domingo, 11 de mayo de 2014

YANNIS RITSOS/DE GRECIDAD Y OTROS POEMAS (VISOR, MADRID, 1979)

Conviene que guardemos a nuestros muertos y su
fuerza, no sea que alguna vez
nuestros enemigos los desentierren y se los lleven
consigo. Y entonces  
sin su protección nuestro peligro iba a ser doble. ¿Cómo
podríamos vivir
sin las casas, nuestros muebles, nuestras tierras y,
sobre todo,
sin las tumbas de nuestros antepasados guerreros o
sabios? Recordemos
cómo robaron los espartanos de Tegea los huesos de
Orestes. Convendría
que nuestros enemigos nunca supiesen dónde
los tenemos enterrados.
 
Quizá será más seguro que los guardemos
dentro de nosotros mismos, si podemos,
o, todavía mejor, que ni siquiera nosotros sepamos dónde
yacen.
Tal como se han puesto las cosas en nuestros tiempos
-quién sabe-,
puede que hasta nosotros mismos los desenterráramos
y los tiráramos algún día.
                                
En: Río de las congojas, de Libertad Demitrópulos. Ediciones del Dock, 2009.-

miércoles, 7 de mayo de 2014

ANA MARÍA SERRA/ "DESATINO DEL OTOÑO"


manos de cobre
multiplicadas hasta lo infinito
paso sobre ellas
en la tarde de otoño
las aplasto                  
exhibo mi crueldad
gozo
en el desintegro de mil dedos dorados

el viejo árbol me mira mientras desnuda sus ramas
 
la noche llega y me arropa
-helada manta en los hombros-
yo corro junto al hogar
reavivada en su tibieza

luego

cuando estoy dormida
un animal me despierta
se ha colado entre mis sueños
se arrastra   se reproduce  se desgaja
y repercute sobre este techo de zinc
 
con un terror desvelado clamo misericordia al amanecer
y cuando salgo a la puerta
el añoso árbol ríe y me regala sus hojas
manos de cobre sobre mi pelo
sobre mis hombros

entre mis pies.

                                De: Cantos de Sirena (2012)



viernes, 2 de mayo de 2014

HERTA MÜLLER/ LA LÁGRIMA


Amalie salió del patio del peletero. Echó a andar por la hierba llevando la cajita en su mano. La olió.
Windisch vio el ribete de la falda de Amalie proyectar su sombra sobre la hierba. Sus pantorrillas eran blancas. Windisch vio que Amalie mecía las caderas.
La caja estaba atada con una cinta plateada. Amalie se paró ante el espejo. Se miró en él. Buscó en el espejo la cinta plateada y tiró de ella. «La caja estaba en el sombrero del peletero», dijo.
En el interior de la caja crujió un papel de seda blanco. Sobre el papel blanco había una lágrima de vidrio. Tenía un agujero en la punta. Y una ranura en su interior. Bajo la lágrima había una hojita de papel. Rudi había escrito en ella: «La lágrima está vacía. Llénala de agua. Agua de lluvia, si es posible».
Amalie no podía llenar la lágrima. Era verano, y el pueblo se había quedado seco. Y el agua de pozo no era agua de lluvia.
Amalie acercó la lágrima a la luz de la ventana. Por fuera era rígida. Pero por dentro, a lo largo de la ranura, temblaba.
El cielo ardió siete días hasta vaciarse por completo. Se había desplazado hasta el extremo del pueblo. Ya en el valle, miró hacia el río. Y el cielo bebió agua. Y volvió a llover.
En el patio corría el agua sobre los adoquines. Amalie se paró con la lágrima junto al canalón. Vio cómo el agua iba llenando el vientre de la lágrima.
En el agua de lluvia también había viento. Un viento que impulsaba campanas de cristal por entre los árboles. Eran campanas opacas, en cuyo interior se agitaban remolinos de hojas. La lluvia cantaba. También había arena en la voz de la lluvia. Y cortezas de árbol.
La lágrima se llenó. Amalie la llevó a su habitación con las manos mojadas y los pies descalzos y llenos de arena.
La mujer de Windisch cogió la lágrima en su mano. El agua refulgía en su interior. Había una luz dentro del vidrio. El agua de la lágrima goteaba entre los dedos de la mujer de Windisch.
Windisch estiró la mano. Cogió la lágrima. El agua le empezó a chorrear por el codo. La mujer de Windisch se lamió los dedos húmedos con la punta de la lengua. Windisch la vio lamerse el dedo viscoso que se había sacado del pelo aquella noche tempestuosa. Miró la lluvia fuera. Sintió el flujo en la boca. El nudo del vómito le oprimió la garganta.
Windisch puso la lágrima sobre la mano de Amalie. La lágrima goteaba. Y el nivel del agua en su interior no bajaba. «Es agua salada. Te quema en los labios», dijo la mujer de Windisch.
Amalie se lamió la muñeca. «La lluvia es dulce», dijo. «La sal viene del llanto de la lágrima.»

                                                     En El hombre es un gran faisán en el mundo
                                                     Traducción: Juan José del Solar / Biblioteca Ignoria


 

 HERTA MÜLLER

"Patriotismo es señalar lo que no está bien" 

Estudió Literatura Rumana y Alemana en la Universidad del Oeste de Timisoara, formando ya entonces parte de un grupo de escritores defensores de la libertad de expresión en el régimen del dictador Ceaucescu. 
Trabajó como traductora en una empresa de ingeniería, de la que fue despedida por no colaborar con la policía secreta. Se ganó la vida dando clases de alemán y trabajando en parvularios, hasta que en 1987 se exilió a Alemania, concretamente a Berlín. Ha sido profesora invitada en varias universidades, y residente en la de Berlín. Ha obtenido numerosos premios, y es miembro de la Academia alemana de Lengua y Literatura.

Su posición siempre ha sido crítica a la situación en Rumanía tras Ceaucescu; también ha escrito sobre la Alemania tras la caída del muro, analizando el pasado de la RDA.
Sus libros y ensayos reflejan la opresión y sus consecuencias en las personas, así como la situación de los exiliados como ella misma.

Ganadora del Premio Nobel de literatura en el año 2009.






jueves, 1 de mayo de 2014

ANA MARÍA SERRA/ "LA PIEDRA HORADADA"

A Remo Viale
 
Me dijo que la piedra en principio era blanda cuando estaba en las minas, cuando la iban a buscar a las canteras, cuando la extraían de las entrañas de la tierra.
Me dijo que él le había escuchado el latido, que había creído que tenía un cachorro entre las manos.
Me dijo que si en esos instantes uno le pasaba la uña, las marcas de la herida le quedaban tatuadas como en una piel rasgada.
Me dijo que el tiempo, una vez formada en roca, hacía su trabajo.
Que el viento y las lluvias, la horadaban y la endurecían. Que una vez él probó perforar un granito con una herramienta sofisticada y el resultado fue un relámpago de chispas: la piedra respondía con su furia.
Me dijo: esas rocas que se nos antojan inmutables, casi siempre herméticas, son seres vivos. Lo que las hace nuestras iguales, (soberbios animales de la naturaleza), es la debilidad de sus primeros tiempos, cuando han sido arrancadas sin piedad del seno materno.
Pero luego llega la estable dureza de su madurez, después de haber sufrido los rigores de la vida. La agobiante experiencia, moldea un carácter capaz de declararse con la fiereza del fuego para defenderse del otro.
Me dijo que muchas veces estuvo a punto de arrojar su cincel, pues se le antojaba que estaba mutando en asesino.

El escultor me dijo: cuando al fin veo la obra que sale de mis manos como una nueva criatura, pienso que una vez más ha triunfado la vida.


                                   Del libro: La trama engañosa, 2011