Corrían
los primeros años del siglo XX. Olivia García del Campo pertenecía a una de las
familias más adineradas de la zona. Tenían chacras con plantaciones de manzanas
para exportación.
Mantenía
una relación amorosa clandestina con uno de los peones de la chacra. Sus
encuentros eran a la hora de la siesta.
En
esa tarde programada el sol decidió no acompañarlos. El plan lo incluía. Irían
a ese lugar de la costa isleña descubierto en un día de paseo en el barco familiar
conducido por Él.
El
cielo les adelantaba con su tronar de tambores, el difícil camino a recorrer.
Dejarían
un rastro sobre el azul del lago, que sólo ellos podrían divisar. A pesar del
clima. A pesar del pequeño oleaje. Regresarían con el impulso del amor
consumado. Oliendo a piratas. Dos corazones danzando. Cuatro ojos en revolución
de miradas dentro de los pensamientos.
El
baile del agua y el bote acariciaban esa tarde soñada. El amor los invitaba a correr
por la isla.
Como
sábanas de seda, los juncos y la arena sostenían cada impulso. Un lecho con
olor a eucaliptus. El reposo de dos cuerpos sobre un continente agreste. La paz
del lugar los erotizó y el silencio absoluto les cantó su mejor melodía.
Cerró
sus ojos la tarde gris. También los deseos lúdicos.
No
sabían que su cita la propuso la muerte. Se perdieron en su propio amor. Una
burla siniestra no les dejó mirarse en un espejo. Encontrarse con el otro.
Bajaron
los nubarrones. La lluvia y el viento hicieron lo suyo.
Un
año después, en otra playa lejana, alguien encontró despojos de un vestido
blanco y un sombrero de rafia enredado en su cintura.
Marité
Simón ©
MUCHAS GRACIAS MI QUERIDA ANA, POR ESTE REGALO JUSTO EN EL DÍA DEL AMIGO. QUEDÓ HERMOSO CON LAS ILUSTRACIONES. ESPERO QUE LES GUSTE AL RESTO DE AMIGOS QUE LO LEAN. BESITOS
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