Fabián Casas, Diarios de la edad del pavo. Emecé, 2017
La novela de Fabián Casas transcurre en Buenos Aires, pero el espacio está acotado por el barrio y las acciones (o inacciones) del protagonista. Ambientes cerrados y bastante opresivos, en consonancia con el temperamento del yo narrativo
El epígrafe, tomado de Diario, de Witold Gombrowicz, dice en su comienzo: “Me he puesto a escribir el diario sencillamente para salvarme, por motivo a la degradación y a un total hundimiento entre las olas de la vida trivial que ya me están llegando al cuello. Pero resulta que tampoco en estoy soy capaz de esforzarme plenamente”
Al
parecer, en ese Diario, el escritor
polaco (1953-1969)
quien vivió y produjo su obra en Argentina, menciona ciento cincuenta veces la
palabra juventud.
El
título del libro de Casas, Diarios de la
edad del pavo, ya anticipa cómo estará estructurado el texto, pero ese
núcleo “diarios”, además de adelantar que serán más de uno, modifica el
concepto de “diario” con el agregado “de la edad del pavo”: así se ha
denominado en otros tiempos a la etapa de la pubertad y de la adolescencia. Sin
embargo, el protagonista tiene aquí 30 años, pero de todos modos centra todo su
contenido en la juventud del narrador, una especie de adolescencia tardía.
Quiere
vivir de la literatura pese a que sabe que es una empresa casi imposible, por
lo tanto, para subsistir, trabaja ocasionalmente en empleos que, aunque de
alguna forma se vinculan con lo literario, siempre le dejan el sabor amargo de
“quitarle el tiempo” a su escritura. Su pareja, Lali, es la depositaria de sus
cambios de humor. La enfermedad y posterior muerte de su madre y la relación
negativa con su padre lo marcan de manera profunda.
Su
vida es un constante devenir entre reuniones de escritores, proyectos
culturales, amor, abandono, dolencias físicas y psicológicas. Su tiempo, sobre
todo, está abarcado por la obsesión lectora:
“Piglia, en Respiración artificial, escribe una
frase que dice uno de sus personajes: “Escucho una música; pero no la puedo
tocar”, así me siento desde hace tres días. Escucho una música; pero no tengo
la fuerza de ponerme a escribirla”.
En
un reportaje que se publicó en el diario La Capital de Mar del Plata, Casas
afirma que esos diarios efectivamente fueron escritos por él en esa época; por
un lado manifiesta que no le gusta verse cómo era, por otro, tiene una mirada
nostálgica hacia ese “artista adolescente”.
“Estoy terminando Presencias
reales de Steiner, que me gustó mucho. También terminé el Tórless de Musil, y
me gustó el final, mucho (…)
No escribo porque mi Yo rotó
y las palabras –salvo estas, cotidianas- están en el invernadero.
Tendríamos que consignar
toda la vida en cuatro o cinco líneas. Esa es la meta”
Imagino
que un lector común no toma este texto como un diario personal hecho por el
escritor, sino que asume la categoría de “lector de una ficción”, cuyo narrador
le cuenta una historia en formato de diario personal, como muchas veces lo hicieron
los escritores del Romanticismo, donde el hilo conductor son las reflexiones de
un joven escritor sobre la literatura y sobre sus autores preferidos, una
especie de “romántico de finales del siglo XX”, pobre y desencantado de sí
mismo y de su propia escritura.
No
obstante, creo que la publicación de este texto ha sido supervisada, impulsada y corregida por el propio autor,
que pasó a ser el personaje principal y que por ello se desconoce; el tiempo
cubrió la realidad con el manto de la
ficción.
excelente reseña, gracias Ana
ResponderEliminarGracias por leerme
EliminarGracias por leerme
EliminarMuy interesante el comentario y nos invita a leer el libro desde una perspectiva que favorece al futuro lector. Gracias.
ResponderEliminarFrancis
Muchas gracias, Francis, esa es la idea.
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