El padre…
La máquina de papá
golpeaba tac-tac…tac-tac-tac…El reloj despertó con un tintineo discreto. El
silencio se arrastraba zzzzzz. El ropero decía ¿qué? ropa- ropa- ropa. No no. Entre
el reloj, la máquina y el silencio había una oreja a la escucha, grande, color rosa
y muerta. Los tres sonidos estaban ligados por la luz del día y por el crujir de
las hojitas del árbol que se frotaban unas con otras, radiantes. Apoyando la frente
en el vidrio brillante y frío miraba hacia la huerta del vecino, hacia el gran mundo
de las gallinas-que-no-sabían-que-iban-a-morir. Y sentía como si estuviera muy cerca
de su nariz la tierra caliente, pisoteada, tan fragante y seca, donde bien sabía,
bien sabía que alguna lombriz se desperezaba antes de ser comida por la gallina
que iba a ser comida por la gente.
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