Yo he
visto las naranjas,
esas flores
redondas
de fantástico
peso,
colgando
de las ramas
del árbol
de la infancia.
Mi
padre custodiaba
desde
antes de la flor,
repasando
el dorso de las hojas,
ahuyentando
las hormigas.
Los
pulgones del trigo
llegaron
una tarde,
y las
gordas naranjas
que
agobiaban el árbol
se
cubrieron de insectos
diminutos
y verdes,
mi
padre los miraba
impotente
y sombrío.
Subí
sobre sus hombros
con un
plumero suave
y limpié
una por una
las
frutas amarillas.
Era la
defensa del amor.
Mis ocho
años combatían.
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