viernes, 21 de marzo de 2014

EZEQUIEL PRADO/ "CARONTE"


 

                  Cuando lo imposible  empieza a suceder, lo más razonable
                        es aceptarlo con naturalidad.
                                                                                                Abelardo Castillo.

 Un relato no agoniza con el fin del relato, una pieza musical no  claudica en la última clave de su partitura, una jugada no culmina con el fin de su jugada.
Un encuentro se prolonga en otra clase de encuentros.   Si Dalmiro no lo hubiera contado, decididamente yo no estaría escribiendo esto que parecerá ruin, inverosímil y supersticioso. Pero  a estas alturas de la noche, en la que la luna llena espía por mi ventana, y sólo se escucha el sonido de mis teclas apuradas por escribir esta historia, aunque empiezo a dudar de mi capacidad para contarla, o del tiempo que me queda.
Me invade una sensación de terror por el hecho de haber sido  testigo de aquello que escuché una noche. Nunca habitará más en mí la tranquilidad; fue superada por el nerviosismo y el tormento. Ésa es exactamente mi realidad de hoy y la de quienes fuimos ¿casualmente? a esa cena de amigos.
 Si en el año 19… de un viernes a la mañana Dalmiro se hubiera pescado  un refrío o hubiera comido algo previamente al asado que le cayera mal, o si su mujer no se hubiera levantado de buen humor, cosa  no habitual en ella, y lo incitara a ir,  todos estos pequeños movimientos de hechos cotidianos irrelevantes que nos suceden a menudo, habrían  trastocado el destino de Dalmiro  impulsándolo a desistir de ir a pasar un momento con viejos compañeros; si eso hubiera sido así,  nosotros nunca nos habríamos enterado de que Dalmiro Zeta había visto bajar por las paredes lo que vio.
 Y eso haría que yo, hoy, a estas horas de la noche, poniendo palabras en mis hojas con una frazada sobre mis hombros presenciara lo mismo.
  Alto, encorvado, de tez amarillenta, paso hamacado, una gorra jockey de hilo, profundas ojeras negras como aros le colgaban cuando atravesó la puerta y nos dimos la mano.  Por mis idas y venidas muchos años estuvimos sin vernos, su mano era de  carne fría, de dedos largos y huesudos  aparentemente frágiles, pensé en ese instante en que nuestras manos chocaban, que si decidía apretar su mano podía estrujarle todos los huesos  y convertirlos en un bollo de papel. Profesor de historia, recibido en la UBA, rosista  y ateo, vivió en Buenos Aires  diez años antes de decidirse a venir a pasar sus últimos días de docencia en estas tierras. El encuentro no fue ni más ni menos extraordinario y acogedor que los encuentros que a menudo les suceden a todos los hombres en este tipo de reuniones informales, una mesa surtida de  manjares y bebidas acompañada de tímidos y nostálgicos diálogos al principio, que  hombres de cuatros décadas pueden remontar en encuentros basados en temas intrascendentes, irritables, pero discutidos con el énfasis de los que piensan que eso cambiará el mundo.  
Así, entre botellas vacías y palabras cansadas, fuimos tallando esa noche nada fuera de lo habitual. El momento que rompería con el curso de esa cena común de burgueses en estado de satisfacción gastronómica, fue la voz gradual de Dalmiro que empezó a contar sin previo aviso.  Su tono grave, algo inestable, mirada al piso, algún que otro levantamiento de ojos hacia los míos cuando relataba, como una actitud del que esta por confesar una culpa. 
Hace algunas noches  me levanté para ir  al baño, dijo cauteloso. Al volver al dormitorio vi unas sombras que se deslizaban por la pared hasta meterse en el cuerpo de Victoria. En ese momento pensé que podía ser un hecho casual, algún árbol o alguien que pasaba por la calle y  la pared les sirvió como reflejo…pero lo más asombroso, y no sé si a esta altura éste es un término conveniente -dijo tocándose la mejilla que le demoró un tiempo hasta retomar nuevamente el relato-  lo mas horroroso es que la segunda noche, cuando me desperté a la misma hora de la anterior, bajaban otra vez metiéndose en el cuerpo de mi amada; no pude tolerar semejante acto y corrí, desesperado
Pero… ¿volviste Dalmiro?, por tu mujer lo digo; ¿o la dejaste sola?
Cierta sensación de angustia y desconcierto rodeó el rostro y el cuerpo de Dalmiro. Lo vimos por unos segundos buscar algo que debía encontrar en su profunda memoria.
Sí…o para ser exacto no sé si volví yo, dijo sin levantar la vista.
¿Pero qué formas tienen las sombras?, preguntó alguien. La forma es lo de menos, mi amigo-dijo sosegado.  Lo relevante en ellas -agregó y luego produjo una larga pausa hasta repetir- lo relevante, es que tienen voluntad e inteligencia propia.
 
Por lo común, después de un relato sobrenatural como estos hay un silencio que se interpone y  puede dar paso  a la risa o a todo tipo de sugerencias…Por suerte o por desgracia en éste se dio la segunda. Tenés que limpiar la casa, dijo uno;  llevá un cura que tire agua  bendita- dijo otro.  Y otros, tal vez es el alma de algún muerto que se suicidó y no puede escapar; yo que vos hago algo mas fácil, me mudo a otra casa-.
Fue con esa última sugerencia cuando Dalmiro levantó la mirada y dijo: no hay posibilidad. Todos tenemos una sombra y ésta no es una prolongación del ser como se dice por ahí, o la que perdió Peter Pan, o la que el Lama acuchilló al percibir la sombra de Sankara, o la creencia con que los chinos se alejaban al cerrarse un féretro, porque aseguraban que si la sombra quedaba atrapada, la salud de su titular declinaría dramáticamente. Esta sombra es ajena, no nos pertenece, nos invade y nosotros de a poco, cada noche, después de haberla visto, empezamos a pertenecerle,  pueden compararlo con un demonio, un espectro, un fantasma o con lo que quieran, al fin es lo mismo,  pero lo que sé, es que cada uno tiene su sombra, y tarde o temprano se les presentará, bajando de una pared a la noche, cuando ella lo disponga se hará ver, la sombra ajena  es inversa a lo nuestro.
Le pregunté entonces, y ya varios de los que estaban a la mesa se habían levantado, si esa sombra era solamente una, que mutaba impredeciblemente.
Quizás, me respondió.
 Porque…si es una tal vez, no todos estemos destinados a ella, le dije mientras escuchaba su risa sarcástica.
 Quizás, volvió a decir esta vez con un gesto y un tono del que oculta información. 
 Después, Dalmiro se levantó y agarró su gorra, como si algo lo intranquilizara.
 Ahora comprendo el enigma, y  mientras mi sombra empieza a  deslizarse la miro esperando descubrir lo que Dalmiro me dijo antes de irse, antes de despedirnos  en el momento en el que le di la mano y le susurré al oído me quedan dos dudas.
Cuáles, asintió con desgano.
Qué hace la sombra y qué le pasó a Victoria.

 Su mano apretó la mía fuertemente y me atrajo hacia él, se acercó a mi oído y me dijo: asesina.




                                                    De: Al otro es al que le suceden las cosas

2 comentarios:

  1. Comparto, para que lo disfruten, este cuento del libro de Ezequiel

    ResponderEliminar
  2. Escalofriante. Muy bien logrado el clima de tensión y bien sostenida la intriga.

    ResponderEliminar