Cuando lo imposible empieza a
suceder, lo más razonable
es aceptarlo con naturalidad.
Abelardo Castillo.
Un relato no agoniza con el fin del relato, una pieza musical no claudica en la última clave de su partitura,
una jugada no culmina con el fin de su jugada.
Un encuentro se prolonga en otra clase de encuentros. Si Dalmiro no lo hubiera contado,
decididamente yo no estaría escribiendo esto que parecerá ruin, inverosímil y
supersticioso. Pero a estas alturas de
la noche, en la que la luna llena espía por mi ventana, y sólo se escucha el
sonido de mis teclas apuradas por escribir esta historia, aunque empiezo a
dudar de mi capacidad para contarla, o del tiempo que me queda.
Me invade una sensación de terror por el hecho de haber sido testigo de aquello que escuché una noche. Nunca
habitará más en mí la tranquilidad; fue superada por el nerviosismo y el
tormento. Ésa es exactamente mi realidad de hoy y la de quienes fuimos
¿casualmente? a esa cena de amigos.
Si en el año 19… de un viernes a
la mañana Dalmiro se hubiera pescado un
refrío o hubiera comido algo previamente al asado que le cayera mal, o si su
mujer no se hubiera levantado de buen humor, cosa no habitual en ella, y lo incitara a ir, todos estos pequeños movimientos de hechos
cotidianos irrelevantes que nos suceden a menudo, habrían trastocado el destino de Dalmiro impulsándolo a desistir de ir a pasar un
momento con viejos compañeros; si eso hubiera sido así, nosotros nunca nos habríamos enterado de que
Dalmiro Zeta había visto bajar por las paredes lo que vio.
Y eso haría que yo, hoy, a estas
horas de la noche, poniendo palabras en mis hojas con una frazada sobre mis
hombros presenciara lo mismo.
Alto, encorvado, de tez amarillenta,
paso hamacado, una gorra jockey de hilo, profundas ojeras negras como aros le
colgaban cuando atravesó la puerta y nos dimos la mano. Por mis idas y venidas muchos años estuvimos
sin vernos, su mano era de carne fría,
de dedos largos y huesudos aparentemente
frágiles, pensé en ese instante en que nuestras manos chocaban, que si decidía
apretar su mano podía estrujarle todos los huesos y convertirlos en un bollo de papel. Profesor
de historia, recibido en la UBA ,
rosista y ateo, vivió en Buenos Aires diez años antes de decidirse a venir a pasar
sus últimos días de docencia en estas tierras. El encuentro no fue ni más ni
menos extraordinario y acogedor que los encuentros que a menudo les suceden a
todos los hombres en este tipo de reuniones informales, una mesa surtida de manjares y bebidas acompañada de tímidos y
nostálgicos diálogos al principio, que hombres de cuatros décadas pueden remontar en
encuentros basados en temas intrascendentes, irritables, pero discutidos con el
énfasis de los que piensan que eso cambiará el mundo.
Así, entre botellas vacías y palabras cansadas, fuimos tallando esa noche
nada fuera de lo habitual. El momento que rompería con el curso de esa cena común
de burgueses en estado de satisfacción gastronómica, fue la voz gradual de
Dalmiro que empezó a contar sin previo aviso. Su tono grave, algo inestable, mirada al piso,
algún que otro levantamiento de ojos hacia los míos cuando relataba, como una
actitud del que esta por confesar una culpa.
Hace algunas noches me levanté
para ir al baño, dijo cauteloso. Al
volver al dormitorio vi unas sombras que se deslizaban por la pared hasta meterse
en el cuerpo de Victoria. En ese momento pensé que podía ser un hecho casual, algún
árbol o alguien que pasaba por la calle y la pared les sirvió como reflejo…pero lo más
asombroso, y no sé si a esta altura éste es un término conveniente -dijo tocándose
la mejilla que le demoró un tiempo hasta retomar nuevamente el relato- lo mas horroroso es que la segunda noche,
cuando me desperté a la misma hora de la anterior, bajaban otra vez metiéndose
en el cuerpo de mi amada; no pude tolerar semejante acto y corrí, desesperado
Pero… ¿volviste Dalmiro?, por tu mujer lo digo; ¿o la dejaste sola?
Cierta sensación de angustia y desconcierto rodeó el rostro y el cuerpo
de Dalmiro. Lo vimos por unos segundos buscar algo que debía encontrar en su
profunda memoria.
Sí…o para ser exacto no sé si volví yo, dijo sin levantar la vista.
¿Pero qué formas tienen las sombras?, preguntó alguien. La forma es lo
de menos, mi amigo-dijo sosegado. Lo
relevante en ellas -agregó y luego produjo una larga pausa hasta repetir- lo
relevante, es que tienen voluntad e inteligencia propia.
Por lo común, después de un relato sobrenatural como estos hay un
silencio que se interpone y puede dar
paso a la risa o a todo tipo de
sugerencias…Por suerte o por desgracia en éste se dio la segunda. Tenés que limpiar la casa, dijo uno; llevá
un cura que tire agua bendita- dijo
otro. Y otros, tal vez es el alma de algún muerto que se suicidó y no puede escapar; yo
que vos hago algo mas fácil, me mudo a otra casa-.
Fue con esa última sugerencia cuando Dalmiro levantó la mirada y dijo: no
hay posibilidad. Todos tenemos una sombra y ésta no es una prolongación del ser
como se dice por ahí, o la que perdió Peter Pan, o la que el Lama acuchilló al
percibir la sombra de Sankara, o la creencia con que los chinos se alejaban al
cerrarse un féretro, porque aseguraban que si la sombra quedaba atrapada, la
salud de su titular declinaría dramáticamente. Esta sombra es ajena, no nos
pertenece, nos invade y nosotros de a poco, cada noche, después de haberla
visto, empezamos a pertenecerle, pueden
compararlo con un demonio, un espectro, un fantasma o con lo que quieran, al
fin es lo mismo, pero lo que sé, es que
cada uno tiene su sombra, y tarde o temprano se les presentará, bajando de una
pared a la noche, cuando ella lo disponga se hará ver, la sombra ajena es inversa a lo nuestro.
Le pregunté entonces, y ya varios de los que estaban a la mesa se habían
levantado, si esa sombra era solamente una, que mutaba impredeciblemente.
Quizás, me respondió.
Porque…si es una tal vez, no
todos estemos destinados a ella, le dije mientras escuchaba su risa sarcástica.
Quizás, volvió a decir esta vez
con un gesto y un tono del que oculta información.
Después, Dalmiro se levantó y
agarró su gorra, como si algo lo intranquilizara.
Ahora comprendo el enigma, y mientras mi sombra empieza a deslizarse la miro esperando descubrir lo que
Dalmiro me dijo antes de irse, antes de despedirnos en el momento en el que le di la mano y le
susurré al oído me quedan dos dudas.
Cuáles, asintió con desgano.
Qué hace la sombra y qué le pasó a Victoria.
Su mano apretó la mía fuertemente
y me atrajo hacia él, se acercó a mi oído y me dijo: asesina.
De: Al otro es al que le suceden las cosas
Comparto, para que lo disfruten, este cuento del libro de Ezequiel
ResponderEliminarEscalofriante. Muy bien logrado el clima de tensión y bien sostenida la intriga.
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