jueves, 19 de enero de 2017

ANTONIO TABUCCHI/ DAMA DE PORTO PIM

"El dios de la Añoranza y de la Nostalgia es un niño con cara de viejo. Su templo se levanta en la isla más lejana, en un valle defendido por montes inaccesibles, cerca de un lago, en una zona desolada y salvaje. El valle está siempre cubierto por una bruma tenue, como un velo, hay altas hayas que el viento hace susurrar y es un lugar de una gran melancolía. Para llegar al templo hay que recorrer un sendero excavado en la roca que semeja el lecho de un torrente desaparecido: y por el camino se encuentran extraños esqueletos de enormes e ignotos animales, tal vez peces o quizá pájaros; y conchas; y piedras rosáceas como la madreperla. He llamado templo a una construcción que más bien debería llamar cabaña: porque el dios de la Añoranza y de la Nostalgia no puede vivir en un palacio ni en una casa ostentosa, sino en una morada pobre como un gemido que está entre las cosas de este mundo con la misma vergüenza con la que una pena secreta se aposenta en nuestro ánimo. Ya que este dios no concierne únicamente a la Añoranza y a la Nostalgia, sino que su deidad se extiende a una zona del espíritu que alberga el remordimiento, la pena por lo que fue y que ya no causa más pena sino tan sólo la  memoria de esa pena, y la pena por lo que no fue y habría podido ser, que es la pena más lacerante. 
Los hombres van a visitarlo vestidos con míseros sacos y las mujeres cubiertas con oscuros mantones; y todos permanecen en silencio y a veces se oye algún sollozo, en medio de la noche, cuando la luna derrama su luz de plata sobre el valle y los peregrinos echados sobre la hierba arrullan la añoranza de su vida." (Fragmento del Prólogo, Editorial  Anagrama, 1984)


viernes, 11 de noviembre de 2016

ANAMARÍA SERRA/ "CANCIÓN DE AMOR"

Como tantas tardes, la boca del túnel exudaba calor y humedad. A medida que bajaba los escalones –con prisa y a la vez con cuidado de no tropezar- advirtió que el aire se hacía más respirable; sintió la levedad en su cuerpo.
Cuando llegó a la plataforma y sus pasos se fueron calmando, visualizó la extraña figura depositada en un rincón.
Presencia insólita, imagen capturada de un bosque encantado, impropia en un punto concéntrico de urbanidad. El ropaje rústico, pesado y oscuro no alcanzaba a ocultar a la anciana, poco menos que  un espectro. Por el rebozo afloraban unos pocos pelos plateados;  en el rostro apergaminado, los ojos sumaban dos líneas entre tantos surcos y grietas; la boca, apenas abierta, trasmitía la gravedad cascada de los años. Sintió recorrer un escalofrío con sólo mirarla.
El chirrido de los frenos de los trenes subterráneos no alcanzó a ocultar la melodía. Le pareció que esa canción milenaria le llegaba desde las profundidades de la tierra como un volcán de ramas quebradas, lava incandescente en un camino de hielo petrificado.
Sin embargo, un milagro: la antigua cadencia de la tonada gaélica comenzó a ganar terreno, la dulzura se adueñó de la imagen. La arcaica canción de amor lloraba la partida del amado hacía un tiempo incontable. La canción de amor de una vieja que en la nostalgia se mantenía joven; la espera paciente y melodiosa expresada con lozana suavidad, la certeza del encuentro final y la unión para siempre.
 
La fascinación de detenerse, observar y escuchar. Sin darse cuenta, revisó su vida y se preguntó si realmente había conocido el amor o lo construido era un simple hastío cotidiano barnizado de costumbre.
Trató de focalizar el confort de su hogar resistiendo a dejarse llevar por sus emociones, por una anciana estrafalaria que entonaba esa canción escuchada –soñada-  mil veces en labios de su abuela.
La fuerza de un imán pegado a sus pies; la música, un halo envolvente.

Y la partida del último tren de vuelta a casa, que ya no podría abordar.



 Texto inspirado en un pasaje de la novela Mrs. Dalloway, de Virginia Woolf.



miércoles, 9 de noviembre de 2016

MERCEDES CENTURIÓN/ "EL ÁRBOL SIN UNA RAMA"

Una rama joven del árbol
de un árbol joven

la rama marchita
una indecisión del árbol
¿un traspié?

la rama desgajada
una entre cientos
un quebranto del árbol

la rama rota
una pena del árbol
una herida

la rama desprendida
una entrega del árbol
un crujido del atardecer

la rama caída
una vergüenza  del árbol
un duelo secreto

la rama seca
una marca imperceptible
en un árbol que ya no la sostiene
 


Mercedes
12/10/2016
(Inspirada en el poema The Wound de Denise Levertov)







miércoles, 2 de noviembre de 2016

ANAMARÍA SERRA/ "DANZA GITANA"

la gitana danza
en brazos del amanecer
la tierra se tiñe de pasos rosados
las manos marcan el ritmo
quieren apresar      pedazos de vida

el cuerpo
contorneo de angustia
se desgasta en cada rasgueo
de guitarra imaginada

la gitana danza
rostro celeste
con su pena amanecida
mientras la caravana se aleja
 
el sonido le crece desde adentro
no son pájaros
toda ella deshace el intento de dulzor musical
en esa cadencia  que trepa y oprime

la gitana danza
atravesada por un dolor infinito
que volvió amarilla su figura
en la mañana clara
la caravana se pierde

 









jueves, 20 de octubre de 2016

ANAMARÍA SERRA/ "PASO A PASO"

en la playa desierta
el horizonte se cubre de fuego

los pies
cobijados de arena
despiertan
y aligeran la pereza de la tarde
siguen el camino bordado de espuma
desaparecen en la sombra alargada
que proyecta el cuerpo
 
los pies
no quieren llegar a ninguna meta
la brisa marina
les canta su libertad


 




miércoles, 5 de octubre de 2016

ANAMARÍA SERRA "LOS SONIDOS DEL SILENCIO"


En el recorrido lo sorprendió la noche. Miró hacia el cielo: jamás lo había visto tan resplandeciente; las estrellas se abrían y cerraban como guiños luminosos.
Repasó sus últimos movimientos para no desconcentrarse; ese trabajo que semanas atrás lo había tentado un poco más a causa del adelanto recibido en dólares, se había vuelto simple rutina.  
El marido engañado, un riquísimo empresario, había puesto a nombre de su mujer –como regalo de casamiento-  varias  propiedades más una cuenta en Suiza. Un arranque de amor ahora transformado en una bomba a punto de explotar. El poderoso con orgullo herido  no había vacilado en   “ordenarle” que siguiera a esa pareja.
Experto detective en traiciones matrimoniales, los observaba desde pocas semanas atrás. Obtuvo fotografías bastante interesantes en calles, paseos y restaurantes. Sin embargo, estaba convencido de que encontraría el broche de oro con la filmación de la infidelidad consumada   lejos del bullicio y del trajinar urbano.
 La noche fría –junto a cierto clisé de tanta novela policial leída en momentos de ocio- lo obligaron a  vestir un largo impermeable, sombrero y guantes de cabritilla. Ahora, después de haber seguido el automóvil de los amantes por la ruta sinuosa que bordeaba la ciudad  prefirió estacionar el suyo en un punto estratégico y continuar a pie, cámara en mano, hasta la propiedad que se alzaba, imponente, en la cima de la colina rodeada de árboles.
Tal vez por la falta de ejercicio y de una dieta adecuada, o por el exceso de cigarrillos, o porque no estaba acostumbrado a respirar tanto aire oxigenado, se dio cuenta de que la subida se le estaba volviendo trabajosa. Un persistente perfume a flores silvestres lo envolvió por completo y a partir de ese momento cayó en la cuenta de que entraba a otra dimensión.
Comprobó aliviado que se sentía mejor; impermeable, sombrero y guantes habían desaparecido; hombre del asfalto, del ruido y de los males de la ciudad, percibía que el ambiente por el que estaba transitando semejaba otro mundo. Un coro de susurros acompasados se impuso en sus oídos. El follaje de los árboles y las flores  armonizados con la brisa, el croar lejano de ranas, algún chistido de lechuzas y la letanía de los grillos, sumado al aroma silvestre le  dieron la sensación de que había una comunidad no humana que se comunicaba, que lo rodeaba, que lo recibía con cierto resquemor.  
Trató de agudizar al máximo cada uno de sus sentidos para acoplarse a la nueva situación, para entender esos murmullos que por momentos parecían cerrarle el paso. Rápidamente se quitó el suéter, la corbata, zapatos, medias  y se desprendió la camisa; el calor comenzaba a invadirlo, y juzgó apropiado quitarse algo de ropa. Mientras continuaba su caminata ascendente notaba que también su mente se agilizaba, aunque le costaba cada vez más trabajo repasar el plan de acción trazado en su oficina; se había olvidado del abandono de la cámara junto con su ropa más pesada, en el hueco de un árbol añoso.
No se sorprendió al comprobar que árboles, luciérnagas, flores, ranas, arbustos, toda criatura animal y vegetal mutaba su forma y cobraba otra vida, casi humana. Experimentó la necesidad incontenible de despojarse de lo que aún llevaba puesto. Así, desnudo, era una criatura más, pero no pertenecía a ese reino. Por primera vez en muchos años, tomó conciencia de todas sus miserias; como si esas criaturas le inyectaran por los poros los recuerdos de las vilezas cometidas, su abandono a quienes más lo querían, las jugarretas crueles a los verdaderos amigos, los negocios turbios, las intromisiones en la privacidad de los demás y la soledad que lo envolvía. La dureza de su rostro se transformó, una mueca cruzó abriendo su boca; con los brazos rodeó su cuerpo y así dejó que el llanto lo avasallara.
La calma llegó en el momento en que se imaginó abrazado, fundido al lugar, cuando la brisa tibia agitó las hojas que parecieron acariciarlo, cuando las flores exhalaron un aroma adormecedor y las luciérnagas le infundieron calor al tiempo que un rayo de plata se filtró para teñir su cuerpo. La noche creó una unidad, un bloque placentero.
Fue inútil que el marido engañado contratara otros detectives; la mujer se fue con el amante y se llevó gran parte de su fortuna. Nadie volvió a ver al hombre que se había dedicado durante tanto tiempo a la pesquisa de parejas adúlteras.

                                                                                                





martes, 20 de septiembre de 2016

MARICLÓ DÍAZ SAUBIDET/ "HERIDA SECRETA" /BARBACOA, 2016

                    My tree had a secret wound/Not letal/And  it was young/
                    But one withered branch/hung down.
 

se despertó con la música de un poema ajeno
adentro de la cabeza

muy distante –eso creía- la habitual campanilla
 
aprieta los párpados

necesita
recuperar
las palabras


porque no basta –dice- la sola música.