martes, 16 de agosto de 2022

ANAMARÍA SERRA// "SOBRE UNA NOVELA DE EDUARDO SACHERI"

 

EN BUSCA DE UNA VERDAD

Aráoz y la verdad[1], de Eduardo Sacheri.

En esta novela se cuenta la historia de Ezequiel Aráoz, un hombre atormentado por los recuerdos de su niñez y por su ruptura matrimonial.

Como una forma de escape, decide de un momento a otro viajar desde Buenos Aires a un pueblo ubicado en el oeste de la provincia de Buenos Aires, llamado O´Connor, para averiguar qué le sucedió a Fermín Perlassi, un futbolista que fuera el héroe de su infancia, pero a quien todos los “fanáticos” consideraban culpable por haber llevado a su equipo al descenso.

Quizá haya en Sacheri, como en otros escritores de su generación, cierta influencia del santafecino Juan José Saer en cuanto al entretejido de historias vinculando diferentes novelas, no así en la complejidad de la trama.

Como anota Cristina Daniele[2], la historia que se narra en Aráoz y la verdad -novela publicada en 2013- es cronológicamente posterior a La noche de la usina, publicada en 2016 y ganadora del Premio Alfaguara, en donde se cuentan episodios que transcurren unos años después.

Ambas novelas suceden en el mismo lugar, el pueblo imaginario de O´Connor, ubicado en el noroeste de la provincia de Buenos Aires. También están Perlassi - con su nombre verdadero, ex futbolista y líder natural para los vecinos-,  Manzi como el empresario inescrupuloso y avaro, el viejo Medina y los hermanos José y Eladio López, buenos y “brutos”. Personajes secundarios en Aráoz, en La noche de la usina tienen un lugar central.

 

En cuando a la novela que nos ocupa, la historia transcurre en una especie de tiempo detenido, de intemporalidad –a pesar de que la acción se desarrolla de manera cronológica- en un  lugar perdido y con un protagonista que trata de encontrarse a sí mismo

En O´Connor, Aráoz conoce a Lépori, un extraño y fascinante personaje que lo hospeda. Ambos mantienen extensos diálogos caracterizados por la ironía de Lépori, pero que a la vez le sirven al protagonista para ir reconstruyendo su pasado y eliminar los fantasmas que acosan su conciencia.

El fútbol se presta como  punto de inflexión para conocer no sólo los hechos detonantes en la vida de los dos personajes principales, sino también para desentrañar los aspectos de las relaciones humanas, el paso del tiempo, la marca que deja la infancia, la soledad, como asimismo el significado de la amistad verdadera, que no exige nada a cambio y que no necesita palabras para demostrarse.

La novela está estructurada en seis capítulos que representan los días desde que Ezequiel Aráoz decide partir de su casa, ubicada en Wilde, localidad del llamado “Conurbano bonaerense”  –lunes 5 de octubre-, su llegada y permanencia en O´Connor, hasta su partida, el sábado 10 de octubre.

El tono que predomina es de nostalgia, con algunos toques de humor y de ironía. La historia se cuenta en tercera persona “omnisciente”, ya que no se retacean datos sobre todo en cuanto al sentir y pensar del protagonista. Se utiliza la técnica del “flash back”  con párrafos que se destacan por estar escritos en letra itálica o bastardilla en el primer capítulo, sobre todo, que remontan a momentos clave de la niñez de Aráoz, que  han marcado su personalidad en la adultez.

Un niño que siente miedo por los raptos de enojo de su padre, un hombre que le hace sentir su falta de afecto, incluso rencor y reproches hacia la madre de Ezequiel por haberlo tenido.

Sin embargo, el pequeño concurre con el padre, tío y primos a la cancha, para ver los partidos de fútbol del equipo Deportivo Wilde y tiene en su cuarto un afiche del capitán, Fermín Perlassi, su ídolo. El conflicto comienza cuando el padre estruja el afiche de Perlassi porque supone que el jugador recibió dinero para que su equipo pierda. El pequeño Ezequiel, desesperado, logra alisar el papel cuando el padre se marcha y luego lo guarda. Este afiche permanecerá con sus objetos personales hasta que es adulto. Un día, sumido en la depresión porque su mujer lo ha abandonado, descubre el afiche en una caja y este hecho lo hace emprender el viaje de búsqueda para conocer “la verdad” por boca del antiguo jugador de fútbol.

El niño que soñaba con llegar a ser como Fermín Perlassi, su ídolo:

“Cuando sea grande va a ser como él, como Perlassi. Va a ser un futbolista profesional y va a ganar plata. No como el padre, que se desloma en la oficina y el sueldo no alcanza. Eso lo dijo una vez la madre. El padre no lo dice nunca. Una vez lo dijo la madre y el padre se enojó, y Aráoz no quiere ni acordarse porque fue feísimo” (31)

El jugador de fútbol representa un héroe no solamente por su destreza en el juego sino por la posibilidad de un bienestar económico. El niño que vive una situación tensa entre sus padres y que desea encontrar una salida nos habla de una niñez contaminada por preocupaciones que corresponden al mundo de los adultos.

Pero también siente admiración por el padre, y sueña con ser un futbolista de la talla del ídolo para que todos lo respeten y lo admiren, incluso su padre:

“…Porque a Perlassi hasta los árbitros lo respetan. Aunque no juegue en un club grande como Independiente o Boca, lo respetan porque él es un grande. Así dice su papá, y los ojos le brillan. Y Aráoz se impresiona porque casi nunca le brillan. Cuando lo ve jugar a Perlassi le brillan. Y Aráoz va a ser igual que él, para que su papá lo mire así y los ojos le brillen. (35)

El fútbol  obra como modelo de proyección de ilusiones personales inalcanzables.

El Aráoz adulto maldice su infancia, la enuresis que sufría entonces es ahora  para él  esa necesidad imperiosa de orinar varias veces por las noches. No ha resuelto sus conflictos y deposita la culpa en los recuerdos, sobre todo en su padre, quien se burlaba cada vez que él mojaba la cama.

“Treinta años después Aráoz va pensando, mientras abre la puerta y siente la noche fresca, casi fría, que los pasos que damos al principio de la vida son tan hondos que desde entonces no podemos sino caminar una y otra vez por esas huellas…” (46)

Asimismo, la jugada de Perlassi que dejó al equipo sin posibilidades, es recordada treinta años después como el desencadenante de varios males. El protagonista es un ser abúlico, se sumerge en la nostalgia y en el rencor, en la negatividad.

Será el famoso afiche de Perlassi el que lo hará emprender la búsqueda de  lo que él denomina “la verdad”. Pasará entonces de la victimización contemplativa a la acción a través del viaje que lo llevará hasta O´Connor y a sus largas charlas con Lépori. Esa experiencia será por fin una manera de reconciliarse con el pasado y de reconocer y aceptar errores ajenos y propios.

El narrador juega con las palabras y expresiones orales para mostrar otra faceta del protagonista. Un personaje que se detiene a reflexionar también sobre los detalles; los modismos, la gestualidad, el registro en el habla según el lugar, las malas palabras. Por ejemplo, cuando los hermanos Eladio y José se pelean a gritos por no saber estacionar el camión:

“El increpado en último término adelanta el cuerpo como para embestir al otro. Aráoz se pregunta por qué algunos insultos son más hirientes que otros. O tal vez no sean más hirientes, pero sí exijan del insultado mayores aspavientos a la hora de responder…” (58)

Podríamos calificar a Aráoz como un hombre auto reflexivo y a la vez incapaz de cambiar, aunque siempre esté formulándose recriminaciones internas por su conducta:

“Por momentos, mientras habla con Lépori o da vueltas insomnes en la cama, fantasea con la posibilidad de sincerarse con el viejo. Bueno, sincerarse suena demasiado frontal, demasiado definitivo. Entrar en tema, tal vez. Sondearlo. Sonsacarlo. Preguntarle algo a él, a cuenta de lo que pueda saber luego por el propio Perlassi. Pero no se ha animado. Siempre termina acobardándose. Se repite las tres últimas palabras de su monólogo tácito. Es patético, porque no solo termina acobardándose con ese viejo, sino con todo” (81)

El autor utiliza la técnica del discurso indirecto libre para acentuar los pensamientos del protagonista, las preguntas “interiores” enunciadas sólo remarcan su indecisión, su flaqueza:

“Vuelve a preguntarse qué hace ahí, en esa pieza, en el deslinde de ese pueblo. ¿Por qué no se ha ido? ¿Tiene, realmente, una respuesta aquello que ha venido a averiguar? Y si la tiene, ¿cambia algo en la pampa yerma de su alma?” (80)

No se ha animado a ser sincero con Lépori. ¿De dónde saca que va a atreverse a serlo con el mismísimo Perlassi? Suena improbable. Imposible, de hecho. ¿Qué está haciendo, entonces, en esa pieza y en esa cama? ¿Para qué y hasta cuándo? (81)

 

Pero en el transcurso de la historia Ezequiel Aráoz irá evolucionando. En ese cambio positivo será clave Lépori, el viejo que atiende la estación de servicio. En los diálogos matizados con las ironías de Lépori, con los saltos de tema sin previo aviso, con indicios que Aráoz aparentemente nunca captará pero que son guiños para el lector, ambos personajes lograrán una relación afectiva, casi una amistad, si bien jamás habrá demostración al respecto.

Lépori, un hombre mayor, que detenta la sabiduría que da la experiencia, con ese dejo de picardía típico de los pueblos del interior de la provincia, será el antagonista de la historia, en el sentido de “embate psicológico” que se manifiesta a través de los diálogos.

El lector intuye que en realidad Lépori es Perlassi,  quien escudado en una personalidad anónima  ha terminado mimetizándose con los habitantes de O´Connor, no obstante haber sido su benefactor en muchos aspectos. Porque cuando llegó tenía los ahorros que le había permitido su profesión de futbolista.

Hay determinados indicios en la historia que confirman esa doble personalidad:

“-Hay que rebuscársela, como dice Perlassi. Y mire que se mueve. Con eso no se queda quieto (…) Pero lo quieren, qué se yo.

-Bueno, la fama le sirve para algo, entonces.

El viejo lo considera otra vez.

-Acá la fama a uno le dura tres días. Si nos conocemos todos…Cuando todavía jugaba capaz que sí, no sé. Pero después…Afuera del pueblo sí, ¿ve? Cuando los del pueblo andan lejos sí. Pero ni siquiera. Por el asunto del cambio del nombre” (69)

Aráoz entiende que con el “cambio del nombre”, Lépori se refiere al pueblo, y el viejo le sigue la corriente, aunque como viene planteado el diálogo, a Lépori se le “ha escapado” el tema de su propio cambio de nombre.

“-¿Y Perlassi de qué cuadro es hincha?

-No. Perlassi no es de ningún cuadro. Yo tampoco. A mí el fútbol…

Aráoz siente ese “yo tampoco” como un ligero reclamo. Se reprocha no haberle preguntado por él, antes de hacerlo por Perlassi. Tal vez esté a tiempo de corregirlo.

-Y a usted, ¿por qué no le gusta?

-No, el fútbol me gusta. Pero me voy a ver los partidos de la Liga. El que no me gusta es el fútbol profesional, sabés. Aparte, con las cosas que se ven desde adentro, las que se pasan…Te digo por lo que cuenta Perlassi…-hizo una pausa.-La verdad te quita las ganas” (91)

El narrador juega con la “inocencia” de Aráoz, que está tan ensimismado en su problemática que no es capaz de descifrar a su interlocutor. En varias ocasiones puede detectarse que Lépori esconde su verdadera personalidad, incluso muchas veces con ironía.

El autor ha construido deliberadamente este personaje que se expresa con ambigüedad en ciertos momentos. Lépori no dice casi nada de sí mismo, es muy astuto y se percibe que esconde una “verdad” que Aráoz ignora.

Lépori será el encargado de contar diferentes anécdotas sobre los personajes del pueblo y también relatará la historia de O’Connor, un lugar que - como él en sus orígenes- tenía otro nombre –muy simbólico-, Colonia Hermandad. Pero que también como él, el transcurso de las vicisitudes político económicas terminó por mermar su potencial y acrecentó la decadencia del lugar.

Aráoz, sumergido en la autocompasión y en el episodio del pasado que quiere desentrañar a toda costa, no se da cuenta de que la persona que desea desesperadamente conocer, su héroe de la infancia, es ese viejo que mantiene con él largas charlas y que poco a poco, hace que le confiese, casi sin darse cuenta,  los sentimientos que ha escondido durante muchos años.

Y “la verdad” tan buscada la encontrará en el relato de Lépori:

”-Siempre tuvo como un ojo especial para anticipar las desgracias, sabés. Como un don, pero un don inútil, porque siempre se las rebuscó para detectarlas pero nunca para esquivarlas (…) Sabía que esa noche era del Tanque, y que los próximos años eran los años del Tanque. Y a Perlassi no le dio el alma para partirle la gamba y el futuro” (198)

La historia prueba que el concepto de “verdad” en cuanto a coincidencia entre el hecho y la afirmación sobre el mismo, es inexacta. La subjetividad predomina, y muchas veces esa verdad no es tal.

El mismo protagonista, tan obsesionado con esa supuesta verdad, miente en muchas ocasiones. Por ejemplo, cuando le dice a Lépori que su mujer ha muerto para justificar su presencia en O’Connor. También el narrador distrae su relato  con mentira y verdad. Al principio de la historia, se nos dice que Aráoz no sabe conducir automóviles:

“Aráoz no sabe conducir y jamás ha tenido la intención de aprender. Demasiadas tensiones, demasiados azares, demasiados imponderables, y todo nada más que para ir a un lugar. Mejor hacerse llevar” (19)

Sin embargo, cuando está en O´Connor, recuerda que una de las primeras decisiones que tomó luego de que Leticia, su mujer, lo dejara, fue vender el auto:

“Es una de las primeras cosas que ha hecho después de lo de Leticia. Ha puesto un aviso en el diario y le ha vendido el auto al primer interesado. Después el comprador lo ha llamado varias veces para hacer la transferencia, pero Aráoz no le lleva demasiado el apunte, y la última vez lo deja hablando solo. Por suerte le cortan el teléfono poco tiempo después y el nuevo dueño del auto ya no tiene manera de molestarlo” (74)

Ezequiel Aráoz se plantea un cambio en su conducta cuando llega a O´Connor, no obstante, como les sucede a muchas personas, no sabemos si “el decir casi siempre la verdad” forma parte de su personalidad.

“(…) Se pregunta, tal como ha hecho con otros hábitos que sigue decidido a desterrar (como el de decir casi siempre la verdad y el de ser gentil con el prójimo), si esa costumbre de tratar de aprovechar el tiempo se le irá quitando con el transcurso de los meses y los años” (98)

De ambos personajes, pero sobre todo de Aráoz, puede conjeturarse que su recurso defensivo o su acomodamiento a situaciones inmanejables ha sido el colocarse diferentes “máscaras”  para ocultar su verdadero ser.

 

La búsqueda de Aráoz tendrá sus frutos, su ídolo de la niñez no falló, por el contrario, como todo héroe se sacrificó a pesar de que sabía iba a ser desacreditado.

Eduardo Sacheri se caracteriza por escribir historias simples, muy “rioplatenses”, con personajes  comunes y  conflictos ligados con la historia reciente de nuestro país.

Ana María Serra.-

 

 

 

 

 

 



[1]Prisa Ediciones, 2013.

[2] “La búsqueda”, 2022.

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