Tenías que dar unos cuantos saltos y hacer un poco de
equilibrio.
Ese era todo el secreto.
Y, al final, el cielo sería tuyo. No ese cielo hipotético del
que te hablaban los domingos en misa, el que tenía muchos escollos para ser
alcanzado. Era otro, era el cielo de la rayuela.
Era otro cielo, sí. Uno con forma de nube, ancho, cómodo para
tus pies de niña, para reinar sola al final del dibujo de la tiza.
Un cielo embaldosado, nítido, al que podrías llegar con algo más de ochenta saltos y una serie de
calculadas reverencias en una sola pierna para atrapar la piedra-candado.
Sin embargo, curiosamente, buscás en tu memoria esos
instantes culminantes del juego, toda vos en el cielo, y no recordás haberlo conquistado alguna vez.
Es más, te costará admitir que nunca lo alcanzaste. Ese cielo glorioso en el
que se instalan tus hermanas; ese cielo generoso al que accedían risueñas tus
hermanas, un cielo de torpezas inalcanzable, invalidado por las celdas 8 y 9 porque
apoyaste el otro pie, apenas, apenitas, no vale y todo de nuevo.
¿Todo de nuevo?, sin aire, sin ganas, humillada, prefiero
saltar a la cuerda contando cada salto con las dos piernas para salir primera
muchas veces.
También estaba la piedra. La piedra-candado negándose a ser
piedra-llave, un fragmento de pizarra, de concreto o de ladrillo, aunque mejor
el cascote de barro, más irregular, más fácil de agarrar, pero no, porque se
rompe enseguida si hay muchos, sin trampas, las tres con el mismo guijarro total
igual te vas a caer, que te falta estabilidad y sentido de la distancia, para
alcanzar el cielo la piedra tiene que detenerse dentro del cuadrado de tiza, no
en el borde ni afuera y tenés una sola oportunidad y después perdés el turno.
Un cielo en el que te parabas antes de que lo borrasen las
lluvias y los pasos de los adultos, no sin cierta zozobra y algo de desencanto,
siempre apenada por no poder conquistarlo en el juego a ese cielo misterioso y
mezquino, hecho para tus hermanas, para su risa burlona y sus códigos
infranqueables.
Un cielo que se aprehende a pedrada limpia, a los saltos, en
una sola pierna y dejando a los desequilibrados en el camino, es un cielo que
ahora se me antoja inabordable, digo, para consolar a la niña de esta historia.
De: Rayuela(s), antología de cuentos, 2010.-
EL CIELO DE LA NIÑA DE ESTA HISTORIA ES AQUÉL AL QUE CASI TODAS LAS NIÑAS DE ESA ÉPOCA QUERÍAMOS ALCANZAR. Y MÁS DE UNA VEZ LO HICIMOS. MUY LINDO. EL CUENTO Y EL HOMENAJE A CORTAZAR. UN BELLO LIBRO
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