martes, 22 de agosto de 2023

ANAMARÍA SERRA//COMENTARIO SOBRE UNA NOVELA DE ANDRÉS BARBA

 

LAS CASAS TIENEN VIDA.

 

Comentario de la novela El último día de la vida anterior, de Andrés Barba.[1]


 

“Nunca le ha gustado indagar, husmear, pedir explicaciones. Le gusta su trabajo en la inmobiliaria y poco más. Es una especie de don, igual que otras personas tienen el de hacer un deporte o una destreza musical. Desde muy joven, percibe las casas como en un reflejo automatizado, sabe cómo son al instante, con sólo poner un pie en ellas. Donde para la mayoría de la gente no hay más que cemento o ladrillo, para ella hay cuerpos, caracteres, una carne íntima y moldeable. Y, sin embargo, a diferencia de las casas, las personas que viven en ellas le parecen casi siempre irreales, sus sentimientos y rostros, inaccesibles. Tal vez, ha llegado a pensar, las casas son sólo un pretexto, un puente para tocar aquello que no puede tocar en las personas”. 

 

La casa, el lugar en que otros habitaron antes, el lugar en el que vivimos ahora. Un 

espacio que es la proyección de nuestro ser y que, deshabitada, pareciera ser una caja de resonancia de otras vidas.

Muchos autores han sentido fascinación por este tema y así lo han expresado en textos inolvidables. 

Andrés Barba, en su novela El último día de la vida anterior, aúna con maestría el pasado y el presente como tiempos paralelos y a la vez equidistantes.

Un encuentro inesperado -en una casa en venta- entre la protagonista, una empleada de inmobiliaria, con un extraño niño de otro tiempo, le sirve para ir desatando el nudo gordiano de su propia vida y a la vez presta auxilio para resolver el recuerdo de un hecho traumático para el niño.

El relato los enfrenta en un vórtice temporal donde las acciones parecieran repetirse hasta el hartazgo.

Con una escritura precisa, poética por momentos, este texto deslumbra al lector. Lo fantástico se cuela por los intersticios de lo real en un ir y venir ondulante, sin altibajos.

Para la protagonista la casa es un ser viviente; las personas son vehículos que dejan estampados en las paredes sus sentimientos. Cuando se marchan definitivamente de las viviendas, éstas han absorbido tales emociones y ella, como empleada eficiente, los sabrá detectar:

 

“Las casas -le gusta añadir a veces- deben reírse de la ilusión de que sus dueños las poseen. Nada se lo recuerda tanto como el hecho de estar ahí en esos momentos en que han quedado vacías (…) Le basta asomarse al dormitorio para saber qué lado de la cama recibía siempre el sol al amanecer, entrar en una casa para percibir algo ofuscado en ese recibidor (…) Allí vivió alguien infeliz, ¿por qué? Porque el parqué no está quemado bajo la ventana del salón, señal de que nadie abrió esa cortina. Allí vivió alguien dichoso, ¿por qué? Porque se cocinó primorosamente en ese horno gastado. Puede que se equivoque, no importa demasiado. Lo importante es que, incapaz como es para tocar a las personas en su vida real, las toca en esos estadios intermedios…”

 

Como mencioné anteriormente, “la casa” ha sido abordada, como protagonista o como testigo fundamental en muchas novelas y cuentos. Recordé dos textos luego de haber leído esta novela: La casa del ángel, de la escritora argentina Beatriz Guido y Viaje a la semilla, del escritor cubano Alejo Carpentier.

 

En la novela de Guido[2] la casa de una familia patricia de Buenos Aires es el marco de una historia plena de ocultamientos, prejuicios, prohibiciones, sobre todo de la madre hacia sus tres hijas. La estricta formación religiosa -católica - basada en la culpa, sobre todo para la represión sexual, perturba a Ana, desde su preadolescencia.

La descripción de la casa, con los frescos pintados en los cielo-rasos como la famosa estatua del ángel que se exhibe en la entrada, crean un clima misterioso y asfixiante:

 

“Nuestra casa queda en la calle Cuba, en la esquina de Sucre; su estilo es el de un decadente fin de siglo, con un ángel de piedra en la terraza del primer piso”

“…El parque, con una verja de lanzas doradas, la abraza por los cuatro costados “

“…un balcón con balaustrada de cariátides, cubiertas de hiedra, me permitía entonces asomarme a la calle”

“Nuestra madre abrió la puerta principal que tiene dos leones de marfil en las mirillas, insignia de la familia de mi padre, y penetró en la casa”

“Alguien verá el cielo raso reflejado en sus ojos “, me había dicho en voz baja Victoria.

La primera sensación fue de vergüenza. El cielo raso de mi cuarto reflejaría en mis ojos las ninfas desnudas, los guerreros árabes y el baño de Leda”

 

La casa refleja la vida de Ana, un espacio lleno de misterio, alusiones eróticas, prejuicios y miedos. 

La casa como el mundo donde se alojan los personajes, el espacio exterior es apenas un pantallazo, en general, adverso. La casa es el refugio y a la vez el lugar que preanuncia la solapada tragedia y el destino inexorable.

 

“Viaje a la semilla”, novela corta de Alejo Carpentier[3], cuenta de manera retrospectiva la demolición y posterior reconstrucción mágica de la casa de una familia poderosa, la del marqués de Capellanías, que ocurre luego de la muerte de su dueño. En esa reconstrucción el marqués vuelve a la vida y luego, como en un friso, se relatarán los avatares de su casamiento, su juventud, adolescencia, niñez, hasta su momento de semilla en el útero materno. Y en esa transformación el lector asiste a los cambios, según la época, de la casa. La casa “crece” y “madura” como su dueño.

 

“Confusas y revueltas, las vigas del techo se iban colocando en su lugar. Los pomos de medicina, las borlas de Damasco, el escapulario de la cabecera, los daguerrotipos, las palmas de la reja, salieron de sus nieblas”

“Cuando los muebles crecieron un poco más y Marcial supo como nadie lo que había debajo de las camas, armarios y bargueños, ocultó a todos un gran secreto: la vida no tenía encanto fuera de la presencia del calesero Melchor…”

 

La casa contiene la vida de Marcial, es una especie de segunda piel, la casa y el protagonista, una identidad.

 

En la novela de Barba, la protagonista pasará a un segundo plano para internarse en la historia del niño de otro tiempo y de su familia, contenidos en esa casa, en la que se ha desatado un drama que los ha dejado estampados en ese momento.

 

“Y poco a poco también ella controla esa sensación de que no haya aire en el aire. Sin dejar de oír su respiración, aprende el modo de restarle importancia, hasta que de pronto queda sumergida, envuelta en un flujo innecesario. Más que satisfacción, siente sólo el automatismo del gesto: abre la boca y succiona la nada, deja que la nada salga de su interior. Y entonces se produce una especie de euforia, le parece que ha esperado siempre este instante, que lo que ha hecho hasta ahora no era más que el prólogo de este gesto: el verdadero respirar “

 

En ese otro lado del “bucle espacio-temporal “que implica vivir en la casa, la protagonista, convertida en testigo del drama familiar, juega el rol de nexo restablecedor de la familia. La nada implica el todo, y la casa también ha cambiado su vida.

 



[1] Andrés Barba. El último día de la vida anterior. Anagrama, 2023.

[2] Beatriz Guido, La casa del ángel. Los recobrados. Alejandro Castillo, 2008

[3] Alejo Carpentier, Viaje a la semilla. Octaedro, 2000.

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