EN BUSCA
Aráoz
y la verdad[1], de Eduardo Sacheri.
En
esta novela se cuenta la historia de Ezequiel Aráoz, un hombre atormentado por
los recuerdos de su niñez y por su ruptura matrimonial.
Como una forma de
escape, decide de un momento a otro viajar desde Buenos Aires a un pueblo
ubicado en el oeste de la provincia de Buenos Aires, llamado O´Connor, para
averiguar qué le sucedió a Fermín Perlassi, un futbolista que fuera el héroe de
su infancia, pero a quien todos los “fanáticos” consideraban culpable por haber
llevado a su equipo al descenso.
Quizá haya en
Sacheri, como en otros escritores de su generación, cierta influencia del
santafecino Juan José Saer en cuanto al entretejido de historias vinculando
diferentes novelas, no así en la complejidad de la trama.
Como anota Cristina
Daniele[2],
la historia que se narra en Aráoz y la
verdad -novela publicada en 2013- es cronológicamente posterior a La noche de la usina, publicada en 2016
y ganadora del Premio Alfaguara, en donde se cuentan episodios que transcurren
unos años después.
Ambas novelas suceden
en el mismo lugar, el pueblo imaginario de O´Connor, ubicado en el noroeste de
la provincia de Buenos Aires. También están Perlassi - con su nombre verdadero,
ex futbolista y líder natural para los vecinos-, Manzi como el empresario inescrupuloso y avaro,
el viejo Medina y los hermanos José y Eladio López, buenos y “brutos”.
Personajes secundarios en Aráoz, en La
noche de la usina tienen un lugar central.
En cuando a la novela que nos ocupa, la
historia transcurre en una especie de tiempo detenido, de intemporalidad –a
pesar de que la acción se desarrolla de manera cronológica- en un lugar perdido y con un protagonista que trata
de encontrarse a sí mismo
En
O´Connor, Aráoz conoce a Lépori, un extraño y fascinante personaje que lo
hospeda. Ambos mantienen extensos diálogos caracterizados por la ironía de
Lépori, pero que a la vez le sirven al protagonista para ir reconstruyendo su
pasado y eliminar los fantasmas que acosan su conciencia.
El
fútbol se presta como punto de inflexión
para conocer no sólo los hechos detonantes en la vida de los dos personajes
principales, sino también para desentrañar los aspectos de las relaciones
humanas, el paso del tiempo, la marca que deja la infancia, la soledad, como
asimismo el significado de la amistad verdadera, que no exige nada a cambio y
que no necesita palabras para demostrarse.
La
novela está estructurada en seis capítulos que representan los días desde que
Ezequiel Aráoz decide partir de su casa, ubicada en Wilde, localidad del
llamado “Conurbano bonaerense” –lunes 5
de octubre-, su llegada y permanencia en O´Connor, hasta su partida, el sábado
10 de octubre.
El
tono que predomina es de nostalgia, con algunos toques de humor y de ironía. La
historia se cuenta en tercera persona “omnisciente”, ya que no se retacean
datos sobre todo en cuanto al sentir y pensar del protagonista. Se utiliza la
técnica del “flash back” con párrafos
que se destacan por estar escritos en letra itálica o bastardilla en el primer
capítulo, sobre todo, que remontan a momentos clave de la niñez de Aráoz, que han marcado su personalidad en la adultez.
Un
niño que siente miedo por los raptos de enojo de su padre, un hombre que le
hace sentir su falta de afecto, incluso rencor y reproches hacia la madre de
Ezequiel por haberlo tenido.
Sin
embargo, el pequeño concurre con el padre, tío y primos a la cancha, para ver
los partidos de fútbol del equipo Deportivo Wilde y tiene en su cuarto un
afiche del capitán, Fermín Perlassi, su ídolo. El conflicto comienza cuando el
padre estruja el afiche de Perlassi porque supone que el jugador recibió dinero
para que su equipo pierda. El pequeño Ezequiel, desesperado, logra alisar el
papel cuando el padre se marcha y luego lo guarda. Este afiche permanecerá con
sus objetos personales hasta que es adulto. Un día, sumido en la depresión
porque su mujer lo ha abandonado, descubre el afiche en una caja y este hecho
lo hace emprender el viaje de búsqueda para conocer “la verdad” por boca del
antiguo jugador de fútbol.
El
niño que soñaba con llegar a ser como Fermín Perlassi, su ídolo:
“Cuando
sea grande va a ser como él, como Perlassi. Va a ser un futbolista profesional
y va a ganar plata. No como el padre, que se desloma en la oficina y el sueldo
no alcanza. Eso lo dijo una vez la madre. El padre no lo dice nunca. Una vez lo
dijo la madre y el padre se enojó, y Aráoz no quiere ni acordarse porque fue
feísimo” (31)
El
jugador de fútbol representa un héroe no solamente por su destreza en el juego
sino por la posibilidad de un bienestar económico. El niño que vive una
situación tensa entre sus padres y que desea encontrar una salida nos habla de
una niñez contaminada por preocupaciones que corresponden al mundo de los
adultos.
Pero
también siente admiración por el padre, y sueña con ser un futbolista de la
talla del ídolo para que todos lo respeten y lo admiren, incluso su padre:
“…Porque
a Perlassi hasta los árbitros lo respetan. Aunque no juegue en un club grande
como Independiente o Boca, lo respetan porque él es un grande. Así dice su
papá, y los ojos le brillan. Y Aráoz se impresiona porque casi nunca le
brillan. Cuando lo ve jugar a Perlassi le brillan. Y Aráoz va a ser igual que
él, para que su papá lo mire así y los ojos le brillen.
(35)
El
fútbol obra como modelo de proyección de
ilusiones personales inalcanzables.
El
Aráoz adulto maldice su infancia, la enuresis que sufría entonces es ahora para él esa necesidad imperiosa de orinar varias veces
por las noches. No ha resuelto sus conflictos y deposita la culpa en los
recuerdos, sobre todo en su padre, quien se burlaba cada vez que él mojaba la
cama.
“Treinta años después Aráoz
va pensando, mientras abre la puerta y siente la noche fresca, casi fría, que
los pasos que damos al principio de la vida son tan hondos que desde entonces
no podemos sino caminar una y otra vez por esas huellas…”
(46)
Asimismo,
la jugada de Perlassi que dejó al equipo sin posibilidades, es recordada
treinta años después como el desencadenante de varios males. El protagonista es
un ser abúlico, se sumerge en la nostalgia y en el rencor, en la negatividad.
Será
el famoso afiche de Perlassi el que lo hará emprender la búsqueda de lo que él denomina “la verdad”. Pasará
entonces de la victimización contemplativa a la acción a través del viaje que
lo llevará hasta O´Connor y a sus largas charlas con Lépori. Esa experiencia
será por fin una manera de reconciliarse con el pasado y de reconocer y aceptar
errores ajenos y propios.
El
narrador juega con las palabras y expresiones orales para mostrar otra faceta
del protagonista. Un personaje que se detiene a reflexionar también sobre los
detalles; los modismos, la gestualidad, el registro en el habla según el lugar,
las malas palabras. Por ejemplo, cuando los hermanos Eladio y José se pelean a
gritos por no saber estacionar el camión:
“El increpado en último
término adelanta el cuerpo como para embestir al otro. Aráoz se pregunta por
qué algunos insultos son más hirientes que otros. O tal vez no sean más
hirientes, pero sí exijan del insultado mayores aspavientos a la hora de
responder…” (58)
Podríamos
calificar a Aráoz como un hombre auto reflexivo y a la vez incapaz de cambiar,
aunque siempre esté formulándose recriminaciones internas por su conducta:
“Por momentos, mientras
habla con Lépori o da vueltas insomnes en la cama, fantasea con la posibilidad
de sincerarse con el viejo. Bueno, sincerarse suena demasiado frontal,
demasiado definitivo. Entrar en tema, tal vez. Sondearlo. Sonsacarlo.
Preguntarle algo a él, a cuenta de lo que pueda saber luego por el propio
Perlassi. Pero no se ha animado. Siempre termina acobardándose. Se repite las
tres últimas palabras de su monólogo tácito. Es patético, porque no solo
termina acobardándose con ese viejo, sino con todo” (81)
El
autor utiliza la técnica del discurso indirecto libre para acentuar los
pensamientos del protagonista, las preguntas “interiores” enunciadas sólo
remarcan su indecisión, su flaqueza:
“Vuelve a preguntarse qué
hace ahí, en esa pieza, en el deslinde de ese pueblo. ¿Por qué no se ha ido?
¿Tiene, realmente, una respuesta aquello que ha venido a averiguar? Y si la
tiene, ¿cambia algo en la pampa yerma de su alma?”
(80)
“No se ha animado a ser
sincero con Lépori. ¿De dónde saca que va a atreverse a serlo con el mismísimo
Perlassi? Suena improbable. Imposible, de hecho. ¿Qué está haciendo, entonces,
en esa pieza y en esa cama? ¿Para qué y hasta cuándo? (81)
Pero
en el transcurso de la historia Ezequiel Aráoz irá evolucionando. En ese cambio
positivo será clave Lépori, el viejo que atiende la estación de servicio. En los
diálogos matizados con las ironías de Lépori, con los saltos de tema sin previo
aviso, con indicios que Aráoz aparentemente nunca captará pero que son guiños
para el lector, ambos personajes lograrán una relación afectiva, casi una
amistad, si bien jamás habrá demostración al respecto.
Lépori,
un hombre mayor, que detenta la sabiduría que da la experiencia, con ese dejo
de picardía típico de los pueblos del interior de la provincia, será el
antagonista de la historia, en el sentido de “embate psicológico” que se
manifiesta a través de los diálogos.
El
lector intuye que en realidad Lépori es Perlassi, quien escudado en una personalidad anónima ha terminado mimetizándose con los habitantes
de O´Connor, no obstante haber sido su benefactor en muchos aspectos. Porque
cuando llegó tenía los ahorros que le había permitido su profesión de
futbolista.
Hay
determinados indicios en la historia que confirman esa doble personalidad:
“-Hay que rebuscársela,
como dice Perlassi. Y mire que se mueve. Con eso no se queda quieto (…) Pero lo
quieren, qué se yo.
-Bueno, la fama le sirve
para algo, entonces.
El viejo lo considera otra vez.
-Acá la fama a uno le dura
tres días. Si nos conocemos todos…Cuando todavía jugaba capaz que sí, no sé.
Pero después…Afuera del pueblo sí, ¿ve? Cuando los del pueblo andan lejos sí.
Pero ni siquiera. Por el asunto del cambio del nombre”
(69)
Aráoz
entiende que con el “cambio del nombre”, Lépori se refiere al pueblo, y el
viejo le sigue la corriente, aunque como viene planteado el diálogo, a Lépori
se le “ha escapado” el tema de su propio cambio de nombre.
“-¿Y Perlassi de qué cuadro
es hincha?
-No. Perlassi no es de
ningún cuadro. Yo tampoco. A mí el fútbol…
Aráoz siente ese “yo
tampoco” como un ligero reclamo. Se reprocha no haberle preguntado por él,
antes de hacerlo por Perlassi. Tal vez esté a tiempo de corregirlo.
-Y a usted, ¿por qué no le
gusta?
-No, el fútbol me gusta.
Pero me voy a ver los partidos de la Liga. El que no me gusta es el fútbol
profesional, sabés. Aparte, con las cosas que se ven desde adentro, las que se
pasan…Te digo por lo que cuenta Perlassi…-hizo una pausa.-La verdad te quita las
ganas” (91)
El
narrador juega con la “inocencia” de Aráoz, que está tan ensimismado en su
problemática que no es capaz de descifrar a su interlocutor. En varias
ocasiones puede detectarse que Lépori esconde su verdadera personalidad,
incluso muchas veces con ironía.
El
autor ha construido deliberadamente este personaje que se expresa con ambigüedad
en ciertos momentos. Lépori no dice casi nada de sí mismo, es muy astuto y se
percibe que esconde una “verdad” que Aráoz ignora.
Lépori
será el encargado de contar diferentes anécdotas sobre los personajes del
pueblo y también relatará la historia de O’Connor, un lugar que - como él en
sus orígenes- tenía otro nombre –muy simbólico-, Colonia Hermandad. Pero que
también como él, el transcurso de las vicisitudes político económicas terminó por
mermar su potencial y acrecentó la decadencia del lugar.
Aráoz,
sumergido en la autocompasión y en el episodio del pasado que quiere
desentrañar a toda costa, no se da cuenta de que la persona que desea desesperadamente
conocer, su héroe de la infancia, es ese viejo que mantiene con él largas
charlas y que poco a poco, hace que le confiese, casi sin darse cuenta, los sentimientos que ha escondido durante
muchos años.
Y
“la verdad” tan buscada la encontrará en el relato de Lépori:
”-Siempre tuvo como un ojo
especial para anticipar las desgracias, sabés. Como un don, pero un don inútil,
porque siempre se las rebuscó para detectarlas pero nunca para esquivarlas (…)
Sabía que esa noche era del Tanque, y que los próximos años eran los años del
Tanque. Y a Perlassi no le dio el alma para partirle la gamba y el futuro”
(198)
La
historia prueba que el concepto de “verdad” en cuanto a coincidencia entre el
hecho y la afirmación sobre el mismo, es inexacta. La subjetividad predomina, y
muchas veces esa verdad no es tal.
El
mismo protagonista, tan obsesionado con esa supuesta verdad, miente en muchas
ocasiones. Por ejemplo, cuando le dice a Lépori que su mujer ha muerto para
justificar su presencia en O’Connor. También el narrador distrae su relato con mentira y verdad. Al principio de la
historia, se nos dice que Aráoz no sabe conducir automóviles:
“Aráoz no sabe conducir y
jamás ha tenido la intención de aprender. Demasiadas tensiones, demasiados
azares, demasiados imponderables, y todo nada más que para ir a un lugar. Mejor
hacerse llevar” (19)
Sin
embargo, cuando está en O´Connor, recuerda que una de las
primeras decisiones que tomó luego de que Leticia, su mujer, lo dejara, fue
vender el auto:
“Es
una de las primeras cosas que ha hecho después de lo de Leticia. Ha puesto un
aviso en el diario y le ha vendido el auto al primer interesado. Después el
comprador lo ha llamado varias veces para hacer la transferencia, pero Aráoz no
le lleva demasiado el apunte, y la última vez lo deja hablando solo. Por suerte
le cortan el teléfono poco tiempo después y el nuevo dueño del auto ya no tiene
manera de molestarlo” (74)
Ezequiel
Aráoz se plantea un cambio en su conducta cuando llega a O´Connor, no obstante,
como les sucede a muchas personas, no sabemos si “el decir casi siempre la
verdad” forma parte de su personalidad.
“(…) Se pregunta, tal como
ha hecho con otros hábitos que sigue decidido a desterrar (como el de decir
casi siempre la verdad y el de ser gentil con el prójimo), si esa costumbre de
tratar de aprovechar el tiempo se le irá quitando con el transcurso de los
meses y los años” (98)
De
ambos personajes, pero sobre todo de Aráoz, puede conjeturarse que su recurso
defensivo o su acomodamiento a situaciones inmanejables ha sido el colocarse
diferentes “máscaras” para ocultar su
verdadero ser.
La
búsqueda de Aráoz tendrá sus frutos, su ídolo de la niñez no falló, por el
contrario, como todo héroe se sacrificó a pesar de que sabía iba a ser
desacreditado.
Eduardo
Sacheri se caracteriza por escribir historias simples, muy “rioplatenses”, con personajes comunes y conflictos ligados con la historia reciente de
nuestro país.
Ana
María Serra.-
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