viernes, 18 de marzo de 2022

ANAMARÍA SERRA// COMENTARIO SOBRE "EL VIENTO QUE ARRASA", DE SELVA ALMADA

 

Selva Almada, El viento que arrasa, MARDULCE editora, 2012.


La historia comienza cuando el Reverendo Pearson, un pastor evangélico trashumante que viaja con su hija Leni –Elena para su padre-, se ve obligado a detener su coche por una falla mecánica en  un lugar inhóspito que representa la nada misma –aparentemente en la provincia del Chaco-.

Serán asistidos por un mecánico que vive y  tiene su taller en ese paraje, “el Gringo Bauer”, quien se ha hecho cargo de “Tapioca”, -en realidad José Emilio- ya que su madre, una prostituta, lo dejó en sus brazos cuando el niño era un bebé, pretextando que era su propio hijo. Y así lo considera el Gringo, aunque sabe que Tapioca no lleva su sangre. Ambos adolescentes llevan a cuestas el abandono materno.

Tanto Pearson como Bauer sufren la soledad, aunque  tratarán de llenar ese vacío de manera equivocada.

Ese lugar desierto, pobre, yermo, será el marco propicio para desarrollar en esta historia  no sólo el desamparo, sino también la reflexión y la confesión de los conflictos personales.

Leni es una jovencita inteligente, con sentido de la ironía, que desea volver a encontrar a su madre – a quien el Reverendo abandonó en una especie de huída, llevándose la niña- .

Leni  sufre el desdoblamiento de la personalidad Pearson: la figura del padre que pierde la batalla  ganada por el pastor, que deja de lado a su hija y  poco a poco envuelve en sus palabras al inocente Tapioca, en quien ve un  elegido por Dios para seguir sus propios pasos. Quizá un reflejo del niño que fue una vez.

Son interesantes los capítulos en los que el Reverendo emite su pensamiento y sus sermones; la autora demuestra gran conocimiento de ese tipo de discurso “religioso” que subyuga a mucha gente humilde, que no encuentra una salida a su vida desdichada.

El Gringo Bauer asiste con desesperanza a la conversión que va experimentando su hijo, sobre todo porque considera que la religión es cosa para débiles, pero el Reverendo, hábil, ganará con sus palabras y logrará que el chico lo siga.

Casi en el final de la historia se desata una tormenta física pero también simbólica. El viento arrasa con el destino de los personajes, algunos impotentes para resolverlo, como Bauer y Leni, otros decididos a cumplir una vida que creen ya está signada por la fuerza divina, como Tapioca y Pearson.

El tiempo allí se detiene y finalmente el lector logra entender el porqué de una narración morosa que se mueve entre el pasado y el presente, en cierta medida con influencia  del escritor santafesino Juan José Saer, si bien Almada no utiliza la técnica de las cláusulas subordinadas extensas que retardan muchas veces la narración de manera excesiva.

Por su intensidad, la novela de Selva Almada lleva a la lectura “de un tirón”, aunque una segunda lectura sea más provechosa para el disfrute.



No hay comentarios:

Publicar un comentario