viernes, 18 de septiembre de 2015

ANAMARÍA SERRA/ "LA SEDUCCIÓN DE LA MALDAD"


D e s d e l os primeros tiempos –tanto en los cuentos de hadas como en todos los de tradición oral- los hombres se sintieron fascinados ante las historias de terror y de violencia.

La condesa sangrienta, texto de Valentine Penrose inspirado en la vida de Erzsébeth Báthory, fue recreado posteriormente –y superado con creces- por la escritora argentina Alejandra Pizarnik.
Me propongo enlazar este texto con 62, modelo para armar, de Julio Cortázar y con “La cámara sangrienta” y “La dama de la casa del amor”, dos cuentos de Ángela Carter.
Ante la lectura del texto de Pizarnik el lector se siente horrorizado por lo descripto y a la vez seducido por las magistrales imágenes que se suscitan. Pizarnik racionaliza la violencia y la recrea presentándose como comentarista y espía que asiste con placer a las escenas
de tortura.

Erzsébet Báthory, siniestro personaje histórico húngaro del siglo XVI, pasó a la fama por torturar y asesinar a 650 muchachas. Once pasajes que marcan la trayectoria de la Condesa desde su adolescencia hasta su muerte, conforman La condesa sangrienta. La belleza, la locura, la perversión sexual y la muerte serán los cuatro ejes sobre los cuales se articula la narración.
Con lenguaje moderado, la mención de lo directamente sexual apenas existe. Hay sólo continua alusión y una enorme sugerencia en las imágenes que convierten el horror en poesía. Lo poético está dado en las descripciones de la Condesa y en la forma en que Pizarnik inscribe al personaje en momentos de silencio, melancolía, violencia y muerte. Rara vez se detiene en fijar su punto de vista en las adolescentes supliciadas, y el lector –mirada cómplice- deberá hacerse cargo de ello con su imaginación.
En la Condesa reina el silencio con momentos de impasible melancolía y otros de frenesí orgiástico; goza con el sufrimiento de las doncellas sacrificadas. Teme la vejez y necesita –como Drácula- la sangre humana para sobrevivir: el sacrificio de las jóvenes vírgenes conservará su juventud y borrará las impurezas en su cuerpo
La condesa se apoyaba en las creencias cristianas sobre la sangre de Cristo como brebaje de la inmortalidad; la religión, paradójicamente, incentiva el vampirismo.
En el texto de Pizarnik, lo obsceno se instaura a partir de la imagen de la tenebrosa aristócrata contemplándose eternamente en el espejo de la tristeza. Como Gilles de Rais, tiene la obsesión de la muerte y su reclusión en la soledad del crimen la fue llevando hacia una homosexualidad enmarcada por un profundo silencio. Pizarnik piensa que no tuvo conciencia de su crimen, por tanto, nunca llegó a comprender la causa de su condena ni tampoco sintió miedo.
La Condesa sangrienta refleja la admiración de Pizarnik por Penrose, la influencia del surrealismo y de las teorías sobre el mal y el erotismo propuestas por Bataille.
Julio Cortázar utilizó el personaje de la Condesa en su novela 62: modelo para armar. Pareciera no solamente una fascinación compartida sino también un homenaje. El personaje
Helene resulta el “alter ego” de Erzsébeth Báthory en el siglo XX.
Elementos comunes –laberintos, pasillos, galerías- representan la “zona prohibida” a recorrer en un texto que apunta a lo especular o reflexivo, donde se entretejen los fragmentos de una historia con fondo vampirista.
La novela de Cortázar es un rompecabezas que el lector deberá armar, en donde se enlazan situaciones, espacios y tiempos. El personaje de Helene es perfecta e inasequible, personifica la maldad, la crueldad, pero también el sufrimiento; es la que habita en mayor medida la ciudad de las pesadillas, la deseada y ya muerta desde un principio. Hay una permanente alusión a Erzsébeth Báthory. Helene, respondiendo a su ser maléfico –y también homosexual- violará a Celia, una muchacha inocente que a la vez se identifica con una muñeca en la que se descubrirá una horrible obscenidad -no revelada al lector- Aquí el narrador comparte con Pizarnik ese “voyeurismo” cómplice, artífice de la imaginación.
La transgresión continua del tiempo produce la alteración de las relaciones habituales de causa-efecto; la narración tiene extensos pasajes poéticos; se describe una ciudad con itinerarios malditos y encuentros imposibles; los personajes están condenados a circular por un recorrido que implica transitar sus propias vidas: un itinerario no programado, sino determinado de antemano, como el destino que deberán cumplir.

En los textos de La cámara sangrienta, Ángela Carter reelabora, con ironía y crueldad, la temática de los cuentos de hadas.
Para Carter, la sociedad patriarcal ha construido la identidad femenina y su escritura tratará de reconstruirla para luego subvertirla en cada historia en la que se inspira.

“La cámara sangrienta” y “La dama de la casa del amor” si bien en principio aluden a “Barba Azul” y a “La bella durmiente” respectivamente, transmiten una fuerte conexión con La condesa sangrienta en cuanto a la sexualidad transitada por contrastes: erotismo, violencia, poder, sumisión, inocencia y perversión.
En el primero –la boda de una joven inexperta y pobre con un siniestro hombre de fortuna, el hombre representa la extrema violencia patriarcal que a la vez ejerce completa fascinación ante su ingenua y virginal esposa. Viven en un castillo prácticamente enclavado en el mar, y en una cámara oculta ha sacrificado a sus anteriores esposas. Los elementos de tortura semejan réplicas de los utilizados por la Condesa, y los espejos del castillo reproducen la triste imagen de la joven destinada a ser la próxima víctima.
En su libro, Pizarnik describe el elemento principal de tortura, la Virgen de hierro, como una “dama metálica” del tamaño y color de “la criatura humana”.
En el cuento de Carter, es la misma Condesa -¿figura atemporal?- quien ocupa el lugar de la Doncella de Hierro, descubierta con horror por la protagonista cuando se introduce en la cámara prohibida.

Y en “La dama de la casa del amor”, la protagonista, remedo grotesco de Erzsébeth, habita un sombrío castillo, continúa perpetrando sus crímenes ancestrales y sufre la “perenne tristeza de una joven que es a la vez la Muerte y la Doncella” mientras pasea en las noches con el vestido de novia eternamente teñido con la sangre de sus víctimas. Sin embargo, aquí no son doncellas sino muchachos -campesinos- quienes tributan su sangre joven para que la vampira pueda alimentarse. Hasta que llega un joven y apuesto militar y ella caerá rendida de amor que la hará volverse humana y morir, aunque una rosa deslumbrante y monstruosa guardará su espíritu.
Una mujer fascinante por su crueldad y sadismo, modelo para tres escritores célebres: Alejandra Pizarnik, pionera, la recreó magistralmente; Julio Cortázar la “aggiornó” en un personaje de 62… y Ángela Carter la instaló doblemente en dos recreaciones de cuentos de hadas.

Fuentes consultadas:

Cristina Piña, Límites, Diálogos, Confrontaciones: Leer a Alejandra Pizarnik


Graciela Aletta de Sylvas, Para una lectura de La Condesa Sangrienta de Alejandra Pizarnik







2 comentarios: