Momento dichoso. Irene se anuncia la muerte. Con
25 años, la muerte imaginada en los espejos le llega con el rostro de su infancia. Irene teme.
Continuar con vida sería maldición. La muerte vestida de agua y fuego en los
ancestros.
De
su padre heredó la seriedad, la flexibilidad admirada de su pelo y la paciencia;
de su madre la blancura de su tez, la afición a la lectura o a las labores y
cierta timidez orgullosa y antipática.
Un
perro lanudo llamado Jazmín, una virgen de 10cm de altura, el retrato al óleo
de su abuelo materno y una enredadera con flores de campana de color anaranjado
le quedaron como recuerdos de niñez. El perro nació imaginario en sus juegos y
se concretó en la adivinación de un tío.
Ella
le rezaba a la virgen y le ofrendaba flores y espejitos de colores y su madre
temía que se volviese santa. Un paisaje sin árboles y poblado de fantasmas se traslucía en las viejas paredes
de la sala. Irene se asustaba y una vez despertó comprendiendo que había
escapado de la muerte. Al otro día llegó una virgen de Luján.
Ella
amaba el color naranja de los pétalos de la enredadera y su perfume tenue. Y la
había concebido mientras, con amorosos ademanes, quitaba las flores
inexistentes del rostro de su madre.
Juiciosa
y callada, feliz hasta los 15 años, cuando murió su padre y se terminó la
infancia. Irene había previsto el luto hacía tiempo y llorado por él. No pudo
recordarlo más después del día de su muerte; se ganó el rencor permanente de la
madre.
Reconoció
sus dotes sobrenaturales, se creyó culpable de la muerte de su padre, culpable
y desdichada. Quería visiones agradables. Pero la imagen atroz del cuchillo y
la sangre le llegaron con nitidez. La
brisa leve, la bruma y una canción que no podía cantar le anunciaban las tragedias.
Perdió el don del recuerdo por adivinar el futuro.
Desde
su balcón los niños con caras de hombres llegaban a su mirada consternada. Con los
recuerdos de sus amigas, de sus hermanos, de su madre, formó un rostro. Quiso ardientemente ser una santa;
que fuera el rostro de Jesús.
Conoció
a Gabriel -nombre de arcángel, la fuerza de Dios-, su primer amor. Sólo se
miente a la gente que se ama. Nunca me
olvidaré de ti Gabriel y cuando dijo esas palabras ya lo había olvidado. A
través de un vidrio, en la ventanilla de un tren, vio su último rostro
enamorado y triste, borrado por las imágenes de su vida futura. La muerte para
recuperar el recuerdo de Gabriel –nombre de arcángel anunciador de la muerte- .
Irene
Andrade, modesta argentina que creía ser la única capaz de describir su muerte
antes de su muerte. Sin sucesos importantes. Sin curiosidades. Sin recuerdos,
la muerte será una llegada, no una despedida.
Ana María Serra.-
Sobre: La biografía de Irene, de Silvina Ocampo.
Fe de erratas: donde dice "La biografía de Irene", debió decir: "AUTOBIOGRAFÍA DE IRENE". Mis disculpas
ResponderEliminarAna María Serra