LAS CASAS
TIENEN VIDA.
Comentario de
la novela El último día de la vida anterior, de Andrés Barba.
“Nunca le ha
gustado indagar, husmear, pedir explicaciones. Le gusta su trabajo en la
inmobiliaria y poco más. Es una especie de don, igual que otras personas tienen
el de hacer un deporte o una destreza musical. Desde muy joven, percibe las
casas como en un reflejo automatizado, sabe cómo son al instante, con sólo
poner un pie en ellas. Donde para la mayoría de la gente no hay más que cemento
o ladrillo, para ella hay cuerpos, caracteres, una carne íntima y moldeable. Y,
sin embargo, a diferencia de las casas, las personas que viven en ellas le
parecen casi siempre irreales, sus sentimientos y rostros, inaccesibles. Tal
vez, ha llegado a pensar, las casas son sólo un pretexto, un puente para tocar
aquello que no puede tocar en las personas”.
La casa, el
lugar en que otros habitaron antes, el lugar en el que vivimos ahora. Un
espacio que es
la proyección de nuestro ser y que, deshabitada, pareciera ser una caja de
resonancia de otras vidas.
Muchos autores
han sentido fascinación por este tema y así lo han expresado en textos
inolvidables.
Andrés Barba,
en su novela El último día de la vida anterior, aúna con maestría el
pasado y el presente como tiempos paralelos y a la vez equidistantes.
Un encuentro inesperado
-en una casa en venta- entre la protagonista, una empleada de inmobiliaria, con
un extraño niño de otro tiempo, le sirve para ir desatando el nudo
gordiano de su propia vida y a la vez presta auxilio para resolver el recuerdo
de un hecho traumático para el niño.
El relato los
enfrenta en un vórtice temporal donde las acciones parecieran repetirse hasta
el hartazgo.
Con una
escritura precisa, poética por momentos, este texto deslumbra al lector. Lo
fantástico se cuela por los intersticios de lo real en un ir y venir ondulante,
sin altibajos.
Para la
protagonista la casa es un ser viviente; las personas son vehículos que dejan
estampados en las paredes sus sentimientos. Cuando se marchan definitivamente
de las viviendas, éstas han absorbido tales emociones y ella, como empleada
eficiente, los sabrá detectar:
“Las casas -le
gusta añadir a veces- deben reírse de la ilusión de que sus dueños las poseen.
Nada se lo recuerda tanto como el hecho de estar ahí en esos momentos en que
han quedado vacías (…) Le basta asomarse al dormitorio para saber qué lado de
la cama recibía siempre el sol al amanecer, entrar en una casa para percibir
algo ofuscado en ese recibidor (…) Allí vivió alguien infeliz, ¿por qué? Porque
el parqué no está quemado bajo la ventana del salón, señal de que nadie abrió
esa cortina. Allí vivió alguien dichoso, ¿por qué? Porque se cocinó
primorosamente en ese horno gastado. Puede que se equivoque, no importa
demasiado. Lo importante es que, incapaz como es para tocar a las personas en
su vida real, las toca en esos estadios intermedios…”
Como mencioné
anteriormente, “la casa” ha sido abordada, como protagonista o como testigo
fundamental en muchas novelas y cuentos. Recordé dos textos luego de haber
leído esta novela: La casa del ángel, de la escritora
argentina Beatriz Guido y Viaje a la semilla, del escritor cubano
Alejo Carpentier.
En la novela de
Guido la casa de una familia
patricia de Buenos Aires es el marco de una historia plena de ocultamientos,
prejuicios, prohibiciones, sobre todo de la madre hacia sus tres hijas. La
estricta formación religiosa -católica - basada en la culpa, sobre todo para la
represión sexual, perturba a Ana, desde su preadolescencia.
La descripción
de la casa, con los frescos pintados en los cielo-rasos como la famosa estatua
del ángel que se exhibe en la entrada, crean un clima misterioso y asfixiante:
“Nuestra casa
queda en la calle Cuba, en la esquina de Sucre; su estilo es el de un decadente
fin de siglo, con un ángel de piedra en la terraza del primer piso”
“…El parque,
con una verja de lanzas doradas, la abraza por los cuatro costados “
“…un balcón con
balaustrada de cariátides, cubiertas de hiedra, me permitía entonces asomarme a
la calle”
“Nuestra madre
abrió la puerta principal que tiene dos leones de marfil en las mirillas,
insignia de la familia de mi padre, y penetró en la casa”
“Alguien verá
el cielo raso reflejado en sus ojos “, me había dicho en voz baja Victoria.
La primera
sensación fue de vergüenza. El cielo raso de mi cuarto reflejaría en mis ojos
las ninfas desnudas, los guerreros árabes y el baño de Leda”
La casa refleja
la vida de Ana, un espacio lleno de misterio, alusiones eróticas, prejuicios y
miedos.
La casa como el
mundo donde se alojan los personajes, el espacio exterior es apenas un
pantallazo, en general, adverso. La casa es el refugio y a la vez el lugar que
preanuncia la solapada tragedia y el destino inexorable.
“Viaje a la
semilla”, novela corta de Alejo Carpentier, cuenta de manera
retrospectiva la demolición y posterior reconstrucción mágica de la casa de una
familia poderosa, la del marqués de Capellanías, que ocurre luego de la muerte
de su dueño. En esa reconstrucción el marqués vuelve a la vida y luego, como en
un friso, se relatarán los avatares de su casamiento, su juventud,
adolescencia, niñez, hasta su momento de semilla en el útero materno. Y en esa
transformación el lector asiste a los cambios, según la época, de la casa. La
casa “crece” y “madura” como su dueño.
“Confusas y
revueltas, las vigas del techo se iban colocando en su lugar. Los pomos de
medicina, las borlas de Damasco, el escapulario de la cabecera, los
daguerrotipos, las palmas de la reja, salieron de sus nieblas”
“Cuando los
muebles crecieron un poco más y Marcial supo como nadie lo que había debajo de
las camas, armarios y bargueños, ocultó a todos un gran secreto: la vida no
tenía encanto fuera de la presencia del calesero Melchor…”
La casa
contiene la vida de Marcial, es una especie de segunda piel, la casa y el
protagonista, una identidad.
En la novela de Barba, la
protagonista pasará a un segundo plano para internarse en la historia del
niño de otro tiempo y de su familia, contenidos en esa casa, en la que se ha
desatado un drama que los ha dejado estampados en ese momento.
“Y poco a poco
también ella controla esa sensación de que no haya aire en el aire. Sin dejar
de oír su respiración, aprende el modo de restarle importancia, hasta que de
pronto queda sumergida, envuelta en un flujo innecesario. Más que satisfacción,
siente sólo el automatismo del gesto: abre la boca y succiona la nada, deja que
la nada salga de su interior. Y entonces se produce una especie de
euforia, le parece que ha esperado siempre este instante, que lo que ha hecho
hasta ahora no era más que el prólogo de este gesto: el verdadero respirar “
En ese otro
lado del “bucle espacio-temporal “que implica vivir en la casa, la protagonista,
convertida en testigo del drama familiar, juega el rol de nexo restablecedor de
la familia. La nada implica el todo, y la casa también ha cambiado su
vida.