Hace mucho he venido a salvarlos y hoy ustedes, a
ejecutarme.
No los culpo, el hombre disfruta como la comadreja.
La furia se ha comido los órganos de todos. La furia
que es precisamente la más hambrienta, la que se jacta de hacer justicia por
todos. No le han dejado ni los órganos y
no lo advierten; igual debo comprenderlos, debo comprender este acto de
furia, que ha hecho que viniesen este
mediodía donde el viento susurra sus más tristes canciones. Los veo. En
el fondo, demolidos, apesadumbrados por
hacer lo que alguien que no está presente les ha obligado a cometer; veo sus
caras gachas, sus manos aferradas unas a las otras, han venido todos. ¿Están
todos porque desean ver al fin mi cadáver, o
han llegado porque en verdad vienen a despedirme… o en el fondo, a
perdonarme?
Los chimangos
gritan en el cielo; es imposible no levantar la cabeza, imposible no distraerse
en el camino. Pero yo no los miro. Hay
pueblos que desean ser mirados desde
arriba, como ahora mis pies sobre estas
tablas; enfoco mis ojos en él, que no
está tan lejos de la alta tarima.
Ernesto tiene la gorra entre sus manos. Tiempo atrás me ha confesado sus
robos. Lo he perdonado en nombre de Cristo y así su peso se volvió leve.
Hipólito, con su fiel sombrero de ala que protege su cabeza de melón, con su saco negro largo, su cara de bonachón
y su bastón de marfil, a pesar de todo lo que llegó a poseer quiso más. Y en el
nombre de Cristo lo he perdonado, por
eso su peso se volvió leve.
No muy lejos de ellos, pero cerca de mí, para ver cómo
caigo, cómo es verdaderamente un muerto
y cómo después sus articulaciones se parecen a las de un títere sin
titiritero. Siento sus deseos de venganza, más que de venganza, de traición,
sin que sepan lo que verdaderamente es este acto, y los entiendo, entiendo que
quieran ver muerto aquello que les dio vida.
Paloma, ahí
está la niña de trece años, que lleva un pañuelo blanco en la cabeza, al lado
de su madre indiferente, que se ha comido la ostia como un caníbal come un
pedazo de carne humana; ¿y quién escuchó
a Paloma sin juzgarla, sin poner en duda su inocencia y su sentimiento de
náusea? Yo, Emiliano. Porque Paloma,
antes de animarse a venir a mi lado no encontraba a nadie para confesarle que el padre la obligaba a
que lo tocara, como se tocan las ubres de las vacas. Y yo, Emiliano, hablé con el padre y en el nombre de Cristo
lo he perdonado y el peso de ambos se volvió leve. Antes de que caiga, o de que la soga
ignorante me aferre y me estrangule, no
puedo dejar de mirar a la señora Ofelia, adornada con ese collar de perlas,
abrigada con las pieles de panteras negras y con un gorro emplumado, ahora junto
a todos, dispuesta en la multitud, entregada a la multitud y a sus pedidos.
Pero cuando vino a mí y me pidió que la preservara de este lugar que sentía tan bajo y tan sucio para alguien
de su estirpe o al menos que salvara su alma, yo en nombre de Cristo la perdoné
y su soberbia se volvió leve. Y ahora ha venido a presenciar mi muerte. Ambrosio, qué decir del gordo Ambrosio que
estaba condenado por sus padres a llevar ese apodo y
ahora lo veo con la mano sobre la boca del estómago como si mi presencia
le provocara asco, y cuántas veces me confesó que podía comer hasta morir sin
que nada le hiciera daño. Y yo en nombre de Cristo lo he perdonado. Y por último, Argelina, dulces ojos que se
ennegrecían al mirar las cosas de los demás
mientras culpaba a Dios por no tenerlas, por haberla privado de ellas. Y
yo, en nombre de Cristo la perdoné y sus ojos dejaron de mirar afuera para
prestarle atención a su interior y esos
mismos ojos se volvieron dulces; pero ahora, cuando me observa como si mirara a
un leproso, esos mismos ojos vuelven a ennegrecerse.
Nadie habla.
Todos condenan. Solamente se escucha en el mediodía de ultratumba el ruido que
producen los pies de la multitud, que se mueven de un lado a otro, tal vez
por frío, tal vez por nervios, tal vez… por impaciencia. Los he
perdonado a todos, y ahora ninguno me perdona.
Condenado por la furia, ajusticiado por la furia. Te han traído para que
veas cómo se mata lo que no se comprende.
Mi futuro Adonis llora, sabiendo que sus lágrimas ya
me están perdonando.
Asombroso relato sobre la inútil búsqueda de la salvación humana.
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