigo Pichón. Traspasa
la teoría de la dualidad al otro personaje –también investigador-, la otra cara
de la moneda, el inspector Lautret.
El
lugar de la “realidad” de la novela vuelve a los amigos reunidos en el patio de
una cervecería, cerca de la terminal de ómnibus. Hace calor y es de noche. Esa
información anticipa el cuento “Recepción en Baker Street”: a la terminal
llegará Nula, que se sumará al ruedo.
Tomatis
al mismo tiempo marca el límite entre la realidad y la ficción del relato de
Pichón: “…una especie de guarda o de fondo iluminado y en movimiento, que
adorna el torso de Tomatis, ligeramente más brumoso que los objetos inmediatos,
como una transparencia
cinematográfica”. “Realidad” que se tiñe
con la bruma de un relato policial cuando se describe a los amigos tomando
cervezas, semejando personajes que se ajustan al misterio propio del género.
Y
este ambiguo policial negro relatado por Pichón le servirá a Tomatis para
continuar su refutación al confrontarlo
con un cuento policial clásico, en un inagotable duelo intelectual entre ambos.
Muy completo el análisis. Como decís, aparece el tema del otro yo y eso es tan claro que el texto de Saer debería ser tomado como ejemplo de estudio,
ResponderEliminar¡Gracias, Merce!
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