sábado, 31 de octubre de 2015

ANAMARÍA SERRA/ LA PESQUISA, DE JUAN JOSÉ SAER O "EL ETERNO RETORNO NARRATIVO"

Saer decía que la escritura de Raymond Chandler se había enriquecido hasta el punto de “convertirse en una pequeña comedia humana”, y en este sentido la obra del escritor santafesino refleja ese propósito. La escritura como un ir y venir, un entrecruce de temas, personajes, un dejar historias para retomarlas en otro texto sin previo aviso,  un mundo que lo representa filosóficamente.
Para él la novela negra era “una forma de realismo crítico”. Y si bien admitió haber introducido en varios de sus textos elementos propios del género, quiso encontrar otra forma que se adaptara a su manera narrativa, a los efectos de lograr una transformación del policial.
Así, La pesquisa,  fue subtitulada deliberadamente como policial, aunque la trama contiene dos mundos: el de la “realidad de la ficción”, con sus tradicionales personajes, los amigos Tomatis, Pichón, Soldi, moviéndose como protagonistas de un encuentro y de un viaje - pero por sobre todo, de una relación hecha de afecto, ironía y algún rencor-  y el mundo de “la ficción dentro de la ficción”, representado por el relato policial narrado por Pichón.
El mundo de la realidad –el encuentro de un dactilograma  cuyos protagonistas son dos soldados de la guerra de Troya, uno viejo y otro joven, será retomado en el cuento “En línea”: Tomatis, desde un tórrido noviembre santafecino le narrará telefónicamente a Pichón –quien está en un desapacible y frío día parisino- el contenido de esa historia troyana.
Y será también Tomatis (un alter ego del autor) la voz narradora en “Recepción en Baker Street”, y lo hará para refutar el policial negro que acaba de contar Pichón en La pesquisa, contando un policial clásico protagonizado por Sherlock Holmes.
La pesquisa está estructurada en tres partes. En la primera, el relato oral de Pichón frente al auditorio de amigos;  la expresión del comienzo, “Allá, en cambio, en diciembre”, opone el pasado al presente y al “acá”: Santa Fé, “la zona” saeriana.
Un narrador que conoce en profundidad  los mitos griegos  y  quiere convencer a su auditorio de la veracidad de sus dichos; omnisciente, pues cuenta pensamientos del protagonista, por lo que la ficción rebasa al periodismo: la narración de Pichón se centra  en un hecho policial transcurrido en París no mucho tiempo atrás.
El protagonista, Morvan, investigador policial parisino cuyo drama personal lo eleva a la categoría de personaje mitológico, se siente una sombra. Se alude en el relato –con una clara influencia borgeana- a dos mitos que se entrecruzan: el rapto de Europa por parte de Zeus convertido en toro y el mito del minotauro o Asterión.[1]
Hay un asesino serial de viejecitas parisinas despersonalizadas al punto de ser consideradas “un detalle de color local”, equiparadas a monumentos o a malvones, cosificadas. El asesino ha abusado de su soledad y de su confianza para luego someterlas a una orgía sangrienta de violación y desgarramiento de los cuerpos.

Morvan vive una dualidad; por un lado, es un individuo intachable, “tal vez demasiado buen policía”. Divorciado, sin hijos, solo. Piensa que su profesión es “la causa de sus trastornos afectivos” pero no renuncia. Por otro, caracterizado  como “el hombre o lo que fuese”.

El detective y el minotauro tienen como destino sacrificar víctimas humanas. Para Asterión, significa “librarlos de todo mal”. Morvan, busca desentrañar su origen.
La “llaga común” que lo unió a su padre por más de cuarenta años  se exhibe cuando aquel viejo militante comunista de la resistencia, antes de suicidarse, le revela que su verdadero padre  fue un miembro de la Gestapo, con quien su madre escapó abandonándolo poco después de parirlo.
Al reconocerse como hijo de un genocida Morvan siente indiferencia. Su persona se bifurca y su parte oscura lo gana.
Marcado desde el momento de su nacimiento, deberá matar a su madre porque su desprecio así lo señala, “semejante al que podría motivar el comportamiento de una especie animal sin ningún parentesco con lo humano”. Es, como Asterión, mitad bestia y mitad hombre. Ambos son seres “únicos”
El relato de Pichón sigue las convenciones del género policial, con indicios que guían y a la vez tratan de despistar, relato que en la segunda parte de la novela da paso a la “realidad” que viven los amigos, para retomarse en la tercera parte.
La descripción del afuera y de la noche en la que camina Morvan, acentúa el misterio. El marco de su transformación lo da el ambiente. “La inminencia de algo terrible lo agitaba…”: es la revelación de ser el otro. Poco a poco se produce su extrañamiento. Entra en una especie de trance con dos realidades. El paso definitivo al delirio, al otro yo, se da en la noche cerrada en el silencio.
El discurso que preanuncia la escena del crimen incrementa el suspenso con la morosidad del relato. Morvan, como Asterión, es dios y demiurgo que necesita víctimas propiciatorias; busca su origen en las entrañas de sus víctimas, cuya muerte lo libera; al igual que Asterión, redime y es redimido.
El narrador alude a la leyenda de Zeus y Europa; el cruce mitológico sostiene la ficción relatada por Pichón, le sirve como referente para volver una y otra vez y de ese modo machacar sobre la psicología del protagonista.
Morvan, a pesar de percibir el lado oscuro de su personalidad, sostiene que el asesino es el comisario Lautret, su compañero y amigo, quien en ese momento se relaciona con su ex mujer. Lautret es su contra cara, “el otro”.
Y Tomatis toma esas pistas como válidas por puro placer silogístico y  para contradecir a su amigo Pichón. Traspasa la teoría de la dualidad al otro personaje –también investigador-, la otra cara de la moneda, el inspector Lautret.
El lugar de la “realidad” de la novela vuelve a los amigos reunidos en el patio de una cervecería, cerca de la terminal de ómnibus. Hace calor y es de noche. Esa información anticipa el cuento “Recepción en Baker Street”: a la terminal llegará Nula, que se sumará al ruedo.
Tomatis al mismo tiempo marca el límite entre la realidad y la ficción del relato de Pichón: “…una especie de guarda o de fondo iluminado y en movimiento, que adorna el torso de Tomatis, ligeramente más brumoso que los objetos inmediatos, como  una transparencia cinematográfica”.  “Realidad” que se tiñe con la bruma de un relato policial cuando se describe a los amigos tomando cervezas, semejando personajes que se ajustan al misterio  propio del género.
Y este ambiguo policial negro relatado por Pichón le servirá a Tomatis para continuar su refutación  al confrontarlo con un cuento policial clásico, en un inagotable duelo intelectual entre ambos.




[1] Jorge Luis Borges, “La casa de Asterión”








2 comentarios:

  1. Muy completo el análisis. Como decís, aparece el tema del otro yo y eso es tan claro que el texto de Saer debería ser tomado como ejemplo de estudio,

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