miércoles, 23 de septiembre de 2015

ANAMARÍA SERRA/ "EL DEMIURGO"

Adela escucha el viento y sus ideas se confunden en un torbellino de imágenes. Un desierto al mediodía plagado de sol le seca la garganta; luego de incorporarse y tomar un poco de agua del vaso que está sobre su mesa de luz descubre ese enjambre de plantas de hojas carnosas que le impide ver a través de la ventana.

Mientras lucha con manos y ojos para abrir el follaje y ver el panorama oye un repicar acompasado, acústica pura, y se da cuenta de que el viento ha dado paso a la lluvia, que primero se presenta con finísimo granizo. Y allá va la imaginación de Adela, a la cumbre más alta que puede encontrar, blanca e inmensamente fría –lo siente en la punta de sus dedos porque está acariciando la base de una pequeña escultura-.

Adela toma conciencia del gesto maquinal y la observa. Representa un demiurgo, cabeza de león enmarcada en un halo, el sol, y cuerpo de serpiente. Piensa en el significado dado por los antiguos: el creador y ordenador del mundo material, la encarnación del mal que aprisiona y encadena a los hombres a sus pasiones.

Adela desvía sus ojos hacia la fotografía colocada junto al demiurgo.  Un hombre joven y esbelto, bronceado por el sol de la playa caribeña le sonríe con malicia desde un primer plano. Detrás, el sol corona su cabeza mientras el mar, de un azul más que profundo, lame sus pies. Adela quiere aclarar su desconcierto. Abre la ventana: ya no llueve y el viento es una brisa sobre su rostro.


En puntas de pie y sacando casi la mitad del cuerpo, extiende sus brazos para separar aquella multitud de hojas que le entorpecía la visión, pero descubre que solamente hay un enorme vacío, un desierto en el mediodía plagado de sol, el abismo que la atrae como si estuviese tirando de ella una finísima cadena de pasión hacia aquella mirada maliciosa…  Y su garganta seca, la sed que no puede apagarse, aunque ¿quién sabe?, tal vez el demiurgo sea el oasis que Adela necesita.

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