Federico Falco, Los
llanos.
Novela finalista del Premio Herralde de Novela.
Editorial Anagrama, 2020.
Una ruptura amorosa empuja al narrador a mudarse al
campo, alquilar una casa próxima a Zapiola, pueblo ubicado al noroeste del
partido de Lobos, provincia de Buenos Aires. Allí armará una huerta desafiando
las inclemencias del tiempo, recordará momentos de su infancia en el campo de
sus abuelos, en el sur de Córdoba, la
dificultad en reconocerse sexualmente como “diferente”, su relación y ruptura
con su pareja Ciro, y por último, la aceptación, el comenzar otra etapa.
Todo con el paisaje como marco y compañía. En ese
sentido, el epígrafe que encabeza la novela, tomado de un poema de Ron Padgett[i],
anticipa el contenido. El paisaje expresas sus sentimientos, la Naturaleza será
su maestra.
La novela tiene muchos pasajes de reflexión del
protagonista, en los que vincula su pensamiento con las lecturas que sigue en
su nuevo y solitario hogar. Anne Carson, Cy Twombly, Sara Gallardo, Félix
Bruzzone, Lyn Hejinian, Annie Dillard, Alejandro Schmidt, Julia Kristeva, Philippe
Sollers, Hebe Uhart, Louse Glück son nombrados y en general citados en una
pequeña línea que viene a cuento sobre sus meditaciones, y lo ayudan a ir
comprendiendo ese momento de su vida.
Pero esas lecturas irán apareciendo a medida que el
protagonista vaya adaptándose a su nueva situación. Le servirán como
“compañeros de ruta”, en un diálogo imaginario que le ayudará a quitar aunque
sea por momentos, su obsesión por la ruptura, a ir haciendo poco a poco el
duelo.
En una entrevista que le realizara Valeria Tentoni[ii],
Falco revela el disparador autobiográfico de esta novela, la muerte de su abuelo. Este hecho lo llevó a
ir anotando recuerdos de su infancia y adolescencia, transcurridos en un campo
del sur cordobés. Y ambas llanuras, la del sur cordobés y la de Lobos, son el otro protagonista de la historia.
El paisaje que en principio se presenta como hostil le
plantea un desafío que irá atravesando con constancia; la huerta, otro elemento
importante, tiene también mucho de la experiencia personal del autor, según lo
comentara en la misma entrevista.
El entorno va organizando su vida cotidiana, lo envuelve y lo define. Al principio esa
visión casi oriental, la compenetración del ser con la naturaleza en donde el hombre casi se funde con el
paisaje llega a través de los recuerdos de infancia en otro campo, otro llano,
el de sus abuelos:
“La
belleza de tres palmeras fénix solas en medio de un potrero, golpeadas por el
sol del atardecer, como si fueran un póster del antiguo Egipto. Fuegos
artificiales cada una de las copas. Una explosión estática. En cada hoja, las
puntas verdes de una chispa expandiéndose, el núcleo amarillo limón cuando la
palmera está recién florecida. De un naranja suave, cuando cuelgan ya maduros
los dátiles en racimo”
(p.17)
Yasunari Kawabata rescata en uno de sus ensayos un
poema de Myoe, monje budista japonés, en donde los elementos del paisaje se
transforman en palabras que en el poema despiertan la emoción ante lo bello, y
esa emoción se expande hacia el ser humano. Hay una fusión entre las múltiples
manifestaciones de la naturaleza y los sentimientos humanos.
El paisaje del “ahora”, en Lobos, se siente como una agresión aumentada por la sequía que lo invade todo. “El mundo es tan amplio que pareciera que no hay nada que ver: solo cielo, solo potrero, siempre iguales a sí mismos”
El esfuerzo para captar las diferencias hará que
preste atención a los detalles y poco a poco comenzará a relacionarse de manera afectiva con el entorno.
El protagonista ha querido volver al campo, pero no al
de los recuerdos de infancia. Esos quedarán atesorados en su mente, pero ya
pasaron. Ahora es otra etapa de su vida, en la que deberá valerse por sí mismo,
el crecimiento personal de superación será en otro campo y en soledad.
“Un
silencio de pájaros. Los loros que en los eucaliptus siguen armando sus nidos.
Palomas que zurean (…) Los jazmines del país llenos de pimpollos, a punto de
florecer. Olor a jazmín, a lavanda, el olor dulzón de las flores del paraíso”(p. 231)
Otro elemento de mucha importancia es la reflexión
sobre el lenguaje. El protagonista es escritor, y eso lo lleva a especular
sobre determinados momentos; qué se dijo, cómo se dijo, el lenguaje familiar,
matizado con palabras del dialecto piamontés; ciertas palabras propias de su
pueblo para nombrar determinados alimentos, la libreta de anotaciones de su padre,
las anotaciones de su abuela detrás de las fotos viejas, el recuerdo de sus
conversaciones con Ciro.
La novela se presenta en sus descripciones como un
gran fresco cotidiano, es muy visual. Lo que se ve, se nombra. El narrador
observa la naturaleza y de manera
inconsciente se re- crea como persona, en un acto de construcción en el que la
vista y la palabra se funden.
Un vínculo amoroso que se ha roto, pero surgirá un
fruto. De manera paciente, la Naturaleza le enseñará a observar y a recordar,
la huerta lo obligará a concentrarse y no rendirse, las lecturas le plantearán
un diálogo del que resultará la comprensión y la paz.
Hay muchos pasajes del libro en los que abunda la
prosa poética y la filosofía oriental, como una invitación a una reescritura de
algún poema. Van estos ejemplos en los
que me tomé la libertad de aplicar la disposición en versos y la omisión de
alguna frase:
El
miedo al horizonte
Al
sinsentido
¿Por
eso me fui lejos de este horizonte?
¿Por
eso vuelvo a rodearme de horizonte?
**************************************************
La
glicina florece a rama desnuda
Un
color increíble
A
medias celeste y a medias violeta
El
aroma de sus flores se cuela por la casa
Lo
busco en el aire, pero no lo encuentro
Vicente Haya[iii]
explica que en Japón el silencio
entendido no como ausencia de palabras sino de ruidos que entorpecen,
tiene que ver con la armonía, con la no confrontación. La Naturaleza como
maestra del silencio, fuente original de la armonía.
El narrador ha estado solo durante casi toda la
historia, y en ese silencio que otorga la soledad, ha logrado redescubrirse,
comenzar otra etapa de su vida. La Naturaleza ha sabido enlazarlo con la
armonía, y como las estaciones, tendrá una nueva oportunidad, un nuevo
comienzo.
[i]Ron
Padgett (Tulsa, Oklahoma, 17 de junio de 1942-) es un poeta, ensayista,
narrador y traductor estadounidense, miembro de la segunda promoción de la
Escuela de Nueva York.
[ii]
Federico Falco, “El lenguaje siempre es un arma de doble filo”. Eterna
Cadencia, 8/01/2001
[iii] Vicente Haya, “La idea de armonía en
la cultura japonesa y el haiku japonés”
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