Selva Almada, El viento que arrasa, MARDULCE editora, 2012.
Serán
asistidos por un mecánico que vive y
tiene su taller en ese paraje, “el Gringo Bauer”, quien se ha hecho
cargo de “Tapioca”, -en realidad José Emilio- ya que su madre, una prostituta,
lo dejó en sus brazos cuando el niño era un bebé, pretextando que era su propio
hijo. Y así lo considera el Gringo, aunque sabe que Tapioca no lleva su sangre.
Ambos adolescentes llevan a cuestas el abandono materno.
Tanto
Pearson como Bauer sufren la soledad, aunque tratarán de llenar ese vacío de manera
equivocada.
Ese
lugar desierto, pobre, yermo, será el marco propicio para desarrollar en esta
historia no sólo el desamparo, sino
también la reflexión y la confesión de los conflictos personales.
Leni
es una jovencita inteligente, con sentido de la ironía, que desea volver a
encontrar a su madre – a quien el Reverendo abandonó en una especie de huída,
llevándose la niña- .
Leni
sufre el desdoblamiento de la personalidad
Pearson: la figura del padre que pierde la batalla ganada por el pastor, que deja de lado a su
hija y poco a poco envuelve en sus
palabras al inocente Tapioca, en quien ve un
elegido por Dios para seguir sus propios pasos. Quizá un reflejo del niño
que fue una vez.
Son
interesantes los capítulos en los que el Reverendo emite su pensamiento y sus
sermones; la autora demuestra gran conocimiento de ese tipo de discurso
“religioso” que subyuga a mucha gente humilde, que no encuentra una salida a su
vida desdichada.
El
Gringo Bauer asiste con desesperanza a la conversión que va experimentando su
hijo, sobre todo porque considera que la religión es cosa para débiles, pero el
Reverendo, hábil, ganará con sus palabras y logrará que el chico lo siga.
Casi
en el final de la historia se desata una tormenta física pero también
simbólica. El viento arrasa con el destino de los personajes, algunos
impotentes para resolverlo, como Bauer y Leni, otros decididos a cumplir una
vida que creen ya está signada por la fuerza divina, como Tapioca y Pearson.
El
tiempo allí se detiene y finalmente el lector logra entender el porqué de una
narración morosa que se mueve entre el pasado y el presente, en cierta medida
con influencia del escritor santafesino
Juan José Saer, si bien Almada no utiliza la técnica de las cláusulas
subordinadas extensas que retardan muchas veces la narración de manera
excesiva.
Por
su intensidad, la novela de Selva Almada lleva a la lectura “de un tirón”,
aunque una segunda lectura sea más provechosa para el disfrute.
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