miércoles, 22 de junio de 2022

ANAMARÍA SERRA// SOBRE UNA NOVELA DE OLIVERIO COELHO

 

Oliverio Coelho[i], Un hombre llamado lobo[ii]

EN EL NOMBRE DEL PADRE


Novela de aprendizaje, de exploración, de viaje, Un hombre llamado lobo requiere mucha atención por parte del lector en el armado de la trama que el autor presenta como un puzle
a organizar.

 Hay  dos viajes de búsqueda en esta novela. El más extenso, efectuado por Lobo, el padre, que puede dividirse en tres momentos: en primer lugar, la pesquisa junto al detective para encontrar a la mujer que lo abandonó; luego, la búsqueda del hijo; al final, el abandono de ese objetivo para sumirse en la desesperanza, en el nihilismo.

El otro viaje es el de Iván, que va en el presente hacia el pasado, para conocer al padre que le ha sido negado desde poco después de su nacimiento. Un viaje que culminará con el ansiado encuentro y su decisión personal de compartir el futuro sin revelar la identidad.

Para mejor comprensión, organicé estas dos historias con el relato del argumento, donde incluyo comentarios tanto sobre el contenido como sobre las técnicas de escritura utilizadas por Coelho.

Silvio Lobo, un inspector municipal de cuarenta años que cumple su tarea en pizzerías y bares de Capital y saca provecho con actos corruptos de poca monta,  decide que formará una familia. Conoce a Estela Durán, empleada en una parrilla “de bajo fondo” y luego de unas pocas salidas la lleva a vivir a su departamento. Lobo ansía ser padre, Estela queda embarazada y nace Iván, el hijo de esta pareja.

Pero Estela no ama a Silvio y se siente presa en ese departamento, con un hombre cuya rutina le resulta inaguantable. Al poco tiempo, se va del hogar y Silvio queda solo con Iván. No soporta esa situación, se siente degradado y teme que se enteren en la oficina. Por ello deja al bebé a cargo de su madre, Dora, si bien ésta en principio queda engañada ya que detesta su papel de abuela.

Pero al tiempo Estela, con sentido de culpa o de venganza, se lleva a Iván de la casa de Dora.

Mientras tanto, Silvio ha emprendido una pesquisa con la ayuda de Marcusse, un detective con experiencia en ese tipo de conflictos, que  vincula su actividad con la reglas de un apostador.

Lobo y Marcusse se embarcan en un viaje a Carmen de Patagones, ya que los datos del detective indican que en ese lugar viviría el padre de Estela.  Allí reinan la impunidad y la indiferencia y la trama se complica en el trascurso de la historia con traiciones y desencuentros.

 Marcusse es secuestrado y malherido, vuelve a Buenos Aires; Lobo, por su parte, desconociendo este hecho, continúa a su manera la búsqueda de Estela y de su hijo y resulta protagonista de un aparente homicidio. Termina casándose con la hija del dueño del pueblo y luego huyendo con ella a San Andrés, un pueblo cercano a Tandil.

Años más tarde, a pesar de haber alcanzado cierto bienestar económico y social, Silvio vuelve a sus temores de ser perseguido por sus acciones en Patagones y se sumerge en la desidia. Su mujer lo abandona, pero Lobo no se siente mal por ello.

Marcusse se  ha recuperado  a medias y consigue conocer a Iván. Le cuenta los hechos (Estela ha muerto y el joven, que ya tiene veinte años, está viviendo con su abuela materna, que también lo desprecia)

Pero el detective tiene un accidente doméstico y finalmente muere en un hospital. Por ello Iván, sin saber que el hombre ha muerto, viaja solo en busca de su padre.

Luego de varias alternativas, lo encuentra. Pero decide no decirle quién es; prefiere vivir con él y cuidarlo, jamás revelará su identidad mientras Lobo no le pregunte, ya que “entendió que estaba destinado a vivir en una penumbra ligeramente sagrada…”

La historia no está relatada de manera lineal; Coelho utiliza la técnica del flash back. Es así como el primer capítulo, “Presagio”, comienza con el encuentro entre Marcusse e Iván, es decir, casi por el final, se aportan muchos datos que en los capítulos correspondientes a la travesía de Lobo y Marcusse en Patagones, han quedado en blanco.

En Presagio, Iván se nos presenta como un joven  inocente, siente ilusión y fervor por encontrar a su padre y pretende buscarlo a través de la magia. El detective semeja a Tiresias, el personaje de Edipo Rey, la tragedia de Sófocles: es el portador de la verdad para Iván; los indicios del pasado se filtran en los pensamientos del detective. Iván se aferra al viejo como a un reemplazo de la figura paterna.

El narrador, en tercera omnisciente entra y sale de los pensamientos de los personajes.

La abuela es un símbolo de la maldad, odia a Iván porque lo considera el origen de todo lo que le sucedió a su hija, y además le resulta inservible en lo económico.

La figura materna en esta novela está muy devaluada, pero no por ello es menos realista.

Dora es la otra madre que pensó en vivir a expensas de su hijo y que vio frustrado su sueño. Lobo se muestra como un hombre desesperado por tener una familia; el lector intuye que nunca supo lo que esto significaba, a pesar de haber tenido a su madre.

Todas las acciones se desarrollan en ambientes casi marginales, de una pobreza no tanto física como emocional.

Silvio Lobo busca una mujer que responda a un arquetipo físico pero también a una forma de vida; es un hombre tímido con el  sexo femenino, no se valora a sí mismo; para él todo depende de su bienestar económico, el principal medio para que una mujer lo tenga en cuenta:

“Ese era el tipo de mujer que siempre había querido: además de morocha de ojos oscuros, gracias a su juventud todavía no debía de haber sido maltratada y, por ende, podía confiar y hasta enamorarse de un hombre interesado no en meros lances sexuales, sino en una forma celeste de la arquitectura humana: la planificación de una familia. Pensó entonces que esa mujer no era inalcanzable. Contaba con una ventaja objetiva: su aspecto de solterón, en contraste con el de los demás parroquianos, se confundía con el de un hombre honesto” (22)

El ambiente social urbano en donde el protagonista se desenvuelve es miserable: whiskerías que resisten el paso del tiempo cobijan “la pena de comerciantes sodomizados por la hiperinflación”, la luz dura de las lámparas que remarca el maquillaje de las putas “con rasgos indolentes de muñeca antigua”. Albergues transitorios con “asepsia de clínica privada”.

La relación entre Lobo y Estela es gris, con diferentes motivaciones por parte de cada uno, no por amor. Lobo quiere una familia a toda costa, Estela, una seguridad económica.

Luego del nacimiento de Iván, esa relación se va deteriorando con rapidez, ya que está basada en prejuicios de clase en los que también se cuela la experiencia sexual.

Cuando Estela se va del hogar y los abandona, Lobo quiere vengarse en otros pero no puede. La mujer para él es un símbolo de perdición, una cosa que se usa y que traiciona.

Como se siente inútil para cuidar a Iván, lo invade la culpa pero también carga todas las tintas en Estela. Ésta primero se ha dirigido a casa de su madre; el ambiente es pobre y sucio. Estela no siente remordimientos por haber dejado a su hijo; es una venganza hacia Lobo por haberla tratado de manera tan fría.

Silvio continúa con su vida de inspector. Tienen una reunión de trabajo en casa de uno de sus compañeros, pero el encuentro se frustra por la separación entre el dueño de casa y su mujer. El clima es adverso, el anfitrión y su mujer discuten y se percibe la violencia, aunque alguno de sus compañeros opine que ella se merece el castigo físico. Terminan yéndose a escondidas, aunque piensan que serán perjudicados. Son seres mediocres, mezquinos, poco ambiciosos y sin empatía que viven en un ambiente falto de sentimientos positivos.

También hay un abandono del bebé por parte de Lobo, que dejó a Iván ese fin de semana con su madre –engañada- y él lo pasó con Belén, una prostituta con quien tiene una relación casi afectuosa. Teme que sus compañeros descubran la verdad de su situación actual; tiene un gran complejo de inferioridad.

Siempre deposita la culpa en los demás;  en sus pensamientos se regocija torturando a su madre ante la presencia de Iván “todavía más que él mismo en su infancia”, una relación basada en insultos, odio, resentimiento y faltas mutuas.

Según Beatriz Sarlo[iii], una de las técnicas narrativas de Coelho es  entrelazar interpretaciones del narrador o del personaje con comentarios de base, a veces ocultos y otras explícitos, de tal manera que a la vez que narra interpreta. Y esos dos hilos no pueden separarse porque la interpretación produce imágenes, digresiones que complementan a la narración.

“Había creído que Estela era la manifestación de un milagro transformador. Y había bastado esa superstición personal para zambullirse en la idea de un hijo, sin apercibirse de que confundía el signo de esa manifestación: una mujer, además de dicha, podía ofrecerle a un hombre la posibilidad de acceder a su condena” (67)

Como había fantaseado con la idea de que formar una familia iba a representar su superación personal, ya que se sentía un fracasado por haber tenido una madre que no lo quería, un padre ausente y un empleo que lo envilecía, ve que sus sueños se desvanecen porque Estela lo abandonó. Entabla entonces una sorda competencia al contratar al detective para buscar a la mujer, en la que deposita todas sus frustraciones.

(…) Ni ese día ni el siguiente pasaría por lo de su madre a buscarlo. Una voz carraspeó en su interior: “La paternidad es un estado de alerta continuo”. El hecho de que no extrañara a Iván demostraba el fracaso circunstancial de su paternidad. Sin la madre, Lobo no terminaba de sentirlo como hijo propio. (…) Por haberse quedado con Iván de rehén y por contar con los servicios de Marcusse, Lobo creía aventajar a Estela. (…) Para invertir la relación de fuerzas en su mente y calmar una avalancha de conjeturas que podía sumirlo en la inoperancia, decidió que le destinaría a Marcusse todo el dinero necesario, sin escatimar. Incluso su inminente indemnización” (67/68)

El detective Marcusse es una especie de soñador extraviado. Es viudo y no ha podido reponerse de la muerte de su mujer. Viejo, agotado, jugador empedernido y religioso, quizá como parte de su juego, todo lo atribuye al azar, y en eso basa su indagación sobre el paradero de Estela. Aunque se sabe un perdedor, siente que la experiencia le ha enseñado y no pierde la esperanza de obtener un pequeño triunfo.

“…el comportamiento de la materia sentimental en la memoria era impredecible, y las consecuencias de una escena traumática irresuelta o un hijo no deseado, por ejemplo, podían manifestarse años después, bajo la forma del odio” (70)

En esa delirante búsqueda en Carmen de Patagones, Lobo comprender que su venganza es recuperar a Iván, ya no le importa Estela. Se ha embarcado en una misión desatinada que sin embargo le va mostrando una Estela que él desconocía.

Las alternativas que van viviendo los personajes bordean el absurdo, como la relación entre Acosta, el dueño del pueblo, y Lobo, que se siente reflejado en las frustraciones y deseos de los dependientes, especie de esclavos que expresan un sordo resentimiento hacia su patrón. Celeste, la hija de Acosta, con quien Lobo se casa, participa de ese esperpento con tintes de maldad:

“Papá, quemale la mano”, insistió ella, esta vez sonriendo, y apretó el brazo de Lobo, que seguía la escena a su lado preguntándose cómo sería su vida en la ferretería a partir del lunes” (184)

Acosta “asciende” a Lobo, quien participará en una reunión inmobiliaria donde un grupo de hombres solos planea quedarse con los terrenos y viviendas de la zona. Lobo asiste distraído, sabe la estafa que planean pero no le importa. Se entera de que Marcusse aparentemente continúa la búsqueda de Estela en Comodoro Rivadavia. Luego piensa en escaparse de Patagones sin correr riesgos porque comprende que él fue quien mató al padre de Estela.

Cuando huye, no puede desprenderse de Celeste; decide llevarla por temor a represalias de Acosta, aunque piensa que al final la abandonará. Pero termina estableciéndose con ella en un pueblo cercano a Tandil.

Por su parte, Acosta abandona la búsqueda de la pareja y funda una asociación para hombres solos y maltratados. La historia sigue con ribetes irónicos, rozando el absurdo. En ese ambiente árido de afectos, la soledad y la pobreza de espíritu se acoplan a las vidas de los personajes, seres sin aspiraciones, perdidos, desvalorizados.

Como Celeste deseaba un hijo pero Lobo no, y además vivía perseguido por el temor de reencontrar a sus antiguos enemigos de Patagones, luego de que su mujer lo deja, pese a sentirse tranquilo y a no extrañarla, Lobo se sumerge en el abandono y es “rescatado” de su deplorable situación por las hermanas Ventura, que se hacen cargo de la tienda.

El último capítulo de la novela, “Final de partida”, relata las alternativas del encuentro entre Iván y Lobo. El joven ha sufrido una serie de peripecias adversas donde tampoco se escatiman las situaciones absurdas –como su “secuestro” por parte de un ex policía y el pedido de participación en un juicio disparatado del que logrará escapar- hasta que por fin se enfrenta a su padre, pero no se da a conocer.

Si bien no hay sentimentalismo ni reconocimiento por parte del padre –la novela carece de la “anagnórisis” que planteaban los griegos-, finaliza con la decisión del hijo de no revelar su identidad y su convicción de estar viviendo en “una penumbra ligeramente sagrada”. Iván sí es sentimental, se emociona ante la idea de que su madre desde el más allá lo esté viendo junto a su padre, por fin.

Un hombre llamado Lobo es una novela de viaje iniciático. Como comenté al principio del trabajo, hay dos viajes de exploración externa e interna: el que realiza Lobo para buscar a su hijo, y el que hace Iván veinte años después, para encontrar a su padre. En ambos, los personajes harán una búsqueda de su propio interior.

En el epígrafe leemos la dedicatoria del autor: A la memoria de mi padre. Y de eso trata la historia, de la relación padre hijo/hijo padre. La figura de la mujer en su rol de madre y también de abuela, como ya apunté, es negativa. La mujer es presentada como mezquina, materialista, engañosa, intrigante; el instinto maternal no existe.

 Poco antes de cumplir los veinte años, una vidente del barrio le asegura a Iván que no conocer a su padre es peor que tener a un hermano muerto”

“…y como si algo de Iván –la inocencia que parece impunidad en quienes ya no son niños y mestizan en los gestos a un hombre y a un adolescente- le incomodara, le dice que una madre da la vida pero se hereda al padre…” (11)

Las palabras que la vidente expresa a Iván, representan la idea central de esta historia: la herencia la da el padre. Ésa es la fuerza que lo ha hecho capaz de superar todos los obstáculos a fin de lograr, ahora sí, estar junto a Lobo. Ello le permitirá sentirse hijo.

La novela está dividida en ocho partes, cinco de las cuales, son, como se señala en tres de ellas, especies de “intervalos”  que sin embargo no se abstraen de la trama, por el contrario, aportan muchos datos. Las partes numeradas  (I. El hombre sin mirada; II. El agujero de Marcusse y III. Rutinas conyugales, están en negrita, como si fueran el hilo conductor.

La escritura de Coelho me recordó el estilo del escritor Juan Carlos Onetti, la búsqueda de una ilusión que de antemano se sabe inalcanzable. Esa certeza acarrea una angustia permanente en los personajes, embarcados en un proyecto que se desvía en atajos sin sentido, con el absurdo permanente bordeando la trama. Tal vez un símbolo de una realidad que muchas veces no queremos vislumbrar.

 

 

                                                                                                  Ana María Serra.-

 

 

 

 

 



[i] Oliverio Coelho es un escritor argentino nacido en 1977. Novelista y crítico literario, pertenece a una generación joven y talentosa.

 

[ii] Oliverio Coelho, Un hombre llamado lobo.   Barcelona, Duomo ediciones, 2011.

[iii] Sarlo, Beatriz, Ficciones argentinas. 33 ensayos. Mar Dulce, 2012.

1 comentario: