viernes, 17 de mayo de 2013

EL DESCARNADO/ EZEQUIEL PRADO


                                                             No me gusta lo que acabo de escribir; pero estoy
                                                            obligada a aceptar todo el párrafo porque él me
                                                            ha ocurrido.

                                                                                             Clarice Lispector   

 
Hubo un día en que las miradas empezaron a cambiar. Se volvieron inquisidoras, acechantes, escépticas, demandantes.
Hubo un día en que  dejó de ser para empezar a no-ser. No advirtió que todo comienza a cambiar a partir de las miradas. Y que él, que llegó junto a ellos desde el mismo dolor y con el mismo silencio, no pensó que todo, con la llegada de ese día y de la partida de quien amaban terminaría justo donde hoy terminó.
 No hubo momentos en los que él pensara que lo que vendría seria fácil, como no son fáciles los cambios bruscos con que   la vida nos sorprende,  aun sabiendo  que en algún momento los habrá.
  Las miradas cambian cuando uno menos lo espera.  Y si uno las examina tratando de entenderlas, corre el riesgo de transformase con ellas.
 Aunque él sabía que hay miradas tenues, mansas, que esperan a  los ojos para ser contempladas; no obstante, en esa contemplación son capaces de morder, de arrancar la piel a tirones, de succionar  llevándose nuestros ojos a sus ojos, y sin embargo pese a todo las miramos.
   Y ahora mientras observa desde la cabecera de la mesa, lugar que no le pertenece pero que ocupa  ya que no deseó dejar de ser para ser otro,  mientras esas miradas lo contemplan y le exigen ser quien no puede ser,  que cumpla y supla un vacío porque es el hijo y hermano mayor,  deberá permanecer hasta que su propia muerte o  la de las miradas que lo acechan  lo decidan.  De lo contrario,  deberá seguir anhelando internamente su mundo. Porque todos tenemos un mundo propio que encontramos o fabricamos, un mundo alejado, escondido, construido como un nido en lo alto y que  las miradas no pueden ver. Y si lo descubren, no desean invadirlo, ya que aunque trataran de hacerlo, les estaría vedado llegar,  porque  el mundo  de la altura es un mundo seguro o al menos de resistencia.
 Cómo cambia la vida sin que a veces cambie nada- se dice masticando un pedazo de carne cruda y desabrida mientras las miradas inquisidoras y acechantes lo vigilan y escudriñan  si su mandíbula responde de la misma manera al que hoy él tiene que suplir.

 Qué iba a pensar semanas atrás cuando todo le pareció normal, en esos casos en el que el dolor se sale hasta por los dedos  y cuando las fotos del pasado, ya olvidadas,    tomaron un lugar relevante en la casa. Cuando tanto sus hermanos como su madre empezaron  a hacer como si nada hubiera pasado. No había manera de que él advirtiera algún cambio; pensó que quizá en algún punto empezaría a sentirse un poco feliz, que todos a su alrededor aceptaban sin entender la muerte de Godo y que habían gestado un conjuro para que nada fuese alterado, repitiendo rutinas de las que Godo era el principal y único ejecutante;  lo que verdaderamente se estaba  produciendo era un prueba en donde sus miradas  condensadas habían atrapado al sustituto.
 Y ahora que se acuesta sin acostarse, en la cama que no es su cama, no deja de pensar.  Porque el pensamiento expide vida, mientras mira el techo blanco y rajado por los años, siente que es un fruto de un árbol que no permite caer. Respira sin aire; ergo, descubre que se puede morir respirando. 
 Siente una picazón en la mano y al levantarla delante de sus ojos  nota que no es la comezón  que lo  haría  sentir que puede rascarse, lastimarse, sangrar; lo que ve es cómo esos cinco dedos se van convirtiendo en algo deshumano;  piensa que toda sensación a veces no nos remite a la vida sino a la   no-vida, y que el cuerpo responde  convirtiéndose paulatinamente en un insecto.
  Teme dejar de pensar para llegar a ser pensado, teme darse cuenta que ver, reír, tocar,  las sensaciones del  vivo que  hoy  se siente muerto al mismo tiempo que  teme por su vida desaparezcan por completo.  
 Ahora comprende que esas miradas en las que había creído lo desarmaron y armaron a su gusto. Esas miradas severas, absolutas y a la vez demandantes, que sin embargo no pueden ver que su cuerpo, cada vez que se levanta es un poco más monstruoso de lo que conocieron y planearon para que en algún momento les fuera devuelto el que habían perdido.
 Mientras su madre le pasa el brazo por la espalda y lo toca, él sabe que no es el tocado. Él es testigo de que hay circunstancias que transcurren en segundos o minutos o lo que sea, porque al fin, antes o después los hechos se revelan igual…y que no son más que esas oscuras razones que impone la vida bajo el imperio de los cielos y que el hombre arrastrado por cadenas sólo tiene la opción de obedecer o de inmolarse en un acto de resistencia.

                                                     



 

1 comentario:

  1. Una obra magistral. ¡¡¡Pobrecito, necesita a Lacan o un colega para sacarle tanto rollo!!! Te felicito Ezequiel, sos un genio

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